sábado, 29 de xuño de 2019

Si hoy es viernes, esto es Garajonay.

Si nos seguís en nuestras redes (y, si no, ¿a qué esperáis para encontrarnos en Facebook e Instagram?), ya sabréis que nos hemos pegado una pequeña paliza por Canarias recientemente. Dos Parques Nacionales, dos Parques Naturales, dos Reservas de la Biosfera, un puñado de espacios de la Red Natura 2000... ¡así no hay quien descanse! Pero sarna con gusto no pica, y pocas cosas nos gustan más en este proyecto que volver de los viajes más cansados de lo que nos fuimos. Aunque nuestra base de operaciones y, por tanto, la mayor parte de los recorridos, estaba en la isla de La Palma, me empeñé especialmente en visitar La Gomera, con el ánimo de llevarme, al menos, una visión general de su Parque Nacional: Garajonay.


Los mares de nubes son cotidianos en La Gomera y permiten la existencia del monteverde.

Pero llegar a la Gomera desde la Palma no es asunto sencillo. Quizás, visto en perspectiva, coger un avión y alquilar un coche por un día habría sido más sencillo y eficiente, pero es la clase de ideas que a uno se le ocurren cuando son las cinco y media y ya está a punto de embarcar en el ferry. Claro, que el ferry tiene sus encantos, como ir con las pardelas -atlánticas y pichonetas, al menos- volando a la par para aprovechar el viento que generaba el propio barco. ¡Ay, si hubiésemos tenido más luz! También la propia isla, entre dos luces, tiene un encanto especial, muy impresionante, y verla aparecer (o desaparecer, a la vuelta) desde la oscuridad absoluta es emocionante. Sólo esto habría compensado el madrugón y la paliza, pero aún nos quedaba lo mejor, claro. Y es que La Gomera es una isla absolutamente impresionante de recorrer, y la simple llegada a San Sebastián, su capital, nos iba anticipando lo que íbamos a encontrar. Dije unas cuantas veces -quizás muchas, pero desde luego no las que merecía- que había infravalorado enormemente la monumentalidad de los Parques canarios. Cuando uno piensa en Parques con un paisaje estremecedor, suele mentar sitios como Picos u Ordesa, quizás Aigüestortes. Algún enamorado podría citar también Guadarrama o Monfragüe. Pero la escala y la espectacularidad del paisaje de Garajonay y la Caldera las colocan claramente en el grupo de cabeza en este aspecto. Se me antoja difícil transmitir la sensación de poderío y verticalidad de estas islas, y soy dolorosamente consciente de que las fotos tienden a limar las pendientes -al menos las mías-, de modo que vais a tener que fiaros de mi palabra y visitar en persona estos Parques.


La laurisilva y el fayal-brezal generan un ambiente espectacular.

Garajonay fue declarado Parque Nacional en 1981, entre otras razones, por ser la mayor extensión continua de monteverde macaronésico, un tipo de bosque húmedo muy particular que, a su vez, se divide en dos cinturones, uno externo de fayal-brezal y uno interno de laurisilva. Que uno se pregunta, ¿qué pinta un bosque húmedo en Canarias, si en el pronóstico del tiempo siempre le ponen un sol? Las zonas en las que aparece el monteverde suelen estar orientadas a norte o a nordeste, porque Canarias tiene los alisios (vientos suaves de componente nordeste, que aquí se pueden ver casi pintados en las nubes) como viento dominante lo que, unido a la insolación y la evaporación, favorece que las masas de humedad se vean empujadas contra las islas, donde condensan y forman nieblas que ascienden por los barrancos. Aunque esto sucede con bastante frecuencia, nosotros coincidimos con un día claro de sol, aunque con un viento agradable que nos evitó pasar demasiado calor. También ayuda -tanto a retener la humedad como a que nosotros no muriésemos-, a qué negarlo, la densísima capa de vegetación, que genera un sotobosque umbrío y fresco, incluso bajo el sol más intenso. Estas circunstancias no son, en absoluto, casuales, y tienen gran importancia para las especies, animales y vegetales que pueblan el monteverde canario y, concretamente, el de Garajonay. El monteverde es un bosque relíctico, es decir, un superviviente de otra era, y una de las señas de identidad de la Macaronesia. Los gomeros, por lo que nos contaron, se sienten muy orgullosos de su monteverde -¡no es para menos!- y lo valoran enormemente. De hecho, el incendio que, hace siete años arrasó más del diez por ciento de la isla, incluyendo un buen pedazo del Parque, es considerado un punto negro en la historia de la isla.


La huella del fuego sobre el fayal-brezal del sur del Parque.

La combinación de humedad y monteverde permite que buena parte del Parque esté compuesto por densos bosques de cubierta, es decir, un dosel verde en el que los árboles compiten por la luz y una parte baja despejada, en la que abundan los líquenes y los hongos. Una densa -¡y resbaladiza!- cubierta de hojas muertas cubre el suelo, en el que los mirlos rebuscan invertebrados diversos. Tan frecuente era esta actividad (vimos más mirlos "excavando" que en ramas) que empezamos a bromear con describir el Mirlo excavador de la Gomera como nueva especie para la ciencia. El monteverde es también hogar de dos especies de aves endémicas y muy especiales, la paloma turqué (Columba bollii) y la paloma rabiche (Columba junoniae), conocidas en conjunto como palomas de laurisilva. Ambas especies resultan espectaculares -y no soy alguien dado a impresionarse con las palomas, precisamente-, especialmente la segunda, que posee una franja blanca al final de la cola, un sorprendente destello en el aire. No tuve ninguna a tiro -miento, tuve una de cada, pero soy un torpe y se me fueron-, algo que me entristece bastante. Pero bueno, motivos para volver.


La índica canaria (Vanessa vulcania) es un endemismo macaronésico.

La visita a Garajonay fue, dado que la configuración del Parque lo permite y teníamos poco tiempo, superficial y roadtripera. Existe una carretera que cruza el Parque, bifurcándose cerca del límite Este, y la recorrimos entera, haciendo paradas en miradores y apartaderos. Cayó también algún senderito corto, nada excesivo, pero un buen anticipo de lo que el Parque puede ofrecer. Existe también una red de senderos bastante extensa que permite una experiencia diferente, recomendable para quienes visiten Gomera ex profeso. Además, en Gomera, igual que en La Palma, existen líneas de taxi que dejan a los visitantes en la parte alta de algunos senderos, algo que, teniendo en cuenta los desniveles que se salvan, es un auténtico punto a favor. Yo, desde luego, tengo una visita de este estilo pendiente a este Parque. Si hay un punto que criticar, este es que, a partir de cierta hora, se llena de gente, más de la que puede asumir. De un modo parecido a lo que sucede en otros Parques en los que el espacio es una limitación pero reciben muchas visitas (me viene Guadarrama a la cabeza), pillar un pico de visitantes puede hacer imposible parar e, incluso, estropear la visita. Para estos casos, claro, lo ideal es averiguar cuándo son esos picos y evitarlos.


También el mosquitero canario (Pylloscopus canariensis) es endémico, en su caso de las Canarias occidentales.

Aunque no estoy nada descontento con esta visita -fue tan limitada como esperaba, y el Parque fue más espectacular de lo que suponía-, desde luego confirmó mis sospechas de que Garajonay es uno de esos Parques que hay que andarse. Y, a ser posible, a lo largo de varios días, para poder verlo en todas sus versiones: el contraste de un día de sol, los tonos sutiles del verde en un día nublado y, sobre todo, la belleza casi jurásica de los días de niebla. También el resto de la isla, terriblemente abrupta y cuajada de barrancos -¡si vais, fijáos en los sistemas de poleas que bajan de la carretera a algunas casas, barranco abajo!-, aunque menos exuberante en general, merece una visita detenida y un buen número de paradas.


El lagarto de Lehrs (Gallotia caesaris) levanta las patas cuando se detiene, para no quemarse.

Quiero finalizar esta entrada dando las gracias a tres personas cuyos nombres -oh, sorpresa- no recuerdo. Una de ellas fue el guía del Parque que atendía en Laguna Grande, por su amabilidad y ayuda. Las otras dos son la pareja que encontró el móvil de mi madre en un mirador aleatorio y decidió que era buena idea acercarlo a Laguna Grande. Siempre es un placer encontrar buena gente mientras viajamos.

Es difícil no enamorarse de estos paisajes.