luns, 18 de febreiro de 2019

Parques que no fueron: Gredos y la Mancha Húmeda.

Supongo que el potencial lector ya lo sabe, pero estamos de enhorabuena: tras todas las trabas y las protestas, el Gobierno decidió hace poco aprobar la ampliación del Parque Nacional Marítimo-Terrestre del Archipiélago de Cabrera. Más allá de los análisis políticos sobre por qué ahora, es una gran noticia: no sólo amplía su superficie hasta las 90.000 hectáreas, convirtiéndolo en el Parque de mayor tamaño de la Red, también aumenta el porcentaje marítimo de la misma del 4 al 23%, y alcanza por primera vez profundidades de hasta 2000m. Debo reconocer que tenía mis dudas respecto a que esta ampliación, consensuada en Baleares pero criticada por el sector pesquero andaluz, fuese a cristalizar, pero finalmente se hizo realidad. Y así, dándole vueltas a la creación de Parques Nacionales y aprovechando que el Adaja pasa por Ávila, finto, hago un quiebro y empiezo a contaros una de nuestras últimas aventuras en dos Parques que pudieron ser, quizás debieron pero, por distintos motivos, no fueron: la Sierra de Gredos y la Mancha Húmeda.


El observatorio de la Isla del Pan al atardecer.

Aunque, por este proyecto, le doy siempre preferencia a visitar Parques Nacionales, si nos seguís desde hace un tiempo sabréis (y si no, os lo cuento ahora) que también visitamos Parques Naturales, Regionales e, incluso -incluso- zonas sin protección formal pero con valores medioambientales elevados. Esto se debe en parte a que no siempre tengo el tiempo ni el dinero para acercarme a Parques de los lejanos, y tampoco puedo pasarme la vida visitando una y otra vez los cuatro Parques que tengo cerca. Digo esto consciente de que llevo tres visitas a Monfragüe en aproximadamente un año. El caso es que, aunque estas Navidades cayó Parque Nacional -Guadarrama sin nieve, por fin-, también lo hicieron estos dos espacios. Mi objetivo personal, más allá del chupifláutico de  ver espacios naturales, era fotografiar dos especies muy concretas: la grulla (Grus grus) y el íbice ibérico (Capra pyrenaica). Como avance, lo conseguí a medias.


Los aguiluchos laguneros (Circus aeroginsus) son rondadores habituales.

El de la Mancha Húmeda es un concepto curioso. Se refiere al conjunto de tablas (lagunas temporales de muy poca profundidad), lagunas y demás acumulaciones, temporales o permanentes, naturales o artificiales, de agua que se dan en una zona concreta de la meseta sur, entre las provincias de Toledo y Ciudad Real, con pequeñas incursiones en Cuenca y Albacete. Su ejemplo más conocido (aunque ahora mismo no sea el mejor) es Tablas de Daimiel. Se trata de una zona en la que multitud de aves encuentran refugio todos los años, y son estas concentraciones las que justifican, en buena medida, su protección. No obstante, la historia de los humedales es -siempre fue- triste: tradicionalmente considerados lugares insalubres, origen de enfermedades e inútiles desde cualquier punto de vista, durante siglos lo mejor que se podía hacer con un humedal era desecarlo. Por suerte, durante buena parte de esos siglos, de lo que se carecía era de medios para hacerlo... pero la suerte se acaba. Ya en el s.XX, la desecación de humedales era, no sólo algo posible, sino bien visto. Algunos grandes humedales de la Península se perdieron a lo largo de este siglo, como Antela, en Ourense, o la Junta de los Ríos, en la Mancha, que se desecó bajo una ley específica que perseguía acabar con los humedales de la zona. Y pudo ser peor. De hecho, la declaración de Tablas de Daimiel, en 1973, fue realizada contrarreloj, con las obras de desecación ya comenzadas. Por suerte, dos años antes se había firmado la Convención de Ramsar sobre protección de los humedales, que supuso un antes y un después en el modo de mirar a los humedales por parte de las administraciones.


La malvasía (Oxuyra leucocephala) va, poco a poco, recuperándose.

Aunque los problemas no acabaron con la declaración de Tablas -nada más lejos-,  al menos ahora les prestamos atención. No significa, claro, que resolvamos los problemas, pero al menos pecamos de malos, no de ignorantes. Unos años después de Tablas, en 1980, se declaró la Reserva de la Biosfera de la Mancha Húmeda, que tampoco acabó con los problemas, pero extendió la protección, aunque de menor grado, a una miriada de lagunas, tablas y charcos en general. Se da el curioso fenómeno, además, de que muchas de estas lagunas están, paradójicamente, en mejor estado que el Parque: Tablas tiene un sistema que, aparte de delicado, es complejo. En las dos visitas que hicimos a Tablas en 2018, el Gigüela no corría, aunque sí lo hacía el Guadiana. La frase "Los pájaros están en Navaseca" es una de las que más escuché a lo largo de este año, y puedo confirmar que es así. No tiene nada de particular, vaya, las aves, especialmente las de paso, llegan a la zona y, donde ven lo que quieren, se paran. Hay años en los que Tablas (y algunas de las otras lagunas) no dan las condiciones, y no atraen aves, que se van a un salto de distancia, a lagunas como Alcázar de San Juan o Manjavacas. O incluso a lagunas de origen humano, como la de Navaseca, que se forma por el agua depurada del pueblo. A mí, personalmente, las paradojas de este estilo me crispan un poco: si Tablas se declaró por las aves, pero las aves, un cierto porcentaje de los años, están en otras lagunas próximas, protegidas con menor categoría, ¿por qué no extender el Parque Nacional, al menos, a las lagunas que comparten con Tablas el funcionamiento general y la riqueza de especies? A veces cuesta pensar en Parques discontinuos, pero ya tenemos uno, ¿por qué no otro? Esta idea no es nueva para mí, pero esta visita (de Manjavacas hacia Tablas, parando en cada laguna que encontrábamos, o casi) terminó de reforzar mi convencimiento al respecto. Desde un punto de vista de conservación es claramente positivo, pero también desde el punto de vista de atraer visitantes, redistribuyendo la presión y aumentando la satisfacción del visitante. También conferiría a Tablas una cierta estabilidad: un Parque que está siempre bajo la espada de Damocles dejaría de vivir con el miedo de la retirada de la categoría cuando los años malos llegan. Espero llegar a verlo algún día. Para terminar con esto, añadiré que vimos grullas a patadas y que algunas hasta se dejaron fotografiar.


Desde la Isla del Pan, las grullas (Grus grus) pasaban en grupos al atardecer.

Cambiamos de tercio, de zona, de ambiente, de Comunidad y hasta de meseta para irnos a Gredos, concretamente al Parque Regional de la Sierra de Gredos, que comprende, sobre todo, el Macizo Central, donde encontramos la Plataforma, la Laguna Grande y su cumbre más alta, el Almanzor donde, según la tradición, está enterrado el caudillo cordobés. Siendo mi madre de El Barco de Ávila, Gredos es parte de mi niñez, tengo subido muchísimas veces a la Plataforma, que era donde íbamos "a la nieve" en Navidad. Tengo muchos recuerdos agradables de esta zona, pero hacía muchos años que no iba. Es cierto que mi primera salida fotográfica fue a la zona del Barco (Valdecorneja, por cierto, el primer feudo que tuvo en señorío la Casa de Alba), con Irene, pero no llegamos a subir a Gredos. Este año, en cambio, decidí subir, a ver si encontrábamos cabras, que son probablemente sus más conocidos y confiados habitantes.


Praderas alpinas, valles glaciares, nieve, viento, piornos... Gredos.

Si tenemos que comparar Gredos con algo, ese algo es Guadarrama. Son ambas zonas de alta montaña y base granítica, con una estructura y unas especies similares. Gredos es, no obstante, una zona algo más salvaje, en buena medida por estar menos poblado y, sobre todo, por estar más lejos de Madrid. Aunque se declaró en 1996, ya existía una Reserva Nacional de Caza -una de las primeras figuras de protección del Estado- con cierta fama. De hecho, la gestión de la caza de la subespecie victoriae del íbice ibérico es reivindicada a menudo como una muestra de las bondades del sector cinegético para la conservación de la naturaleza (aunque, de hecho, su aportación consistió, básicamente, en dejar de cazarla y reservarla como pieza de caza para el Rey). La zona del Macizo Central es un gran ejemplo de montañas graníticas procedentes de la Orogenia Alpina, altas y escarpadas. Las huellas de glaciarismo son también abundantes, con circos completos y valles glaciares. También son de gran relevancia las praderas alpinas, cubiertas de pastos de alta montaña. A nivel biológico, se trata de un reducto glaciar, en el que podemos encontrar hasta diecisiete endemismos (nueve especies y ochos subespecies). Es, resumiendo, un espacio que no habría desentonado en absoluto en la Red y que, probablemente, habría permitido una declaración más sencilla y menos forzada que Guadarrama. No creo que sea tarde para Gredos, la verdad, y sin duda sería un paso deseable para su conservación.


No fue día de pájaros, pero un escribano montesino (Emberiza cia) decidió colaborar.

Nuestra visita estuvo a piques de ser un desastre. Para empezar, estaba fundido (el día anterior, en Peñalara, había sido más duro de lo esperado). Además, nada más bajar, me di cuenta con horror de que nuestro intento de arreglar el bastón de trekking modificado que usaba de monópode (otra víctima de Peñalara) lo había dañado sin remedio, de modo que pasé todo el día tirando a pulso. Con mi objetivo largo y sus buenos dos kilos de peso, un rato puedes tirar, pero para un día entero acabas hecho polvo. A nada de salir del coche nos dimos cuenta de que el segundo cuerpo de cámara (la de mi padre, oportunamente y temporalmente expropiada para la causa) no funcionaba con el objetivo que le habíamos puesto, y tuvimos que volver a cambiarlo. Pero ninguna de estas cosas se acercó siquiera al miedo (cada vez mayor a medida que pasaba el día) por no ver ni un sólo íbice. ¿Será posible que seamos los únicos pringáos que suben a la Plataforma y no ven una sola cabra? Esa fue nuestra cantinela durante toda la mañana, mientras íbamos subiendo y siguiendo uno de los valles glaciares menores, parando cada tanto a escudriñar con cara de mucha concentración las paredes.Sin éxito, debo añadir. Ya mosqueados con el asunto, decidimos parar a comer al final de una pradera y esperar. Y esperamos, hasta que una piedra rara me hizo tirar una foto de prueba. Por una vez, una piedra rara resultó no ser una piedra, sino la primera de un grupo de alrededor de treinta íbices, una manada completa, que bajaba de las cumbres: machos jóvenes, hembras, cabritillos y un gran macho dominante que iba controlando que ninguno se quedase atrás. En total debieron tardar una hora en bajar la ladera -una cabra sóla podría haberlo hecho en diez minutos como mucho-, antes de ponerse a pastar en la pradera. Mucho más contentos, buscamos nuevos grupos en otro valle, aunque sin fortuna. Al llegar al parking, de todos modos, pudimos ver alguna más (una hembra solitaria y un grupo de tres machos), que terminaron de redondear el día.


El macho dominante, vigilando la bajada de los cabritos.

La verdad es que, visto en perspectiva, esta Navidad fue una locura, y las tres salidas que hicimos (Mancha, Peñalara y Gredos) fueron largas y duras. Por otro lado, me dejaron bastante satisfecho, no sólo por cumplir mis objetivos, sino porque estas visitas resultaron ser muy relacionables, tanto con el Proyecto como con los Parques Nacionales. Y eso, al final, es todo lo que puedo pedir.