martes, 15 de maio de 2018

Emilio, los araos y las noches en la ría.

Se llamaba Emilio(1). O quizás no, claro, pero le puse nombre accidentalmente, y ahora se llamaba así. Era un inmaduro de cormorán moñudo (Phalacrocorax aristotelis), y hace cosa de una semana salió a pescar. Los cormoranes moñudos no son particularmente elegantes volando -es evidente que su diseño corporal no está ideado para eso-, pero debajo del agua son un espectáculo, bucean maravillosamente. Pero esa mañana, aunque Emilio no lo sabía, sería la última. Encontré su cabeza, cortada limpiamente, flotando en el puerto de Sanxenxo. No había visto una red, se enganchó en ella y no pudo escapar. Se ahogó. El dueño de la red, al encontrarle, cortó su cuello para no comprometer la red, y arrojó los restos al agua. Había sido hacía poco, los restos no olían y los ojos estaban intactos. Sobre el párpado medio cerrado, Emilio aún me miraba. Quizás de haberlo encontrado más tarde, de no haber visto esa mirada en la cabeza cortada de un cormorán, hoy no estaría escribiendo esto. Pero me miró y, de algún modo, eso me entristeció hasta límites insospechados.




Como Emilio, muchos cormoranes moñudos mueren cada año de este modo. Si hay una muerte que me asusta de verdad, esa es morir ahogado. Quizás sea porque buceo, y es algo que siempre aletea en mi mente, o quizás porque Ken Follett era excesivamente descriptivo en Los Pilares de la Tierra. No se por qué, pero es una muerte terrible. Compartíamos hace poco en nuestras redes esta entrada del blog Viajando a ver bichos de Íñigo Fajardo, un viejo amigo de la familia, y lo hicimos, no sólo porque creemos que es algo que debe saberse y contra lo que se debe luchar, sino también porque fue una historia que me impactó. Entre la protagonista de la historia de Íñigo y la de Emilio median muchas similitudes y algunas diferencias. Y la principal de estas es que los responsables de la muerte de Emilio no estaban haciendo nada mal(2). Este tipo de muerte no es nada infrecuente entre aves marinas buceadoras y, en el caso del cormorán moñudo, avanza hasta el nivel de vaya, esto es preocupante. Las redes de nylon son difíciles de ver debajo del agua -si sois buzos, lo sabéis, seguramente-, así que los cormoranes van buceando en busca de alimento, las atraviesan y ya no salen.




Hace cosa de una semana, estuve en una charla sobre aves marinas que impartían la SEO y la SGO en O Grove. Con sus más y sus menos, tuvo cosas interesantes y me dio cosas en las que pensar. Y, como buena charla ornitológica en Galicia, se habló del arao común. Porque sí, porque el arao (Uria aalge) es un ave que, por algún motivo, está fijada en el imaginario colectivo del naturalismo en Galicia. Hace décadas era, efectivamente, abundante -la población de Berlangas, en Lisboa, era de varios miles de parejas-, pero de pronto empezó a retroceder. La última pareja nidificante, en Cabo Vilán, dejó de criar hace un año o dos. Los motivos que escuché para la desaparición del arao en Galicia son variados: el cambio global, la degradación del hábitat, el tráfico marítimo, la bajada de población de la anchoa... en fin, una ristra de problemas poco concretos y poco solucionables localmente. Además, la gallega era la subpoblación frontera de una población bastante grande, y los bordes suelen ser zonas en las que las fluctuaciones no son infrecuentes. Pero en esta charla se mencionó algo que era la primera vez que escuchaba: la correlación entre la desaparición del arao en Galicia, la aparición de las redes de nylon y el aumento del número de artes de pesca usadas -consecuencia del abaratamiento del coste. Y dices oh, vaya, tiene sentido. Porque el arao también bucea. Porque las redes de nylon se ven peor que las de fibras naturales. Porque, de pronto, te das cuenta de que el problema de los cormoranes no sólo afecta a los cormoranes. Por supuesto, no es que esta sea LA causa de la desaparición del arao, probablemente sea sólo una de tantas. Pero vamos viendo un problema que no es puntual sobre una especie, sino generalizado sobre un tipo de aves.


Sisargas, uno de los últimos reductos del arao común.

Llegamos, una vez más, al punto crítico. ¿Conservación o desarrollo?¿Justifica "un pajarito" dificultar la vida de los pescadores? Yo, que soy un optimista, siempre creo que debe haber modos de compatibilizar las cosas, pero un número nada desdeñable de gente respondería con un tajante "no". Hace menos de un mes, leí a alguien defender que el Delta del Ebro no podía ser excusa para no utilizar salvajemente el agua del río, porque era más importante mantener una agricultura demencial que proteger a unos pajaritos (hay más cosas, aparte de los pajaritos, en juego, pero esto es un mero ejemplo). Y es esa gente, la que responde con un no, la que cimenta algunas de las decisiones políticas que pagamos caras, como el asunto de la pesca tradicional en los Parques Marítimo-Terrestres. Porque opciones hay, a lo mejor no tenemos una panacea localizada, pero sí tenemos cosas que probar. Se me ocurre que, al menos en aguas de un Parque Nacional, las redes de nylon deberían estar prohibidas. O que el control sobre el abandono de redes (o las multas, si no es posible el control eficaz) deberían ser mayores. O tantas otras cosas. Pero a lo mejor tenemos que esperar a que sólo quede una pareja nidificante de cormorán moñundo para plantearnos según qué cosas.


Y Cabo Vilán, otro de estos reductos.. 

Vayamos ahora a la praia de Fechiño, en Vigo. Pasé muchas noches con mi amiga Ana en esta playa, capturando pulgas de mar para mi Trabajo de Fin de Grado. Cada noche, veíamos no menos de diez barcos navegando junto a la costa. No llevaban luces. Y todos (salvo un par, que estoy convencido de que se pasaron droga) llegaban, soltaban nasas y se iban. Eran nasas ilegales, bien por incumplir la veda, bien por superar su cupo. Y así le va al pulpo, por otro lado. Esa gente existe y, por desgracia, no son pocos. Y, cuando ves el desparpajo y, sobre todo, la impunidad con la que la gente se salta las normas sobre algo que, en definitiva, les beneficia a ellos (lo crean o no), no puedes evitar preguntarte, ¿qué no harán cuando la norma sea para proteger algo que ni les va ni les viene o, incluso, les perjudica?¿Qué acatamiento puedes esperar cuando hay quien se salta las restricciones -por no hablar de las normativas de seguridad marítima- con esa naturalidad? La impotencia que te invade en esos momentos es, sencillamente, descorazonadora.


Los cormoranes no tienen plumas impermeables, por eso se secan al sol.

No pretendo convertir esto en un alegato contra la pesca. Estoy seguro de que hay muchos pescadores escrupulosos en el cumplimiento de la ley, y que están dispuestos a modificar su actividad para proteger el medio ambiente (altruistamente o no). No me cabe duda de que hay pescadores que, cuando en sus redes cae un cormorán, lo lamentan. El problema no son ellos. El problema son los otros, y el problema es que, ni legislamos en la dirección adecuada, ni tenemos medios para hacer cumplir la legislación que tenemos. Mágoa.




Pero no hay que rendirse. Hay muchos grupos, asociaciones, etc que luchan por un mar más racional. Espero que esta entrada, por limitado que sea su alcance, sea un pequeño grano de arena para que llegue un momento en que no haya más Emilios de los que hablar. Lo espero de verdad.

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(1)Emilio recibió su nombre por Emilio Rodríguez, amigo de la familia al que ya mencioné en pasadas entradas, primer director de Illas Atlánticas y una de esas personas que disfrutaban tirándome a la piscina cuando me ponía pesado.
(2)Quiero decir que no tienen por qué. Esa red podía ser legal o ilegal.
(3) Pensaba que tenía fotos de arao común de Irlanda, pero al final resulta que todo es arao aliblanco (Cepphus grylle) y alca común (Alca torda). Aunque casi mejor, no hay casi nada decente en esa serie. 

venres, 4 de maio de 2018

Una semana movida - Sierra de Guadarrama

Es la segunda vez que escribo esta entrada. Espero que Blogger no vuelva a apuñalarme vilmente por la espalda dar problemas, y esta sea la vencida. También decidí aligerarla un poco, porque es cierto que la primera vez me costó hilarla y terminarla, y me dejó una sensación de entrada pesada y farragosa, que no es lo que pretendo. Así que, ahora que se qué quiero decir, puedo quitar aquello que no pinta demasiado (hoy) y centrarme en la primera de las visitas de esta Semana Santa: el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama.


La Maliciosa recibe su nombre por los peligrosos bancos de niebla 
que se forman en su cumbre.

El Guadarrama, que en su acepción más amplia y coloquial reúne las montañas occidentales de Madrid, tuvo siempre un hueco en el imaginario popular de la ciudad, donde a día de hoy sigue hablándose de la Sierra como si no hubiese otra en el universo. Aunque la relación de Madrid con su Sierra no siempre ha sido buena -durante siglos, los aires de la Sierra eran considerados peligrosos e insanos-, sus historias han estado muy ligadas. Su condición de barrera natural ha condicionado buena parte de esta relación, y pasar la Sierra fue durante siglos una aventura. El desplazamiento de la Corte hasta el Palacio de la Granja, en el valle de Valsaín, por ejemplo, era toda una peripecia, aunque no tan peligrosa como los viajes de grupos más pequeños, que debían atravesar unos montes plagados de bandoleros. O podríamos pensar en el Guadarrama como escenario bélico, con Napoleón dirigiendo a pie el paso por un Alto del León sacudido por una tormenta de nieve, o la durísima Batalla de Guadarrama, inmortalizada por Hemingway, clave en la Guerra Civil. Porque Guadarrama, cierto es, enviaba aires cargados de frío a Madrid, pero también protegía aproximadamente la tercera parte de su acceso. A pesar de eso -o, en realidad, siendo eso una consecuencia-, Guadarrama mantuvo durante siglos un aura de montes salvajes y desconocidos, una tierra inexplorada y peligrosa en medio de la meseta.


El pino silvestre es una de las especies más características del Parque.

Cuando, tras el Desastre del 98, ciertos intelectuales llamaron a "reconquistar las montañas", se plantó la semilla de lo que florecería bajo el impulso de Giner de los Ríos y su Institución Libre de Enseñanza. Esta institución, entre sus muchas aportaciones, inició lo que hoy se conoce como guadarramismo, una corriente que buscó explorar el Guadarrama, armada con curiosidad científica, para sacarlo de siglos de oscuridad. Buena parte de lo que hoy sabemos sobre el Guadarrama se lo debemos a aquel impulso y a quienes, con ese entusiasmo tan propio de la época, se echaron al monte armados de cuadernos y botes para saber qué había en aquellos peñascos.



Primera experiencia con Raquetas. Podría acostumbrarme a esto.

Guadarrama es un Parque de alta montaña mediterránea. Aunque el visitante pueda no percatarse en el momento, su altura es comparable a la de Picos de Europa, con sólo 200m de diferencia entre las cumbres más altas de uno y otro. Sin embargo, la ubicación de Guadarrama, sobre la meseta central, lo que sitúa el pie de monte entre los 600 y los 800m, según la submeseta en la que nos encontremos, y su carácter granítico, hacen de Guadarrama una formación más suave que otras, lo que reduce la sensación de altura que dan otros Parques. Pero Guadarrama mide lo que mide, algo que podemos apreciar sin dificultad en los restos de glaciarismo, especialmente en algunos circos muy bien delimitados, que se conservan en la zona. Juega aquí en favor de Guadarrama la dureza de sus materiales, que le permite conservar estos restos mejor que montes más blandos. También la fauna, especialmente en las zonas altas, nos recuerda su altura real, encontrando en este Parque un reducto glaciar en el que especies reliquia sobreviven al retroceso de los hielos de los últimos miles de años. Esta suma de factores -y otros que pretendo analizar sosegadamente en otra ocasión- propiciaron la declaración del Parque en 2015. 


La mariposa Apolo es un ejemplo de especie glaciar. 
Guadarrama es uno de los puntos aislados en los que la encontramos.
Foto: Pablo Pereira Sieso

Esta primera visita a Guadarrama estuvo muy condicionada por una serie de circunstancias. La primera, inevitable, fue una serie de borrascas en las semanas previas, dejó el Parque cubierto de nieve. Por motivos que contaré en otra entrada, Guadarrama tiene unos accesos en coche muy limitados, y estas nevadas nos impedían hacer rutas a pie, que son el mejor modo de conocer Guadarrama. La nieve también limita mucho la fauna y la flora que puedes ver. La segunda, sólo relativamente inevitable, es que hicimos la visita en el único día que podíamos, aunque al final hizo un día precioso. La tercera, completamente evitable, es que tardé tres minutos, durante la primera parada, en resbalar, caer y partir a la mitad el tele, obligándome a tirar con el objetivo corto toda la visita. Dramático (más teniendo en cuenta que tres días después salía de viaje), pero puestos a ello, no podía haber sido en mejor momento, ya que ese día casi todo lo que podíamos hacer era sacar paisajes, y obligarme a usar el corto me permitió centrarme en eso, aunque a costa de eliminar cualquier opción de sacar cosas más detalladas. Son cosas que pasan. Tuvimos que adaptarnos a las circunstancias e hicimos lo que estuvo en nuestra mano.



Cumbre, Circo y Lagunas de Peñalara, gérmen del Parque Nacional.

Salimos pues una brillante mañana de Marzo, con un cielo azul espectacular, desde la casa de mis padres, en Galapagar. Buscando recorrer todo el Parque posible -sobre todo teniendo en cuenta la ya mencionada limitación por la nieve-, subimos hacia Navacerrada, con la panorámica de la Maliciosa, las Guarramillas (conocidas por casi todos como la Bola del Mundo) y Siete Picos ante nosotros. Es probablemente una de las vistas más reconocibles de Guadarrama, y desde luego la que tengo yo en la mente. Una vez llegamos al puerto de Navacerrada, giramos en dirección a Cotos, ya que el Pinar de Valsaín, aunque protegido junto al Parque, no es parte efectiva del mismo, vaya usté a saber por qué, así que fuimos dejándolo a la izquierda, donde aparece por primera vez la cumbre más alta del Parque, Peñalara. A nuestra derecha fuimos dejando la Bola del Mundo, donde se encuentra la estación de Valdesquí. Al llegar a Cotos, a pesar de que contábamos con parar, tuvimos que seguir, ya que estaba abarrotado -como siempre cuando la nieve y las vacaciones les coinciden a los madrileños-, así que comenzamos a bajar el Valle del Lozoya, al que no voy mucho porque me pilla muy a desmano, pero que es precioso. Poco a poco, los pinares (como el de los Belgas, en El Paular, que se encuentra en la misma situación y el mismo vaya usté a saber por qué que Valsaín) fueron dejando paso a los prados de siega donde la mariposa hormiguera oscura completa su particular ciclo -del que también hablaré otro día. Llegados a Lozoya, giramos para subir al Puerto de Navafría, al que tenía bastantes ganas porque era de los pocos sitios que no conocía. Pero, nuestro gozo en un pozo, no fue posible: una mezcla de nieve (de nuevo) y un aparcamiento atestado nos impidieron parar y nos obligaron a bajar varios kilómetros en dirección Segovia antes de llegar a un sitio en el que poder dar la vuelta. Fue una rabia, si os soy sincero, porque tiene pinta de tener unas cuantas salidas interesantes, así que tendremos que volver. Qué suplicio. Cerrada esa vía, deshicimos parte del camino para subir el Puerto de la Morcuera, final de nuestra visita y del Parque. Más paisaje, más nieve, pero esta ruta tiene su punto especial: una panorámica en la que se ven algunas de las cumbres más importantes del Parque, bien alineadas. Parada final en el propio Puerto, respirar hondo y de vuelta a casa. 


Mi padre es el mejor ejemplo de guadarramismo que conozco:
 Siempre tiene un dato que dar sobre la Sierra.

La verdad es que no fue una gran visita. No me malinterpretéis, me lo pasé bien y disfruto mucho de los paisajes y la nieve, pero conozco bien Guadarrama, se qué puede dar de sí y no lo dio. Mágoa, decimos por aquí. Sin embargo, sí hay cosas positivas que extraer. La primera es que me permitió marcarme mentalmente los límites del Parque, que no tenía muy claros. También tener un número interesante de fotos de paisaje y, sobre todo, sacar información valiosa a mi guía nativo cara a futuras visitas. Volveré, claro -es un Parque que tengo muy fácil visitar-, con intención de aprovechar algunas de las rutas de senderismo que ofrece Guadarrama, que son muchas.


Uno de los muchos arroyos que, alimentados por la nieve, cortan el Valle del Lozoya.


De izquierda a derecha, las Cabezas de Hierro, la Bola del Mundo,
 el Puerto de Cotos y Peñalara.

Intentaré seguir con el material de Semana Santa en estas semanas, porque hay mucho que contar. Espero que mis no-horarios den una tregua para poder seguir enseñándoos todo lo que tuve oportunidad de ver. También os recuerdo que podéis encontrarnos en Facebook como The National Parking Project, en Instagram como @NationalParkingProject y en Twitter como @NatParking. ¡Búscanos para no perderte nada!

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