martes, 22 de xaneiro de 2019

Como el llanto de un niño.

Cuando alguien me pregunta, siempre recomiendo Ons. De los cuatro archipiélagos que componen el Parque Nacional Marítimo-Terrestre de Illas Atlánticas de Galicia, sólo dos son visitables por libre, Cíes y Ons. Cíes lleva la fama, pero Ons tiene el alma. Tanto desde mi experiencia en ambos archipiélagos como desde mi formación como guía, recomendar Ons tiene bastante sentido. En primer lugar, porque Ons es cómoda: así como Cíes tiene grandes desniveles que, por otro lado, propician sus impresionantes acantilados, Ons es una isla relativamente llana. Esto puede parecer un motivo un poco bobo, pero mi experiencia es que la gente tiende a hacer más recorrido en Ons, precisamente, por la mayor facilidad. Que no es que Cíes sea particularmente dura, pero la subida al Faro, en verano, tiene su puntillo. También suele (suele, volveré a eso más adelante) tener menos gente. Los últimos años, Cíes era un infierno de gente, mientras que Ons estaba bastante aceptable. Otro motivo es que Ons tiene una vegetación más parecida a la original, de matorral almohadillado, el tipo de vegetación típico de la costa gallega, aunque tiene un pequeño bosque de pinos que abastecía de madera a sus habitantes. Creo que, aunque la falta de sombra puede ser un poco molesta, ir a un Parque Nacional a ver una vegetación que no es la natural tiene poco sentido. Y, finalmente, Ons es una isla habitada. Para mí, el concepto de el hombre y el medio es realmente interesante, y el modo de vida de sus habitantes es algo que aprecio enormemente. Esto también permitió conservar algunas tradiciones e historias que son parte del encanto del Parque. Y es una de esas historias la que voy a contaros hoy.


Los toxos llegan hasta los acantilados en la costa atlántica gallega.

De los mitos y leyendas gallegas, pocas son tan conocidas -de nombre- como la de A Santa Compaña, una procesión de almas en pena que recorren las parroquias, heredera probablemente de tradiciones similares de origen pagano. Quizás el término mito sea un poco concreto de más, pues A Santa Compaña es más bien un fenómeno, con sus particularidades y diferencias según donde te encuentres. Una de las formas más conocidas -y una grandiosa protocampaña publicitaria- es la que la relaciona con Santo André de Teixido, una pequeña aldea enclavada en Serra de Capelada, los acantilados más altos de la Europa continental, cuya ermita cobró fama como lugar de peregrinación. Reza el dicho "A Santo André de Teixido vai de morto quen non foi de vivo" y, en esta versión, la Compaña recoge a las almas penitentes que deberán viajar a la ermita. El fenómeno de A Santa Compaña da (y, si no me equivoco, dio) para varias tesis doctorales pero, de sus múltiples formas, la que más cariño me inspira es la de Ons.


Castelo das Rodas comenzó a construirse en la cara este, pero nunca se terminó.

Según nos contaron, en Ons, A Santa Compaña vive en Noalla, llega por mar y desembarca en Punta Centolo, al norte. A continuación, recorre la isla de norte a sur y desaparece por el Buraco do Inferno, en el extremo sur. Por lo que nos dijo una guía, Ons es el único lugar, que ella supiera, en que tenía día y horas: llegaba siempre en jueves, a las séis, y desaparecía a las ocho. Aunque no encontré más referencias a ese detalle, lo incluyo porque me parece curioso, sea o no verídico. Otras versiones dicen que A Compaña desembarca en un lugar u otro según qué noticias traiga. Sea como sea, las versiones parecen coincidir en algunos puntos, y el principal de ellos es el Buraco do Inferno.


La pesca atrae a las gaviotas, y las gaviotas a los impresionantes 
págalos grandes (Stercorarius skua).

El Buraco do Inferno es un agujero, fin. De ahí su nombre (buraco/burato, agujero), por otro lado. Se trata de un derrumbe (no tengo claro que el término dolina pueda aplicarse a un ambiente no kárstico) sobre una furna (cuevas excavadas por el mar, abundantes en la costa gallega) que llega hasta el fondo de la misma. Es posible descender por el Buraco, llegar al agua y salir por la boca de la furna, vaya. Mucha gente tiene este lugar en mente cuando visita Ons, porque el nombre resulta llamativo, y mucha gente se decepciona porque, como digo, es un agujero en el suelo, con una valla de madera alrededor que impide acercarse y ver el mar al fondo, a unos cuarenta metros. A veces se oye, retumbando en las paredes, otras no. La verdad es que, aunque parece algo propio del ser humano concederle propiedades al diablo y entradas al infierno, el nombre parece quedarle un poco grande al sitio. Pero, ¿por qué ese nombre? No se trata de un simple topónimo, sus habitantes creían, efectivamente, que el Buraco era una puerta al infierno porque, de su interior, salían sonidos confusos y gemidos, como el llanto de un niño.


Faro de Ons, uno de los últimos habitados.

Cualquiera que haya estado en una dolina costera o una estructura similar sabe que suena raro. En efecto, el sonido del mar dentro de una geometría extraña genera unos sonidos sorprendentes (choques, roces, succiones...), pero ninguno de ellos suena como un niño llorando. El Buraco sí sonaba así. Tengo dos versiones del origen de ese sonido, ambas plausibles, ambas defendidas por gente de criterio... y ambas propias de tiempos pasados. La primera y más aceptada dice que ese ruido lo provocaban los araos (Uria aalge) que criaban en la furna. El arao es una especie paleártica cuyo límite sur de distribución llegó hasta Lisboa, pero actualmente en retroceso. En Galicia, de hecho, las últimas parejas dejaron de criar hace poco. La segunda es que se trataba también de una colonia de cría, pero de foca gris (Halichoerus grypus), otra especie en retroceso que ya no cría en Galicia. Apoya esta teoría la confusión de algunos isleños actuales (o actuales hace unos quince años) sobre el origen de estos llantos, relacionándolos con presencia de nutrias. Las nutrias son una especie conocida (y, hasta cierto punto, reconocible) del litoral gallego y que, con el paso de las generaciones, se mezcle con una especie relativamente similar es perfectamente plausible. Pero, ¿qué especie era la que provocaba ese sonido, qué especie lloraba como un niño?¿Fueron los araos, las focas u otro animal misterioso el que dió su nombre al Buraco, aliñando las leyendas de la isla? Sólo hay algo que sabemos a ciencia cierta, fuera quien fuese el causante, ya no está. Con su marcha, con el cese de los llantos en el Buraco, una parte de lo que es Ons, de lo que somos los seres humanos, se fue también. Y eso, en cierto modo, es triste.


Aunque no muy apreciadas, las gaviotas patiamarillas (Larus michaelis) son 
una de mis especies favoritas.

Dije al principio que volvería al tema de los visitantes. Creo necesario reflexionar sobre el modo en que lo que somos tiene que ver con la naturaleza a nuestro alrededor y cómo vamos perdiendo pequeñas partes de nuestro ser sin darnos cuenta, sin darle importancia. Durante el verano de 2017, la masificación de Cíes llevó al desvío de tráfico a Ons y al establecimiento de un control estricto en Cíes. Ons, que careció de él, se masificó, con miles de visitantes más de los permitidos. La última persona a la que recomendé Ons volvió francamente molesta, y lo entiendo. Espero que el de 2019 sea un año en que el control se extienda a Ons y la isla vuelva a ser un sitio visitable, no un campo de concentración en medio del mar. Su supervivencia es, en cierta medida, la nuestra.


Con el sol poniéndose entre las nubes, Ons no dice "adiós", sino "hasta la próxima".

NdR: Efectivamente, en una entrada sobre nutrias, focas, araos y el Buraco do Inferno no hay una sola foto de ninguna de esas cosas. Tendréis que disculparme, pero mi archivo fotográfico no es tan amplio como quisiera a veces, tendré que trabajar duro para poder conseguir cubrir esos huecos.

martes, 1 de xaneiro de 2019

Ojeadas, pasos y sombreros de copa.

Tres sombreros de copa es, probablemente, mi obra de teatro favorita. Me gusta especialmente el diálogo que mantienen Paula y Dionisio cuando este último descubre que es un "terrible bohemio", que pasaba por la vida sin vivir. Una idea similar a la que planteaba Thoreau, "Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentar sólo los hechos de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida, para no darme cuenta, en el momento de morir, de que no había vivido"[1].  Puede que esta frase de Thoreau, que, por cierto, fue uno de los primeras espadas del movimiento literario que inspiró la aparición de los Parques Nacionales, os suene de El Club de los Poetas Muertos, donde aparece y donde un Lume algo más joven que ahora la escuchó por primera vez. Supongo que muchos sentimos en ocasiones ese mismo miedo, ese mismo deseo de vivir, no sólo transitar por la vida. Supongo que todos miramos alguna vez a Paula y le decimos aquello de yo me marcharé contigo y aprenderé a hacer juegos malabares con tres sombreros de copa. 




Entiendo que, si llegaste aquí, no es porque tengas un interés particular en mis gustos literarios. Pero me parece que entradas como esta son necesarias, tanto para mí, personalmente, como para esta humilde bitácora. Cuando haces algo, más allá de las ganas y la ilusión que le pongas, conviene parar a veces, dar un paso al lado y valorar las cosas con calma. Ver, en definitiva, qué hiciste y cómo vas a continuar. Y este momento, cuando The National Parking Project cumple un año de vida, me parece tan bueno como cualquier otro y mejor que la mayoría. Vamos a ello.




Como os contaba en el Piloto, este proyecto nació un poco a tirones. Había un sustrato fértil, claro, y una base de conocimientos que, en aquel momento, parecía sólida. Conjugaba viejas aficiones, como escribir, con otras más recientes, como la fotografía, y las aderezaba con el atractivo profesional de la divulgación ambiental. No sabría decir qué me llevó a unir esas piezas en este proyecto, cual fue el detonante concreto, pero el caso es que empecé a valorar el tema y a concretarlo. Quizás, viéndolo en perspectiva, debí plantear el asunto de un modo más detallado, ponerme unos objetivos más específicos, unos plazos, determinar adecuadamente los medios. Pero claro, eso es fácil verlo ahora, y hace un año era difícil prever muchas cosas: no sirve de nada llorar sobre la leche derramada y, una vez echado a rodar, sólo queda seguir y adaptarse a lo que viene. Quizás los próximos meses sean una buena ocasión para ir solventando algunos de los problemas e ir implantando algunas de las ideas felices que me van surgiendo. 




Al plantear este proyecto, lo diseñé como una mezcla entre hobby y aprendizaje. Supongo que fue, sobre todo, un asunto de miedo, miedo a tomármelo de otro modo y luego descubrir que, en realidad, no me gustaba el proyecto y terminar abandonándolo. También, claro, que no tenía (ni tengo, en realidad) mucha idea de cómo podría convertir esto en algo más. Pero pronto, muy pronto, dos empresas pequeñas me contactaron y, aunque no concretamos (ni avanzamos, en realidad), el mero contacto me hizo pensar que, quizás, sí hubiese cosas que podría hacer al amparo del NPP. Pero, por el momento, esas cosas ni están ni se las espera, así que sigo ciñéndome a la idea original, que es aprender y practicar... aunque en algunas cosas me estampé hasta en esto. El ejemplo más claro es, quizás, la realización de vídeo, mundo al que pensé entrar con un optimismo rayano en la ceguera y en el que fracasé con claridad. Tengo, incluso, la cuenta de YouTube montada, pero cuando llegó la hora de la verdad -lo que viene siendo grabar, editar, en fin, esas cosas sin importancia-, los resultados fueron tan horribles que lo dejé. Vaya zarpas tengo para grabar vídeo, mi madriña. Quizás, no debería haberme metido tan alegremente en ese mundo, o quizás debería haber perseverado, no lo se. Le veo potencial, y no poco, pero no tengo claro que, ahora mismo, tenga la capacidad ni el tiempo.




Tengo la sensación, a estas alturas de entrada, de que no hago más que quejarme, y eso es francamente injusto, así que voy a hablar de Parques. A lo largo de este año, visité siete -Monfragüe, Illas, Cabañeros, Guadarrama, Tablas y Picos, mas Peneda-Gerês, en Portugal- en trece visitas. Parece mucho, aunque tiene truco: de esas visitas, sólo la de Picos fue un viaje como tal -un viaje corto e intensísimo, todo sea dicho-, el resto de Parques que visité quedan lo suficientemente cerca de mi casa o la de mis padres como para visitarlos de excursión. A pesar de ello, supuso un esfuerzo considerable (organización, documentación, las propias visitas, el trabajo posterior con el material obtenido...), así que no puedo calificar el año de otro modo que no sea intenso. No hice todo lo que quería hacer (el caso de Cabrera es una espina clavada, pero cuando llegó el momento no me lo podía permitir económicamente), algunas cosas no salieron exactamente como las planifiqué (este año, la nieve fue nuestro más implacable enemigo), eso está claro, pero el conjunto resulta muy satisfactorio. El hecho de conocer o re-conocer los Parques, con la vista puesta justamente en conocerlos, fue una experiencia muy agradable, y la mejor prueba de ello es que, un año después, quiero continuar. ¿Qué más se puede pedir?




Este proyecto me dio también la oportunidad de continuar con dos aficiones que no quiero perder: escribir y fotografiar. Llevo escribiendo desde que tengo memoria, con muchos altibajos y con épocas de escribir, literalmente, nada. Esa experiencia me infundía un cierto miedo a que me pasara lo mismo con la fotografía, porque el simple hecho de que algo te guste no significa que vayas a hacerlo. Uno de mis mayores problemas con la escritura, que podía haber trasladado perfectamente, es la falta de un objetivo. Esto -el blog y las RRSS- me da ese objetivo, una razón para seguir creando. También me está permitiendo especializarme, es decir, no ir desarrollando esas aficiones de modo aleatorio, sino enfocadas hacia la divulgación ambiental. Creo que soy mejor en esto que hace un año, y espero que, cuando vuelva a encontrarme ante la pantalla en blanco dentro de un año, pueda reconocerme mejor aún. 




No quiero despedirme sin unos buenos agradecimientos. En primer lugar a mis copilotos (Irene, Olalla, Lucía, Yaiza, Lasa, Mercedes, Jesús y Borja), que me habéis aguantado en una o varias visitas. La mitad del viaje es la compañía, y siempre se agradece contar con gente como vosotros. También a mis padres, Celia y Pablo que, aparte de copilotos y aguantadores profesionales, me metieron en el mundillo (mientras gruñían aquello de "genial, otro muerto de hambre en la familia"). No puedo olvidar a todos aquellos que me habéis ayudado en las visitas: personal de los Parques, guías nativos, hosteleros, aguadores salvavidas y aportadores de información valiosa en general. Tampoco a aquellos que, a lo largo de este año, me habéis felicitado y dado apoyo y consejo. Os confieso que me sigue dando un poco de vergüenza cuando lo hacéis, pero que significa mucho para mí. Y, finalmente, a ti, que lees este blog, que nos sigues en Instagram o Facebook. Todo este proyecto también es vuestro.




Si algo me trajo este año es la posibilidad de decir hoy que seguiré, seguiremos. Ara ve lo bo.

~

[1] I went to the woods because I wished to live deliberately, to front only the essential facts of life, and see if I could not learn what it had to teach, and not, when I came to die, discover that I had not lived. H. D. Thoreau. Gracias, Javier, uno de los mejores profesores de mi vida, porque esto es también cosa tuya.

xoves, 13 de decembro de 2018

Amándolos hasta la muerte.

Las plagas resultan, a menudo, fascinantes: una especie que se ve ante una oportunidad de oro y la aprovecha, comienza a crecer y a consumir, a crecer y a consumir, hasta que el ecosistema hace "¡crack!" , y ya no la sostiene. Las plagas llevan a sus ecosistemas al límite, y estos las hacen desaparecer como un jirón de niebla. Sus gráficas son inconfundibles, un incremento (de población, de consumo) exponencial, una línea horizontal llamada límite de carga, y una caída casi vertical. A menudo planteo el hecho de que nuestras propias gráficas no difieren demasiado de las de las langostas.

Entre las playas abarrotadas y el aeropuerto, ¿qué les queda a ellos? P. Nat. Ses Salines.

Ojalá no tuviese que escribir esta entrada. Soy amante de la naturaleza, la disfruto mucho, y quisiera contar siempre cosas bonitas y divertidas. Pero, al mismo tiempo, entiendo que la comunicación ambiental, incluso al nivel que tiene este blog a día de hoy, implica una cierta responsabilidad. No, no voy a entrar en la polémica de Attenborough y Monbiot. La naturaleza es maravillosa, digna de disfrute y loa, pero también merecedora de una responsabilidad que, muchas veces, brilla por su ausencia.

Los equilibrios naturales son, a menudo, delicados. P. Nat. Corrubedo.

En 2001, EUROPARC, la federación europea sobre Parques Nacionales, publicó un informe llamado "¿Amándolos hasta la muerte?", un aviso de en qué podía convertirse el turismo, como una amenaza seria para los Parques Nacionales. Avisaban del turismo irresponsable, de la masificación y, en fin, de todo el pack turístico. Pero hay algunas cosas que EUROPARC no tuvo en cuenta. La primera es el abaratamiento de los viajes. La segunda es la fuerza y accesibilidad de internet. Y la tercera son las Redes Sociales. Estas tres cosas, combinadas, cambiaron para siempre el paradigma del viajero, el modo en que la gente viaja. Cada vez viajamos más, cada vez lo hacemos de modo más independiente, cada vez tenemos una mayor necesidad de mostrar lo que vemos. Surgen tendencias, un modelo de viaje check style, en el que lo importante es pasar por el mayor número de puntos posibles, unos puntos previamente fijados, no por una agencia de viajes, sino por la propia comunidad. Si tuviésemos que describir con una palabra el turismo moderno, esa sería incontrolable. Casi veinte años después de aquel informe de EUROPARC, The Guardian publica un artículo sobre el tema. Os recomiendo encarecidamente leerlo -se que The Guardian tiene una versión en castellano, pero no fui capaz de ponerla-, porque presenta una serie de datos y de imágenes que, combinados, dibujan un panorama desolador. Yo mismo traté parcialmente este tema en una entrada de este mismo blog. Y, al final, todo se remonta al punto común: un turismo mal planteado.


Hollamos hasta las rutas más inaccesibles. Ruta del Cares, P. N. Picos de Europa.

El turismo es un sector amplio, que involucra a mucha gente y a muchos negocios. La valoración del mismo es, por consiguiente, compleja, pero en un Estado en el que supone el 11% del PIB -con picos, valles y el durísimo 44% de Baleares-, se trata de un tema absolutamente central. Es, básicamente, algo importante para todos, por eso los medios le dan importancia a los datos y los políticos se llenan la boca con ellos. Pero, y aquí llega lo preocupante, al ser los datos sobre turismo algo complejo, se tiende a simplificarlos en dos parámetros manejables: los ingresos y el número de turistas (en bruto o en porcentaje de ocupación hotelera), sobre todo el segundo. Esto tiene bastante importancia, a la hora de la verdad, porque cuando basas la información sobre un tema importante en un punto, ese punto se convierte en fundamental. Da igual si lo es realmente o no. Como lo fundamental es el número de visitantes, el objetivo es tener un mayor número de visitantes. Todo lo demás -sostenibilidad del sector, sostenibilidad social y económica de la zona, consumo de recursos, presión sobre los ecosistemas diana y adyacentes, servicios públicos, satisfacción del cliente...- pasa a un segundo plano.

A veces, se cierran tramos durante las temporadas de cría. P. Nat. Hoces del Duratón.

El caso es que, aunque esta forma de concebir el turismo -cortoplacista e irresponsable- es errónea en general, en los espacios naturales es prácticamente un suicidio. El turismo es parte del ADN de los Parques desde su concepción, de eso no cabe duda. Conservación y disfrute son las dos caras de una moneda que tenemos que hacer caer siempre de canto: si nuestra protección es demasiado estricta, incumplimos el fin último de los Parques, si nos volcamos en el turismo, acabamos con el propio Parque. Y, no nos engañemos, la moneda nunca cae de canto: en 1996, con una Red de once Parques, estos registraron más de ocho millones de visitantes, mientras que, en 2017, veinte años y cuatro Parques más tarde, esa cifra prácticamente se duplica. Y a nadie parece importarle. Al contrario, los datos de visitantes son agitados con orgullo. A veces, la sensación que da es que, lo único que importa es marcar el récord de visitantes. Esta actitud, claro, se vuelve -y más se volverá- en nuestra contra. A nadie que lo piense se le escapa que cada lugar tiene un límite de capacidad. 170.000 visitantes anuales pueden ser muy aceptables para Picos de Europa, el segundo Parque más grande de la Red pero, ¿lo son para Tablas de Daimiel, el más pequeño y el que marcó ese dato?¿Puede una isla como Ons soportar seis mil personas al día? El discurso político tiende a presentar los Parques como un recurso turístico, pero dejan de lado que sólo lo son por sus valores naturales. Si, por no controlar adecuadamente el acceso, degradamos estos valores naturales, un Parque Nacional no es nada.

La población de cormorán moñudo (Phalacrocorax aristotelis) está en retroceso. LIC Cabo Udra.

Pero no hace falta irse a un futuro de destrucción del medio ambiente para empezar a sufrir las consecuencias de la masificación. Durante el año de vida que tiene este proyecto, realizamos visitas a cinco Parques, con una cierta variedad en cuanto a popularidad, accesibilidad y tamaño. De estas, sólo durante las visitas a Cabañeros y Cortegada sentimos que no estábamos visitando un lugar  con exceso de visitantes. Cabañeros es el cuarto Parque de mayor extensión, pero el menos visitado, y a Cortegada sólo se puede llegar mediante barco particular y previa autorización. Vimos auténticas aglomeraciones en zonas de Picos, Guadarrama o Tablas, y qué decir de Illas. Y todo eso, al final, repercute en el visitante y en la impresión que se lleva. Todo eso, al final, lo estamos viviendo ya. Conozco varios casos de gente que visitó Parques Nacionales y volvió molesta por la cantidad de gente. Que  está claro que, si viste la aglomeración, es porque eras parte de la aglomeración, pero ¿no tiene acaso más sentido establecer cupos de visitantes, basados en la capacidad de la zona, que minimicen el impacto y aseguren que la experiencia será  positiva para el turista?¿No es lógico plantearse esas ideas antes de llegar a una situación límite? El acceso a Cíes, en Illas Atlánticas estuvo este verano mucho más controlado, lo que (aparte de desbordar Ons, donde no existió ese control) demostró que se puede hacer. Pero, para dar ese paso, hizo falta que se armara la que se armó el verano pasado. Quizás deberíamos -todos- plantearnos que conviene empezar a controlar antes. Yo prefiero -y entiendo que esto es una opinión personal- tener que pedir autorización, incluso pagar una entrada o tener que modificar mis fechas y planes, antes que llegar y encontrarme con que el sitio al que voy está hasta la bandera, con una presión que hace peligrar las propias razones que me llevan a ese sitio.

La naturaleza se resiste a dejar su lugar pero, ¿podrá? ZEPA A Ramallosa.

Creo firmemente -nunca sabré si por confianza o por ingenuidad- que el concepto de Parque Nacional, así como todos aquellos conceptos que parten de esa lejana y pionera visión que dio origen a cómo entendemos los espacios naturales protegidos, pueden gestionarse de un modo sostenible, no sólo ecológicamente, sino social y económincamente. Buena parte de mi intención con este proyecto es, precisamente, esa. No es un trabajo fácil, eso está claro. Pero, si hay voluntad de las partes implicadas, es posible. La cuestión es que la haya.

mércores, 21 de novembro de 2018

Cabañeros en berrea.

¡Vaya fin de semana! O más bien, vaya puente, vaya cinco días más intensos. Y es que, ya que nos acercábamos a Madrid, decidimos aprovechar con los Parques más cercanos. Nuestra intención era aprovechar Guadarrama antes de que llegase la nieve y subir a Peñalara, pero estamos gafados con este Parque, y tuvimos que rectificar sobre la marcha y volver a Monfragüe. También asistimos a la segunda jornada del I Congreso Nacional de Turismo Ornitológico, donde pudimos hablar con algunos de los grandes profesionales del sector y ver cómo plantean su trabajo. Y, sobre todo, descorchamos la botella de Cabañeros con una primera visita que, aunque un poco limitada por el tiempo, nos dejó bastante satisfechos como visitantes... aunque un poco menos como fotógrafos. Pero no adelantemos acontecimientos.


El ciervo rojo (Cervus elaphus) es la especie insignia de Cabañeros.

Declarado en 1995, tengo recuerdos de Cabañeros desde que soy muy pequeño. Creo que tiene que ver con que mis padres respetaban bastante a Pepe Jiménez, su primer Director. O con que anduviesen pendientes del tema en aquella época -el de la conservación de la naturaleza es un mundo pequeño-, ¿quién sabe? El caso es que fue uno de los primeros nombres que me aprendí de la ristra de los, entonces, once que constituían la Red. Con el tiempo, mi padre trabajó varias veces allí, sobre todo con lepidópteros. A pesar de ello, y de que está relativamente cerca de Madrid, la de este puente fue mi primera visita. ¿Y qué sabíamos, antes ir?¿Qué esbozo podíamos hacer del Parque antes de poner el pie en él? Cabañeros es el tercer Parque de mayor extensión, sólo por detrás de Picos y Sierra Nevada, pero también el menos visitado. Localizado en Montes de Toledo, se trata de un Parque de montaña mediterránea -"parecido" a Monfragüe y Peneda-, con bosques de encinas, rebollos y especies similares, y sotobosques impenetrables de jaras. Si bajamos hacia el pie de monte, las curvas de nivel se separan para convertirse en una llanura adehesada, en la que las herbáceas dominan y las especies de arbóreas se alzan, solitarias en el conocido como Serengueti español, la Raña. En lo relativo a fauna, no hay imagen más conocida de Cabañeros que el ciervo rojo, aunque otras muchas especies, entre ellas las amenazadas águila imperial ibérica y buitre negro, conviven en el Parque de un modo más discreto. Estando a primeros de Noviembre, además, contábamos con pillar el final de la berrea, la época de celo del ciervo rojo, un espectáculo que es uno de los principales atractivos de Cabañeros. La geología tiene su importancia también aquí: a diferencia de los otros Parques de montaña mediterránea que habíamos visitado, la roca predominante en Cabañeros es la cuarcita, una roca muy, muy dura, lo que dificulta la erosión, y es la razón por la que, si hubiese que describir con una palabra el suelo de Cabañeros, esa sería pedregal. ¡Si os decidís a visitarlo, recordad pisar con cuidado y llevar buen calzado!



Un par de apagadores (Macrolepiota procera) entre las jaras.

Debido a nuestras circunstancias y siguiendo los consejos de todos aquellos con los que hablamos del tema, decidimos contratar una salida en 4x4 por la Raña ya que, según nos comentaron, era el mejor modo de ver el interior del Parque. Cabañeros tiene una forma aproximadamente rectangular, pero las carreteras lo cruzan perpendicularmente. Estas carreteras son tres, la norte, que recorre la última ampliación, la zona más montañosa, la centro, que une Horcajo y Retuerta, que atraviesa el corazón del parque, y la sur, que deja la Raña al norte y la atraviesa brevemente en Torre Abraham. La cantidad de Parque que puedes ver desplazándote en coche es, en definitiva, escasa, mientras que las rutas en 4x4 permiten entrar en su interior. Existen, claro, rutas de senderismo, que no podíamos hacer en esta ocasión pero que, sin duda, serán un modo aún mejor de conocer Cabañeros, siempre que uno tenga el tiempo necesario. Teniendo en cuenta la exigencia horaria de la ruta, tuvimos que ir un poco aceleráos por la mañana. Entramos por Retuerta, cogiendo la carretera central. Mientras íbamos dirección Toledo, elucubrábamos sobre la cantidad de luz que íbamos a tener - el día anterior habíamos sufrido una luz bastante dura en Monfragüe -, expresando deseo de tener un día nubladete. Famous last words. Al pasar Retuerta empezamos a ver nubes y más nubes, bajas hasta tocar las cumbres y, finalmente, envolvernos. Irene -que repitió como acompañante- estaba encantada, y yo... bueno, yo también. Aunque la niebla, relativamente poco densa, ocultó todo el paisaje y a la mayoría de la fauna, la verdad es que el ambiente era impresionante: un bosque absolutamente impenetrable, con árboles cubiertos de liquen, todo ello rodeado por la niebla. A nivel fotográfico no le saqué demasiado partido -alguien más hábil habría podido, seguro-, pero como visitante, que al final es lo que soy, me quedé encantado con esa impresión de bosque encantado y la atmósfera envolvente y tranquila.


Las nieblas nos acompañaron toda la mañana, envolviendo el bosque.

A medida que nos acercábamos a Horcajo, la niebla fue aclarando. Menos mal, pensaba, para la visita a la Raña habría sido un dolor. Mi preocupación era legítima: la gracia de las dehesas, como lugar a visitar, es justamente que se trata de un espacio abierto, en el que es relativamente fácil ver fauna. Si dejas caer sobre una dehesa una capa de niebla, ves un muro gris y algún árbol suelto. Pero las nubes quedaban atrás y, a medida que nos acercábamos a Casa Palillos, el Centro de Visitantes del Parque -el clásico, al menos, hay otro en Horcajo que no visitamos-, el cielo fue despejando, dejándonos ver la Raña. Siguiendo con mi costumbre de entrar en cada Centro de Visitantes, Casa Palillos no fue la excepción. Es un centro pequeño, pero suficiente, bastante proporcionado al número de visitantes que recibe, y bien cuidado, salvo por alguna foto un poco amarilleada, mal extendidísimo a lo largo del Estado. El exterior tiene un agradable jardín con especies autóctonas y reconstrucciones de elementos clásicos de la zona, entre ellas las cabañas y las carboneras. Simpático, agradable y proporcionado, lejos de la megalomanía de algunos centros modernos.


Una hembra de verdecillo (Serinus serinus) vigilando la Raña.

Ya en el 4x4, comenzamos la visita por la Raña. Aunque las comparativas con el Serengueti son un poco exageradas, desde luego hay reminiscencias. Entre los árboles aislados y las plantas herbáceas, ahora amarillentas y que en primavera estallan en un mar de colores, hasta podíamos ver nuestros antílopes. Bueno, en realidad eran ciervos, pero daban el pego, y los había a cientos. Nos contaban los guías que el ciervo es problemático, porque carece de depredadores en el Parque, lo que en una especie "diseñada" para ser controlada por otras puede llevar a una sobrepoblación que dificulta la gestión del Parque. Quizás en un futuro, la población de ciervos pueda controlarse de un modo natural, en definitiva el lobo sigue expandiéndose hacia el sur y, si no cambia la tendencia, es de esperar que termine por llegar a Montes de Toledo. Pero a día de hoy no es así y, si algo abunda en Cabañeros son, precisamente, los ciervos. Aunque no escuchamos apenas berrea, porque estaba terminando ya, la concentración de estos animales resulta verdaderamente llamativa. Vimos bastantes más cosas -milanos, cernícalos, ratoneros, perdices e incluso un par de águilas imperiales- pero, un poco como sucede en Monfragüe con los buitres, la cantidad de ciervos y lo fáciles de ver que son entierran un poco el resto de especies. Termino ya, y no quiero dejar de mencionar el molino del Brezoso, bastante antiguo -se sabe que existía durante el reinado de Felipe II, y se cree que ya entonces tenía siglos- y recientemente restaurado. Aunque más pequeño que, por ejemplo, Molemocho (Tablas de Daimiel), la restauración es buena, y es una herramienta bastante didáctica, con explicaciones de calidad que se ligan, no sólo a la historia del Parque, sino también a su geología o su hidrología.


La Raña destaca por su mezcla de herbáceas y árboles aislados.

Marchamos de Cabañeros -haciendo slalom por la carretera para esquivar la enorme cantidad de sapos que la cruzaban- satisfechos con la visita. Sabíamos de antemano que el momento no era el ideal pues la berrea estaba terminando y la época del año es, probablemente, la menos llamativa en cuanto a especies. A cambio, evitamos los momentos más duros de una zona con un clima bastante extremo, y disfrutamos de un día de niebla precioso. Como avanzaba al inicio de la entrada, fotográficamente no marché satisfecho, sobre todo porque no pude fotografiar todo lo que vi -¡Anda que no habría cambiado el cuento de haber podido aprovecharlo todo!-, pero es algo con lo que uno tiene que aprender a vivir. Nos dejamos para próximas visitas una carretera y varias sendas de montaña, así como el espectáculo de la Raña en primavera. Esperamos volver pronto y, con suerte, seguir descubriendo lo que Cabañeros aún nos oculta.


Las cabañas de carboneros y pastores dan nombre al Parque.

mércores, 10 de outubro de 2018

De paso por Estaca.

Durante toda mi vida, mi padre -que es un apasionado de las aves- intentó que me interesase un poco el mundillo. Y no lo consiguió, porque soy un cabezón, y durante años se topó, no ya con indiferencia, sino con barbillas levantadas y un algo despectivo "a mí es que los pájaros no me interesan". Diría que es porque mi padre es muy aficionado a sus aficiones, y a mí me llamaban más otras cosas, pero en realidad es que me gusta llevar la contraria. Tampoco tiene nada de particular que un hijo busque aficiones distintas a las de sus padres, y ya bastante parecidas son las nuestras. Esto podría haber seguido así hasta el fin de los tiempos, si no se hubiese cruzado por el medio la fotografía. Cuando empecé a coger la cámara, me di cuenta, no sólo de la cantidad de fotos de aves que acaba sacando uno, sino de que no tenía ni idea sobre ellas. Así que me tenía (y tengo) que tragar el orgullo, coger el móvil y pedir ayuda. A mi padre le encanta, le permite mirarme por encima del hombro y decir cosas como "Aaaaay, anda que no tuviste oportunidades". Pero al final, me ayuda, porque en el fondo le hace ilusión que le pregunte cosas.


La costa alrededor de Bares es alta y abrupta, muy llamativa.

Me resulta interesante hasta qué punto las aves son un grupo popular. No existe un grupo biológico que tenga ese nivel de éxito entre la gente de a pie. Y, sobre todo, no existe un grupo biológico que genere una cultura a su alrededor del calibre del birding: no sólo hay mucha gente en el mundillo, hay mucho contenido específico (diseñado por y para aficionados) en internet y en las redes sociales, hay aplicaciones, hay festivales, concursos, cursos, quedadas... hay, auténticamente, de todo. En todo el Estado hay no menos de cinco festivales de birding -eso es poco menos de uno cada dos meses-, sin ir más lejos, en los que se reúnen instituciones, empresas, artistas y fabricantes de equipo para promocionarse entre los aficionados. También tenemos un número nada desdeñable de centros ornitológicos repartidos a lo largo de la península, e infinidad de apoyos de bajo coste, como observatorios o cartelería. Y nada de eso se sostiene sobre el aire, hace falta una base social relativamente amplia. Pero, ¿por qué las aves? La verdad es que, al principio, no lo entendía, pero el caso es que son un grupo muy especial. En primer lugar, son pocas especies, menos de 600, un número que parece grande, pero no lo es en absoluto. Tirando de lo mío, hay playas con más especies. En esos 600 incluimos lo fácil y lo difícil, lo abundante y lo escaso, lo sedentario y lo migratorio, lo incluimos todo, y eso significa que conocer la mayor parte de las especies es relativamente fácil en comparación con otros grupos. En segundo lugar, son grandes. El ave más pequeña de Europa -el reyezuelo, Regulus regulus- tiene una envergadura de unos 15 cm, más que, por ejemplo, cualquier lepidóptero. Esto hace que encontrarlas sea, de nuevo, relativamente fácil, comparado con otros grupos. Y, finalmente, vuelan. El hecho de volar permite, no sólo encontrarlas en prácticamente cualquier entorno, aunque sea de paso, sino verlas con cierta facilidad: se mueven rápido, salen contra el cielo, en fin, son, y ya van tres veces, relativamente fáciles de ver. Las aves son animales de los que puede disfrutar un aficionado sin estudiar demasiado, sin un gran equipo y sin tener que ir a lugares muy específicos. Entrar en la ornitología es sencillo, y ahí está la clave de su éxito.


Esta colirroja tizona (Phoenicurus ochruros) nos hizo compañía los tres días.

Ya entrados en materia, este fin de semana fuimos a Estaca de Bares donde, durante estos meses, se está produciendo el paso de cientos de miles de aves marinas en migración. Mi padre lleva años mascullando que quiere ir, y este año se encontró con que yo también -en buena medida, porque la retransmisión diaria de Antonio Sandoval me estaba poniendo los dientes largos-, así que lo organizamos para acercarnos un par de días. No íbamos con grandes ambiciones -yo soy un novato con el catalejo, y mi padre llevaba años sin pasar tanto tiempo usándolo-, pero sí con bastantes esperanzas. Estaca, junto a la frontera entre Coruña y Lugo, es el punto más septentrional de la Península, y es un sitio clásico para observar este flujo migratorio, que discurre paralelo a la costa, apoyándose en los vientos de Poniente. Elegimos como equipo los catalejos, unos prismáticos, una silla -importante, muy importante- y ropa de abrigo que, a ratos, se quedó corta. Además, y en un alarde de optimismo, nos llevamos dos cámaras compactas, con idea de probar un poco de digiscoping, y yo me llevé la cámara con el 70-300, en la esperanza de pillar a algún bicho lo suficientemente cerca. 


La Estaca tiene una forma muy reconocible... e impresionante.

El lugar donde se colocan los ornitólogos está en el lado oriental del cabo, pasadas las instalaciones militares, junto a la estación ornitológica de la Xunta. Yo pensaba que el lugar en el que se colocarían estaría en la punta del cabo, pero al llegar el primer día -poco antes de la puesta de sol- nos dimos cuenta de que no. De todos modos, encontramos el sitio rápidamente y sin muchos problemas. Al día siguiente, entendí el por qué de esa ubicación: dado que el paso es más intenso los días de Poniente -y cuanto más fuerte, mejor- el punto de observación se encontraba protegido del mismo, haciendo soportables las horas que se pasan ahí. Porque en Estaca el viento sopla con saña e, incluso protegidos -nosotros nos colocamos junto a unos molinos que paraban casi todo el viento-, la sensación térmica es francamente baja. ¿No os maravilla cómo tantas cosas en la vida tienen sentido,una vez que las piensas?


Los alcatraces (Morus bassanus) se contaban por miles, regalando espectaculares picadas.

No es que este fuera el fin de semana más confortable de nuestras vidas. El primer día amanecimos con lluvias y, más grave, nieblas, que retrasaron el inicio de la observación hasta casi mediodía, aunque el Poniente soplaba fuerte. El segundo día, el viento rolaba entre Norte y Noroeste, lo que reducía el paso y el efecto protector de la Estaca -y llevaba el espray de las olas hasta donde estábamos. Pero, como decía mi padre, el concepto de buen día de las aves marinas es muy distinto al nuestro. Pudo ser peor, claro, y por suerte llovió poco y flojo. A pesar de esto -las quejas son obligatorias-, fue una gran experiencia, y salimos francamente satisfechos. Aunque fracasamos miserablemente en nuestro intento de hacer digiscoping -una técnica que me parece impresionante pero para la que no estábamos preparados-, aún pude sacar unas cuantas fotos, suficiente para quedar satisfecho. También pude comprobar que el catalejo y yo no nos llevamos particularmente bien. No sólo fue un tema de mal manejo, también de falta de costumbre de andar con el ojo pegado a la lente. A pesar de ello, fui cogiendo algo de soltura, y no me marcho nada descontento, pues pasé de recurrir a los prismáticos cada dos por tres a apenas tocarlos, y de decir "Pájaro negro y blanco", palabras que describen a casi todo lo que vimos, a identificar a buena parte de lo que veía. Y tan contento. Al final, 16 especies de aves -me perdí, al menos, un alca, dos frailecillos y unas gaviotas de Sabine, vaya rabia-, casi 170 ejemplates (alcatraces aparte, que se contaban por miles) a mi cuenta, dejando de lado las que no estaban de paso y a Mort, del que os hablaré ahora. Nada mal para la primera vez.


Las olas rompían tan fuerte que, a veces, nos llegaba el agua.

También tuvimos ocasión de ver algunas de esas cosas que demuestran que la naturaleza no funciona a base de compartimentos estancos. Aparte de unos cuantos delfines comunes (que yo no conseguí ver), hubo un momento en que mi padre vio algo blanco en el agua, aleteando, y unas gaviotas posadas, picoteando. No fue capaz de identificar qué era, así que me puse a buscarlo, pero, como no lo encontraba, me pasé a su catalejo. Tampoco yo lo tenía muy claro, la verdad, un cuerpo claro y una aleta que salía a veces, demostrando que su dueño estaba vivo. Pensé que podía ser un pez luna, pero no tenía claro si llegaban tan al norte. Antes de que pudiese plantearlo, mi padre se acercó y Antonio le confirmó que era un pez luna, que sube a superficie para que las gaviotas lo desparasiten. Otra escena interesante fue la llegada a tierra de un halcón peregrino (la población peninsular es sedentaria) con un charrán común entre las garras. Este halcón vive, seguramente, en los acantilados de la zona, y aprovecha el paso para salir y cazar: Sólo tiene que salir en perpendicular a la costa y elegir entre los miles de aves que van pasando. Reconoceré que un error de decisión me hizo perder la foto, y un resbalón mientras intentaba alcanzarle me hizo plantearme muy seriamente si esa foto merecía despeñarme. La respuesta fue no, y no volví a verle, por desgracia.


El paíño europeo (Hydrobates pelagicus) pasa la mayor parte de su vida en alta mar.

Finalmente, llegamos a Mort -de Mortimer, sin ninguna razón aparente- una nueva muestra de que me gusta ponerle nombre a todo. Mort es un joven paíño europeo, un ave poco más grande que un gorrión, blanca y negra, y de vida pelágica, es decir, vive en mar abierto. Los paíños tienen fama de ave de mal agüero entre los marineros, de atraer el mal tiempo. Esta fama se la ganaron porque se las ve con más facilidad durante las tormentas, y los marineros, gente tradicionalmente supersticiosa, sumaron dos y dos. En algunos lugares se creía que eran las almas de marineros desaparecidos -supongo que su color no debía ayudar-, y que traía mala suerte matarlos. El caso es que Mort llegó a Bares la noche del Sábado, cuando lo encontraron, probablemente deslumbrado por las luces de la costa, y bastante desorientado. Soltarlo inmediatamente no era una opción, porque el viento no era el correcto, y andaba un poco atontado, así que Pablo, uno de los compañeros en Estaca, lo colocó en uno de los molinos, a resguardo, con la esperanza de que se le pasara el susto y reemprendiera la migración. Sesión de fotos aparte -no es que uno tenga demasiadas posibilidades de fotografiar a un paíño vivo por estos lares-, durante el día estuvimos pendientes de él, pero cuando marchamos aún no había remontado el vuelo, y estaba escondido en un hueco entre las piedras. Tampoco resulta sorprendente, los paíños vuelan sobre todo de noche, así que espero que durante la noche del domingo se atreviese a salir y consiguiese terminar su viaje. 


Despedimos con el sol poniéndose tras Cabo Ortegal.

La verdad es que este viaje fue toda una experiencia: no sólo me lo pasé bien, también aprendí bastante y pude dedicar tiempo a cosas que, por unos y otros motivos, no suelo. Aún sin ser de los días más intensos, el paso es un espectáculo y el paisaje no lo desmerece en absoluto. Si tuviese que poner alguna nota negativa, sería únicamente sobre asuntos secundarios (los fracasos en el digiscoping y la fotografía nocturna y el exceso de optimismo sobre el abrigo). Nada serio, vaya, sólo lecciones y ganas de volver a por más. Quiero aprovechar para agradecer a los que estuvieron allí estos días la ayuda y los comentarios y, especialmente, a Antonio y Pablo, que fue con los que más rato hablamos. Volveremos a vernos allí, seguro.

mércores, 19 de setembro de 2018

Cruzando fronteras: Peneda-Gerês

Para haber vivido más de la mitad de mi vida cerca de la frontera con Portugal (Huelva primero y Vigo después), debo reconocer que se muy poco de este país. Quizás sea por prejuicios, pero tengo la sensación de que llevo toda la vida infravalorándolo, y la mejor prueba de ello es que, hasta este mes de Mayo, ni me había planteado cómo tenían el asunto de los Espacios Naturales Protegidos. Esto cambió -ligera, muy ligeramente- cuando, hablando con Alejandro del Moral en la Ornitocyl, me contó que habían visitado los Parques de la Península. Al contarlos, noté que me sobraba uno, y me aclaró que el último era el portugués. Ajá, así que Portugal tiene un sólo Parque Nacional. Aquí podría haberse quedado el asunto, porque la verdad es que no miré más. Portugal es un país largo y yo vivo en un extremo, así que no era particularmente prioritario. Pero, poco después, mis padres -que me quieren, sin que yo sepa muy bien por qué- vinieron de visita, y a mi madre se le antojó ir a Portugal y comer bacalao, así que cogí Google Maps y empecé a ver donde podíamos ir. En ese momento, el Parque Nacional de Peneda-Gerês apareció ante mis ojos... y resulta que está bastante cerca. Tanto, de hecho, que forma una Reserva de la Biosfera Trasfronteriza con el Parque Natural da Serra do Xurés -Gerês, Xurés, las señales estaban ahí, pero a veces soy un poco lento-, y la entrada estaba bastante cerca de Melgaço. Resulta que tengo el Parque Nacional portugués a un salto y no lo sabía. Bravo por Lume. Contento ante el revolucionario descubrimiento, lo incluí en mis planes de verano y, un día de Julio, cruzamos el Miño rumbo a la aventura.


El corzo es el emblema del Parque Nacional de Peneda-Gerês.

Voy a empezar ubicando las cosas. Galicia y Portugal tienen una frontera natural, la raia. El tramo occidental lo marca el Miño, la raia húmida, y el oriental los montes, la raia seca. De esta última, la zona más conocida es, probablemente, la Serra do Xurés, al sur de Ourense, desde donde parten varios caminos que cruzan los montes por las llamadas portas. Si la palabra puerto -de montaña, entiéndase- deriva de puerta, si es un juego de palabras o si es mera casualidad es algo que ignoro. Estas portas fueron, durante siglos, puntos de paso de contrabando entre Portugal y Galicia y, en la actualidad, se hacen esfuerzos para recuperar la memoria de esa historia compartida. Al otro lado de las portas encontramos las cuatro sierras que conforman el Parque Nacional: Peneda, Soajo, Amarela y Gerês. Cada una de estas sierras tiene sus particularidades, como pudimos comprobar, pero todas ellas se consideran Alta Montaña Mediterránea. El ejemplo, a priori, más próximo, sería Monfragüe,y no son pocas las similitudes que encontramos entre estos dos Parques. Para finalizar esta introducción, añadiré unos últimos detalles para terminar de situarnos. Portugal sólo tiene este Parque Nacional, que se declaró en 1970 -es decir, durante la dictadura, regida por Caetano en ese momento-, pero es un Parque enorme. Un vistazo al mapa nos deja claro que España y Portugal son dos Estados con formas diferentes de ver las cosas: mientras que los ENPs en el primero son como salpicaduras (muchos y no demasiado grandes, en general), el segundo tiene menos espacios, pero mucho más grandes. Incluso los Parques Naturales (que son nueve) tienen un tamaño bastante mayor de lo que estamos acostumbrados. Esta forma de organizar el espacio marca enormemente cómo se protege el mismo, y es la causa de la mayor parte de las diferencias que un lego puede encontrar, simplemente, recorriendo el Parque. En esta visita, recorrimos las Serras de Peneda, Soajo y Amarela, así como un trocito de la de Gerês.


Las montañas tipo cuchillo son típicas de la Serra de Peneda.

Quizás lo primero que reseñar de este Parque es que no parece diseñado para el tipo de visita que teníamos en mente. Estamos muy (mal) acostumbrados a cosas como los apartaderos, incluso en las carreteras más pequeñas de la red. Resultaba, de hecho, muy llamativo el cambio al pasar a Ourense, donde estos reaparecían. Mi primera conclusión, por tanto, es que se trata de un Parque en el que lo óptimo es preparar visitas más puntuales que generales, ir a tiro hecho a hacer algo concreto. Lo segundo es que, en algunas zonas, no tienes la sensación de estar en un Parque Nacional. Las estructuras humanas posteriores a la declaración, que no son pocas, nos cuentan que el modelo de protección es menos estricto allí. Es algo que tiene bastante sentido, en realidad, partiendo de lo antes mencionado: Portugal protege áreas mucho mayores y, si la protección en las mismas fuese mayor, esas zonas sufrirían económicamente. Esto nos genera un conflicto sobre el que pensé, y no poco, desde la visita: ¿es preferible proteger menos estrictamente un área mayor, o ser más duro con áreas menores?¿Es más efectivo mantener corredores y espacios mayores conservándolos menos, o se pueden sacrificar estos en pro de una conservación más estricta? A pesar de estos pensamientos, hay que reconocer que Peneda-Gerês no es una zona particularmente impactada, y que esta huella humana se circunscribe, sobre todo, al pie de monte. 


Caballos semisalvajes en Gerês.

La razón de que este impacto no sea mayor en muchas zonas del Parque viene de la mano con su primer atractivo: el paisaje. Aunque muchas veces asimilamos el paisaje granítico a formas redondeadas -los domos plutónicos-, lo cierto es que muchas veces producen formas salvajes. Nuestra primera parada, Castro Laboreiro, en Peneda, fue buena prueba de ello. Aunque lejos de las imágenes de los montes calizos, lo escarpado de estas montañas es llamativo y, desde luego, es una razón más que válida para la falta de impacto en la zona. Los paisajes de las sierras de Peneda, Amarela y Gerês son auténticamente espectaculares. Tanto, de hecho, que desmerecen bastante a la Serra de Soajo. Aunque no dudo de  que tiene lugares preciosos y un gran valor natural, sus formas, mucho más suaves, son un pequeño bajón. El recorrido que hicimos (un zig zag cruzando a Ourense) nos llevó por carreteras de montaña preciosas, a media ladera, con los valles desplomándose a nuestro lado. Si los paisajes os llaman -para verlos o para fotografiarlos-, estas rutas, y muy especialmente la que va de Entre-Ambos-os-Ríos y Ponte, son vuestro lugar.


Valles verticales de Serra Amarela.

Por la orografía de la zona, Peneda-Gerês mantiene algunas zonas especialmente pintorescas. Aunque lo habitual es que las zonas protegidas se encuentren en el medio rural, no es menos cierto que el medio rural, hoy día, tiene poco que ver con el de hace cien años. Pero este Parque es especial en este sentido también. En algunos pueblos perdidos entre sus montes -como Germil-, podemos ver aún los ropajes típicos usados de modo cotidiano, especialmente en mujeres mayores, que visten de riguroso luto, con pañuelos negros en la cabeza. También en esta zona (entre Amarela y Gerês) podemos encontrar ejemplos de la ganadería local, representada en la raza vacuna Barrosã, presente también a este ladode la frontera (donde se la conoce como Cachena). Esta raza, bastante primitiva y muy rústica, aprovecha mejor que otras los recursos de una zona bastante dura. Esta región comparte también con Galicia la ganadería equina, con manadas de caballos semisalvajes libres por la carretera el monte.


Los cuernos de las vacas de raza barrosã denotan lo antiguo de la misma.

Si hay algo que nos falló en esta visita, fue la fauna salvaje, aunque no debería haber sido así, aunque tampoco contábamos con ver algunas de las especies más emblemáticas del Parque, como el corzo (enseña del Parque) o el lobo, es cierto. Este último es un recolonizador reciente, después de ser exterminado de la zona, donde dejó su huella en forma de los conocidos como fosos de lobo, estructuras humanas pensadas para atraparlos. Los que pudimos ver estaban formados por dos muros convergentes, hacia los que se batía a las manadas, que terminaban en un desnivel -el foso, propiamente dicho-, por el que caían y en el que se les remataba. Protegido ahora, el lobo vuelve a estas sierras, pero aún en un número escaso. Algo más fáciles de ver deberían haber sido las rapaces, uno de los atractivos más publicitados del Parque. De hecho, en el Centro de Visitantes del vecino Parque Natural da Serra do Xurés, en Lobios, se sorprendieron de la falta de avistamientos, porque son uno de sus reclamos más fiables. Unos días antes, nos contaban, habían visto águilas reales, sin ir más lejos, pero ese día no hubo suerte. Un tábano y una corneja constituyen la totalidad de fauna salvaje que fuimos capaces de encontrar.




En conjunto, fue una visita extraña. Algunos aspectos nos sorprendieron muy gratamente, mientras que otros nos dejaron con mal sabor de boca. Para mí, personalmente, que los paisajes me gustan para verlos y la fauna para fotografiarla, no fue una gran visita. Por supuesto, la disfruté, pero siento que no la aproveché como podría haberlo hecho. También me permitió conocer un Parque con el que no contaba y ver de primera mano las diferencias que pueden tener incluso dos Estados tan próximos y semejantes como Portugal y España en lo referente a la protección de la naturaleza, así que no puedo decir que fuese una visita improductiva. Finalmente, hubo cosas que me dejé en el tintero -la mitad sur del Gerês, fotografiar Gemiral con calma...-, aparte de las cosas que deberíamos haber visto y no vimos, de modo que volveré pronto. Por suerte, y teniendo en cuenta lo cerca que está de nuestra base de operaciones, eso sucederá pronto.




Despedimos Portugal desde el Embalse del Río Homem.

domingo, 9 de setembro de 2018

Naturaleza doméstica.

Me decía hace poco uno de mis escasos y apreciados seguidores que ya pensaba que había abandonado este proyecto. Nada más lejos de mi intención, aunque la verdad es que motivos tenía para pensarlo. Este verano, entre trabajo, una operación menor pero molesta y las últimas boqueadas de mi agonizante ordenador, no tuve el tiempo que hubiese querido dedicarle a esto. Sobre todo, siendo claros, porque no me apetecía nada editar fotos. Pero nada de nada. Tengo, de hecho, una entrada a medio hacer, y otro par esbozadas al momento de escribir estas líneas, pero hoy me decidí por uno de esos temas en los que pienso de vez en cuando: la naturaleza doméstica.


La gaviota patiamarilla (Larus michaelis) se adapta al ser humano con gran facilidad.

Vivimos en una sociedad que utiliza con alegre despreocupación la palabra salvaje. Es culpa del Romanticismo, en realidad, una época a la que debemos muchas cosas -no olvidemos que la protección de la naturaleza, tal y como la entendemos a día de hoy, nació en con este movimiento- y que, como contrapeso, nos dejó algunos lastres. Este, en concreto, viene de mezclar en el mismo almirez dos conceptos que conviven bastante mal: el disfrute de la naturaleza y la preservación de la misma en su estado original. Porque, como sucede en el famoso Principio de Incertidumbre, que establece que se puede conocer la posición o la velocidad de un electrón, pero no las dos a la vez, podemos disfrutar de la naturaleza o preservarla en su estado original, pero no hacer ambas cosas. La mera presencia humana, aunque sea en un grado mínimo y en forma de visitantes responsables y habilidosos, cambia la naturaleza. El Romanticismo llamaba a encontrarse con la naturaleza salvaje, y para ello había que llegar a esta. Cuando, en 1864, se declaró el Parque Estatal de Yosemite -el origen del concepto moderno de Parque Nacional-, las palabras usadas fueron "deberá ser conservado para el uso, descanso y disfrute públicos, y serán inalienables por todos los tiempos"[1]. Desde el primer momento, nuestro afán proteccionista está marcado por un impulso egoísta: queremos naturaleza, pero la queremos para disfrutarla nosotros. ¿Es esto malo, per se? No tengo una opinión firme a este respecto, la verdad. Pero, si tiramos hacia atrás de este hilo, encontramos un problema: conservamos la naturaleza para visitarla, al visitar la naturaleza la alteramos y, al alterarla, deja de ser salvaje.


Este petirrojo (Erithacus rubecula) vive junto a un sendero en Bré, Irlanda.
La confianza que demostraba era impactante.

La primera vez que pensé acerca de esto fue en Irlanda cuando, con un lapso de dos meses, encontré al mismo petirrojo en el mismo sitio y a una distancia -suficiente para que el teleobjetivo se negase a enfocar- insultante para la selección natural. Sin embargo acuñé -y estoy seguro de que no soy el primero al que se le ocurre, porque soy ocurrente pero esta no es mi opera magna- el término naturaleza doméstica esta primavera, en Picos de Europa. Fue, concretamente, en Fuente Dé, que es uno de los puntos calientes del Parque y una de sus entradas más clásicas. Su teleférico es, probablemente, uno de los elementos más reconocibles de toda la Red, de hecho, y sube a cientos de personas cada día al Alto del Cable, desde donde se aprecian unas vistas espectaculares y desde donde salen algunos itinerarios sencillos de bajada. Para nuestra desgracia, aunque llegamos pronto -en previsión de aglomeraciones de gente-, nos quedamos con cara de idiotas al enterarnos de que tres metros de nieve tenían bloqueado el teleférico en su parte superior. Mientras los esforzados trabajadores del mismo retiraban la nieve (descolgándose y con palas en el Alto, eso es una profesión de riesgo y lo demás son tonterías), nosotros nos dedicamos a brujulear por abajo, mirar aludes y maldecir la nieve. En esas estaba yo por el aparcamiento cuando apareció un arrendajo. Vaya vulgaridad, ¿no? Bueno, los arrendajos son una de esas especies que disfrutan poniéndomelo difícil, y justo una semana antes una bandada se había estado riendo de mí en Vigo, así que les tenía algo de rabia. Pero este arrendajo no desaparecía, se limitaba a alejarse. Estoy seguro de que entendéis a qué me refiero, es el mismo comportamiento que desarrollan gorriones o palomas en las ciudades. No se dejaba acercar demasiado, pero estaba claro que no me tenía miedo. Ni a mí ni a otras personas. Ese arrendajo vivía en el parking, y dedicaba el tiempo a buscar restos de comida de los visitantes.


Este arrendajo (Garrulus glandarius) vive de los restos en parking de Fuente Dé.

Finalmente, pudimos subir y, nada más llegar, la historia se repitió. En esta ocasión, fueron chovas piquigualdas (Pyrrhocorax graculus) las protagonistas. La primera me sorprendió -¡Oh, mira, qué cerca, qué simpática!-, pero de pronto me di cuenta de que, como el arrendajo, aquellas chovas vivían de los turistas. De nosotros. Aunque no era, ni de lejos, un día con muchos visitantes, la bandada revoloteaba a nuestro alrededor, buscando -y consiguiendo- comida fácil. Estaba claro que aquello era lo normal. La verdad es que no debería sorprenderme. Muchas aves se adaptan con facilidad a la presencia humana y obtienen ventajas de la convivencia, y los córvidos tienen fama de ser especialmente listos. Por eso los hides con cebo funcionan tan bien, claro, tanto los de bebedero como los muladares: pones algo que las aves quieren, comida o bebida, y ellas bajan y te dejan unas vistas envidiables. Es la clave de su popularidad, por otro lado. Pero, ¿podemos hablar de naturaleza salvaje? ¿No vamos desplazándonos, acaso, hacia una naturaleza cada vez más doméstica?


La nieve molestó más a las chovas piquigualdas (Pyrrhocorax graculus
que a nosotros, por la bajada de visitantes que supuso. Aún así, insistían.

Pero no sólo los animales se ven afectados. Hay quien espera -vaya usté a saber por qué- que el campo sea cómodo. Gente que se queja de incomodidad porque no puede visitar un Parque de alta montaña con un calzado inapropiado (tacones y converse en un Picos nevado, ¿qué le pasa a la gente por la cabeza?). O de que Aigüestortes no es accesible con un carrito de bebé. O de tantas otras cosas. Nunca me cansaré de decir que la naturaleza no se adapta a nosotros, sino al revés. Si caminas con zapatillas de tela por la nieve, se te mojarán los pies y, a lo mejor (sólo a lo mejor), un itinerario de montaña no es el lugar para llevar a un bebé. A pesar de ello, estas actitudes calan, y llegan a los gestores, que hacen por mejorar la accesibilidad. Y, cuanto más caminamos en esa dirección, cuando más llenamos nuestra naturaleza de caminos, carreteras, parkings -lo habitual-, restaurantes, baños públicos, accesos sencillos -algo menos habitual- y demás, más modificamos estos entornos. ¿Qué tiene hoy que ver recorrer Picos de Europa, por poner un ejemplo claro, con lo que fue recorrerlo para Pidal, hace cien años? La respuesta es nada, y eso que la mayor parte del Parque no es accesible. Hemos llevado la conservación para el disfrute público como bandera durante más de un siglo, y aquí nos deja, ante una naturaleza que no es salvaje, porque ya la hemos domesticado.


Los senderos de tablas son una imagen habitual en nuestros espacios naturales.

A estas alturas de entrada, me siento como un viejete gruñón gritándole a las nubes, y probablemente el lector así me está viendo. No es así, esta vez, al menos, ya dije antes que no tengo una opinión firme a este respecto. Es cierto que no miro con buenos ojos la masificación de los Espacios Naturales, y este mismo verano agité mi puño hacia las nubes con artículos como el de las masificaciones en el Aneto o las denuncias por incumplimiento de los cupos en Ons. Pero no es ese el tema de la entrada. Incluso una presión turística  aceptable, con un cupo de visitantes basado honestamente en datos científico-técnicos, no cambiaría el asunto de fondo de esta entrada. La naturaleza, tal y como la concebimos, tal y como la vivimos, no es salvaje. ¿Es eso malo?¿Es bueno? No estoy seguro de que exista eso del bien. O el mal. Sólo hay lugares en los que estar.[2]



Aún podemos observar grandes necrófagas, como el buitre leonado (Gyps fulvus)
 sin ayuda en lugares como Monfragüe.

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[1]: "...that the premises shall be held for public use, resort, and recreation; shall be inalienable for all time." Yosemite Grant Act, 1864.
[2]: "I am not sure there is such a thing as right. Or wrong. Just places to stand" Terry Pratchett, El Segador.