mércores, 30 de outubro de 2019

Benahoare, la isla de la Caldera.

No siempre resulta fácil mantener un proyecto como este a un ritmo constante. La razón es sencilla, no vivo de esto, lo que me obliga a desplazarlo en mi orden de prioridades. El trabajo de gabinete, es decir, la edición y las entradas, se ven a veces postergados sine die cuando la vida no me da para más. Tampoco todo el material que genero es igual de fácil de tratar. Suena a excusa y, a ser sinceros, lo es en cierta medida. Pero aquí estamos, otro día, otra entrada más, dispuestos a comenzar a dar salida a nuestro material canario. Tras la entrada sobre Garajonay, me encontré ante el problema de cómo encarar la isla de La Palma. Lo cierto es que fue una visita tan intensa y variada que el reto es sintetizar todo lo que vimos en un número razonable de entradas para no pasar el resto del año hablando de este viaje. Tras valorarlo, creo que lo mejor es empezar hablando de la isla en sí misma, una tierra de contrastes intensos, una isla que no desmerece a sus Parques ni la catalogación como Reserva de la Biosfera. Lo mejor será empezar hablando de La Palma.


El lagarto tizón (Gallotia galloti) es casi omnipresente en La Palma.

Marcando el extremo noroccidental del archipiélago, La Palma es una isla con forma de lágrima invertida, y es una de las más jóvenes de Canarias. De hecho, la última erupción, la del Teneguía, tuvo lugar en 1971, y aún se considera un punto caliente de vulcanismo. Las erupciones sucesivas moldearon el paisaje con fuerza y claridad, y la propia historia geológica de la isla aparece ante los ojos sin tener que esforzarse demasiado. Su altura permite la retención de nubes, cuyas descargas modelaron el ya espectacular paisaje volcánico para darle la forma que vemos hoy. No está muy claro en qué momento se pobló La Palma por primera vez, aunque se suele considerar que, en el momento de la conquista castellana, tenía alrededor de 2000 años de poblamiento a sus espaldas. Se cree también que recibió más de un aporte poblacional, entre ellos una llegada de migrantes saharianos en torno al s.VIII. Para el s.XV, la isla, denominada Benahoare por sus habitantes, se dividía en doce bandos. Resulta notable que los aborígenes canarios carecían de metalurgia debido a la carencia de materias primas, aunque sí se han encontrado evidencias de pictogramas alfabetiformes relacionados con las lenguas bereberes. También habían perdido la capacidad de navegación, por lo que el aislamiento entre las islas fue casi absoluto. Benahoare fue la penúltima isla en caer en manos castellanas, durante la denominada conquista real, y fue sometida por Alonso Fernández de Lugo que, desembarcando en Tazacorte y tras firmar un acuerdo con los líderes de cuatro de los doce bandos, sometió con relativa facilidad al resto. Sólo el de Aceró resistió un tiempo, refugiado en la Caldera de Taburiente, hasta el apresamiento de Tanausú, su líder. Descabezado el bando, murió Benahoare y nació La Palma.


El cernícalo vulgar canario (Falco tinnunculus canariensis) anida en los cortados.

Quizás una de las cosas más impactantes de La Palma sea su paisaje. No se trata de que sea bonito (que lo es) o espectacular (que también), sino del marcadísimo contraste que se puede encontrar en muy poco espacio. Desde las húmedas laurisilvas de Las Nieves, pasando por los pinares de canario de la Caldera y Cumbre Vieja, decoradas con impresionantes formaciones geológicas como conos y roques, hasta las zonas volcánicas recientes del Teneguía, donde tuvo lugar la erupción terrestre más reciente del archipiélago, la isla es una sucesión de ecosistemas diferentes. ¿Cómo se puede describir una isla que tiene a unos pocos kilómetros un densísimo bosque húmedo y un erial de polvo donde la vegetación especializada de aferra a la vida? Resulta muy difícil describir La Palma como una unidad porque, para ser sinceros, no lo es. Ni falta que le hace, ollo.


El zifio de Blainville (Mesoplodon densirostris) fue una agradable sorpresa en Tazacorte.

Nuestro viaje resultó intenso, pero provechoso, y creo que fuimos capaces de exprimir los días que pasamos allí. Las rutas a pie (Barranco de las Angustias en el Parque Nacional de Timanfaya, Los Tiles en el Parque Natural de Las Nieves y Los Volcanes en el Parque Natural de Cumbre Vieja) resultaron agradables y muy provechosas. Quiero aprovechar para recordar a las cabezas locas (como yo) que: 1) Si tenéis una lesión "curada" y os resurge, no os forcéis, podéis pasaros semanas lamentándolo. 2) En Canarias hay que echarse crema bien, si os la extendéis mal, os arriesgais a pasaros unos entretenidos días con ampollas en los hombros. Aunque ambas cosas (sí, ambas, y además el mismo día) me sucedieron, no fueron capaces de arruinar la experiencia. También en coche se pueden disfrutar sitios espectaculares, como la Cumbrecita (de donde sale un sendero guiado) o la ladera norte de la Caldera, hasta el Roque de los Muchachos. Aunque en Canarias -no sólo en La Palma- las carreteras estrechas junto a paredes verticales son casi un cliché paisajístico, y pueden resultar un poco impresionantes de primeras, tengo que reconocer que son unas carreteras que se disfrutan una barbaridad.


El volcán de San Juan es una de las vistas más espectaculares del P. Nat. de Cumbre Vieja.

Mención aparte merecen las costas. Como soy oceanógrafo, tengo una necesidad innata de valorar la riqueza marina de cualquier sitio al que voy. No pude bucear en esta ocasión, pero sí pudimos realizar una salida en barco por la costa norte de Tazacorte, en el oeste de la isla. Zifios, una familia de rorcuales y los omnipresentes delfines moteados fueron nuestros compañeros de viaje, mientras las pardelas atlánticas nos sobrevolaban de continuo, atentas siempre a los bancos de peces. Quedé, en general, satisfecho con el hacer de la tripulación, que se movió con cuidado cuando aparecían los cetáceos. Siempre se pueden hacer mejor las cosas, pero visto lo que algunas empresas entienden por observar cetáceos, nuestra experiencia fue más que aceptable.


Una gaviota patiamarilla (Larus michahellis) le roba el almuerzo a una pardela atlántica (Calonectris borealis).

Dejo para el final una de las cosas que más me impresionó de La Palma: la Ley del Cielo. Ignoro si se llama así realmente, o es sólo cómo la llamaban ellos, pero es una normativa que, grosso modo, restringe la luz que se puede emitir en la isla, con el fin de preservar la calidad del cielo nocturno. Esto suena bastante romántico, pero tiene más que ver con la presencia de varios observatorios astronómicos en la ladera del Roque de los Muchachos que con consideraciones más poéticas. A pesar de ello, la normativa (que establece la potencia máxima de las bombillas, la orientación de las farolas, etc) tiene un efecto notable, permitiendo que, en medio de una población, puedas ver estrellas que los urbanitas no estamos acostumbrados a poder ver. Sirve, además, de buen ejemplo: las calles no resultan oscuras para nada, y la iluminación, aunque suave, es más que suficiente, e incluso más agradable que las agresivas luces que son sinónimo de poblamiento humano en tantos lugares. Para quitarse el sombrero.


No hay muchos sitios donde encontrar palomas bravías (Columba livia) puras. La Palma es uno de ellos.

Llegamos al final de esta entrada con la cabeza ya trabajando en cómo afrontar las siguientes. Creedme si os digo que la cantidad de información que recopilé sólo sobre la Caldera da para un buen puñado de entradas. Poquito a poco, iremos sacándolas, sin prisa pero sin pausa. Quisiera acabar dando las gracias a algunas personas que hicieron de este viaje algo espectacular y cuya experiencia y conocimiento valoro como algo realmente especial. En primer lugar, a Ángel, Director del Parque Nacional de Caldera de Taburiente, por su buen humor y su enorme trabajo, así como por arrastrarnos al Parque Natural de Cumbre Vieja. También a Antonio, de Tragsa, cuyas experiencias me parecen dignas de un documental, y que nos enseñó buena parte de las acciones de conservación que se llevan a cabo en el Parque. A Laura, de la Reserva de la Biosfera, con la que coincidimos menos pero que también nos contó gran cantidad de cosas interesantes sobre toda la isla. Y, finalmente, a David, Agente del Parque y gran fotógrafo, que nos acompañó durante el primer tramo de la ruta del Barranco de las Angustias y nos enseñó detalles que, de otro modo, nos habríamos saltado. Entiendo que suena un poco a tópico, pero al final la gente es el mejor patrimonio que nos encontramos allá donde vamos. Nos veremos pronto. Y en cuanto a La Palma... ¡qué remedio, tendremos que volver pronto también!


¿Qué mejor que la costa desde las salinas de Fuencaliente para decir "Hasta pronto" a La Palma?