xoves, 13 de decembro de 2018

Amándolos hasta la muerte.

Las plagas resultan, a menudo, fascinantes: una especie que se ve ante una oportunidad de oro y la aprovecha, comienza a crecer y a consumir, a crecer y a consumir, hasta que el ecosistema hace "¡crack!" , y ya no la sostiene. Las plagas llevan a sus ecosistemas al límite, y estos las hacen desaparecer como un jirón de niebla. Sus gráficas son inconfundibles, un incremento (de población, de consumo) exponencial, una línea horizontal llamada límite de carga, y una caída casi vertical. A menudo planteo el hecho de que nuestras propias gráficas no difieren demasiado de las de las langostas.

Entre las playas abarrotadas y el aeropuerto, ¿qué les queda a ellos? P. Nat. Ses Salines.

Ojalá no tuviese que escribir esta entrada. Soy amante de la naturaleza, la disfruto mucho, y quisiera contar siempre cosas bonitas y divertidas. Pero, al mismo tiempo, entiendo que la comunicación ambiental, incluso al nivel que tiene este blog a día de hoy, implica una cierta responsabilidad. No, no voy a entrar en la polémica de Attenborough y Monbiot. La naturaleza es maravillosa, digna de disfrute y loa, pero también merecedora de una responsabilidad que, muchas veces, brilla por su ausencia.

Los equilibrios naturales son, a menudo, delicados. P. Nat. Corrubedo.

En 2001, EUROPARC, la federación europea sobre Parques Nacionales, publicó un informe llamado "¿Amándolos hasta la muerte?", un aviso de en qué podía convertirse el turismo, como una amenaza seria para los Parques Nacionales. Avisaban del turismo irresponsable, de la masificación y, en fin, de todo el pack turístico. Pero hay algunas cosas que EUROPARC no tuvo en cuenta. La primera es el abaratamiento de los viajes. La segunda es la fuerza y accesibilidad de internet. Y la tercera son las Redes Sociales. Estas tres cosas, combinadas, cambiaron para siempre el paradigma del viajero, el modo en que la gente viaja. Cada vez viajamos más, cada vez lo hacemos de modo más independiente, cada vez tenemos una mayor necesidad de mostrar lo que vemos. Surgen tendencias, un modelo de viaje check style, en el que lo importante es pasar por el mayor número de puntos posibles, unos puntos previamente fijados, no por una agencia de viajes, sino por la propia comunidad. Si tuviésemos que describir con una palabra el turismo moderno, esa sería incontrolable. Casi veinte años después de aquel informe de EUROPARC, The Guardian publica un artículo sobre el tema. Os recomiendo encarecidamente leerlo -se que The Guardian tiene una versión en castellano, pero no fui capaz de ponerla-, porque presenta una serie de datos y de imágenes que, combinados, dibujan un panorama desolador. Yo mismo traté parcialmente este tema en una entrada de este mismo blog. Y, al final, todo se remonta al punto común: un turismo mal planteado.


Hollamos hasta las rutas más inaccesibles. Ruta del Cares, P. N. Picos de Europa.

El turismo es un sector amplio, que involucra a mucha gente y a muchos negocios. La valoración del mismo es, por consiguiente, compleja, pero en un Estado en el que supone el 11% del PIB -con picos, valles y el durísimo 44% de Baleares-, se trata de un tema absolutamente central. Es, básicamente, algo importante para todos, por eso los medios le dan importancia a los datos y los políticos se llenan la boca con ellos. Pero, y aquí llega lo preocupante, al ser los datos sobre turismo algo complejo, se tiende a simplificarlos en dos parámetros manejables: los ingresos y el número de turistas (en bruto o en porcentaje de ocupación hotelera), sobre todo el segundo. Esto tiene bastante importancia, a la hora de la verdad, porque cuando basas la información sobre un tema importante en un punto, ese punto se convierte en fundamental. Da igual si lo es realmente o no. Como lo fundamental es el número de visitantes, el objetivo es tener un mayor número de visitantes. Todo lo demás -sostenibilidad del sector, sostenibilidad social y económica de la zona, consumo de recursos, presión sobre los ecosistemas diana y adyacentes, servicios públicos, satisfacción del cliente...- pasa a un segundo plano.

A veces, se cierran tramos durante las temporadas de cría. P. Nat. Hoces del Duratón.

El caso es que, aunque esta forma de concebir el turismo -cortoplacista e irresponsable- es errónea en general, en los espacios naturales es prácticamente un suicidio. El turismo es parte del ADN de los Parques desde su concepción, de eso no cabe duda. Conservación y disfrute son las dos caras de una moneda que tenemos que hacer caer siempre de canto: si nuestra protección es demasiado estricta, incumplimos el fin último de los Parques, si nos volcamos en el turismo, acabamos con el propio Parque. Y, no nos engañemos, la moneda nunca cae de canto: en 1996, con una Red de once Parques, estos registraron más de ocho millones de visitantes, mientras que, en 2017, veinte años y cuatro Parques más tarde, esa cifra prácticamente se duplica. Y a nadie parece importarle. Al contrario, los datos de visitantes son agitados con orgullo. A veces, la sensación que da es que, lo único que importa es marcar el récord de visitantes. Esta actitud, claro, se vuelve -y más se volverá- en nuestra contra. A nadie que lo piense se le escapa que cada lugar tiene un límite de capacidad. 170.000 visitantes anuales pueden ser muy aceptables para Picos de Europa, el segundo Parque más grande de la Red pero, ¿lo son para Tablas de Daimiel, el más pequeño y el que marcó ese dato?¿Puede una isla como Ons soportar seis mil personas al día? El discurso político tiende a presentar los Parques como un recurso turístico, pero dejan de lado que sólo lo son por sus valores naturales. Si, por no controlar adecuadamente el acceso, degradamos estos valores naturales, un Parque Nacional no es nada.

La población de cormorán moñudo (Phalacrocorax aristotelis) está en retroceso. LIC Cabo Udra.

Pero no hace falta irse a un futuro de destrucción del medio ambiente para empezar a sufrir las consecuencias de la masificación. Durante el año de vida que tiene este proyecto, realizamos visitas a cinco Parques, con una cierta variedad en cuanto a popularidad, accesibilidad y tamaño. De estas, sólo durante las visitas a Cabañeros y Cortegada sentimos que no estábamos visitando un lugar  con exceso de visitantes. Cabañeros es el cuarto Parque de mayor extensión, pero el menos visitado, y a Cortegada sólo se puede llegar mediante barco particular y previa autorización. Vimos auténticas aglomeraciones en zonas de Picos, Guadarrama o Tablas, y qué decir de Illas. Y todo eso, al final, repercute en el visitante y en la impresión que se lleva. Todo eso, al final, lo estamos viviendo ya. Conozco varios casos de gente que visitó Parques Nacionales y volvió molesta por la cantidad de gente. Que  está claro que, si viste la aglomeración, es porque eras parte de la aglomeración, pero ¿no tiene acaso más sentido establecer cupos de visitantes, basados en la capacidad de la zona, que minimicen el impacto y aseguren que la experiencia será  positiva para el turista?¿No es lógico plantearse esas ideas antes de llegar a una situación límite? El acceso a Cíes, en Illas Atlánticas estuvo este verano mucho más controlado, lo que (aparte de desbordar Ons, donde no existió ese control) demostró que se puede hacer. Pero, para dar ese paso, hizo falta que se armara la que se armó el verano pasado. Quizás deberíamos -todos- plantearnos que conviene empezar a controlar antes. Yo prefiero -y entiendo que esto es una opinión personal- tener que pedir autorización, incluso pagar una entrada o tener que modificar mis fechas y planes, antes que llegar y encontrarme con que el sitio al que voy está hasta la bandera, con una presión que hace peligrar las propias razones que me llevan a ese sitio.

La naturaleza se resiste a dejar su lugar pero, ¿podrá? ZEPA A Ramallosa.

Creo firmemente -nunca sabré si por confianza o por ingenuidad- que el concepto de Parque Nacional, así como todos aquellos conceptos que parten de esa lejana y pionera visión que dio origen a cómo entendemos los espacios naturales protegidos, pueden gestionarse de un modo sostenible, no sólo ecológicamente, sino social y económincamente. Buena parte de mi intención con este proyecto es, precisamente, esa. No es un trabajo fácil, eso está claro. Pero, si hay voluntad de las partes implicadas, es posible. La cuestión es que la haya.

mércores, 21 de novembro de 2018

Cabañeros en berrea.

¡Vaya fin de semana! O más bien, vaya puente, vaya cinco días más intensos. Y es que, ya que nos acercábamos a Madrid, decidimos aprovechar con los Parques más cercanos. Nuestra intención era aprovechar Guadarrama antes de que llegase la nieve y subir a Peñalara, pero estamos gafados con este Parque, y tuvimos que rectificar sobre la marcha y volver a Monfragüe. También asistimos a la segunda jornada del I Congreso Nacional de Turismo Ornitológico, donde pudimos hablar con algunos de los grandes profesionales del sector y ver cómo plantean su trabajo. Y, sobre todo, descorchamos la botella de Cabañeros con una primera visita que, aunque un poco limitada por el tiempo, nos dejó bastante satisfechos como visitantes... aunque un poco menos como fotógrafos. Pero no adelantemos acontecimientos.


El ciervo rojo (Cervus elaphus) es la especie insignia de Cabañeros.

Declarado en 1995, tengo recuerdos de Cabañeros desde que soy muy pequeño. Creo que tiene que ver con que mis padres respetaban bastante a Pepe Jiménez, su primer Director. O con que anduviesen pendientes del tema en aquella época -el de la conservación de la naturaleza es un mundo pequeño-, ¿quién sabe? El caso es que fue uno de los primeros nombres que me aprendí de la ristra de los, entonces, once que constituían la Red. Con el tiempo, mi padre trabajó varias veces allí, sobre todo con lepidópteros. A pesar de ello, y de que está relativamente cerca de Madrid, la de este puente fue mi primera visita. ¿Y qué sabíamos, antes ir?¿Qué esbozo podíamos hacer del Parque antes de poner el pie en él? Cabañeros es el tercer Parque de mayor extensión, sólo por detrás de Picos y Sierra Nevada, pero también el menos visitado. Localizado en Montes de Toledo, se trata de un Parque de montaña mediterránea -"parecido" a Monfragüe y Peneda-, con bosques de encinas, rebollos y especies similares, y sotobosques impenetrables de jaras. Si bajamos hacia el pie de monte, las curvas de nivel se separan para convertirse en una llanura adehesada, en la que las herbáceas dominan y las especies de arbóreas se alzan, solitarias en el conocido como Serengueti español, la Raña. En lo relativo a fauna, no hay imagen más conocida de Cabañeros que el ciervo rojo, aunque otras muchas especies, entre ellas las amenazadas águila imperial ibérica y buitre negro, conviven en el Parque de un modo más discreto. Estando a primeros de Noviembre, además, contábamos con pillar el final de la berrea, la época de celo del ciervo rojo, un espectáculo que es uno de los principales atractivos de Cabañeros. La geología tiene su importancia también aquí: a diferencia de los otros Parques de montaña mediterránea que habíamos visitado, la roca predominante en Cabañeros es la cuarcita, una roca muy, muy dura, lo que dificulta la erosión, y es la razón por la que, si hubiese que describir con una palabra el suelo de Cabañeros, esa sería pedregal. ¡Si os decidís a visitarlo, recordad pisar con cuidado y llevar buen calzado!



Un par de apagadores (Macrolepiota procera) entre las jaras.

Debido a nuestras circunstancias y siguiendo los consejos de todos aquellos con los que hablamos del tema, decidimos contratar una salida en 4x4 por la Raña ya que, según nos comentaron, era el mejor modo de ver el interior del Parque. Cabañeros tiene una forma aproximadamente rectangular, pero las carreteras lo cruzan perpendicularmente. Estas carreteras son tres, la norte, que recorre la última ampliación, la zona más montañosa, la centro, que une Horcajo y Retuerta, que atraviesa el corazón del parque, y la sur, que deja la Raña al norte y la atraviesa brevemente en Torre Abraham. La cantidad de Parque que puedes ver desplazándote en coche es, en definitiva, escasa, mientras que las rutas en 4x4 permiten entrar en su interior. Existen, claro, rutas de senderismo, que no podíamos hacer en esta ocasión pero que, sin duda, serán un modo aún mejor de conocer Cabañeros, siempre que uno tenga el tiempo necesario. Teniendo en cuenta la exigencia horaria de la ruta, tuvimos que ir un poco aceleráos por la mañana. Entramos por Retuerta, cogiendo la carretera central. Mientras íbamos dirección Toledo, elucubrábamos sobre la cantidad de luz que íbamos a tener - el día anterior habíamos sufrido una luz bastante dura en Monfragüe -, expresando deseo de tener un día nubladete. Famous last words. Al pasar Retuerta empezamos a ver nubes y más nubes, bajas hasta tocar las cumbres y, finalmente, envolvernos. Irene -que repitió como acompañante- estaba encantada, y yo... bueno, yo también. Aunque la niebla, relativamente poco densa, ocultó todo el paisaje y a la mayoría de la fauna, la verdad es que el ambiente era impresionante: un bosque absolutamente impenetrable, con árboles cubiertos de liquen, todo ello rodeado por la niebla. A nivel fotográfico no le saqué demasiado partido -alguien más hábil habría podido, seguro-, pero como visitante, que al final es lo que soy, me quedé encantado con esa impresión de bosque encantado y la atmósfera envolvente y tranquila.


Las nieblas nos acompañaron toda la mañana, envolviendo el bosque.

A medida que nos acercábamos a Horcajo, la niebla fue aclarando. Menos mal, pensaba, para la visita a la Raña habría sido un dolor. Mi preocupación era legítima: la gracia de las dehesas, como lugar a visitar, es justamente que se trata de un espacio abierto, en el que es relativamente fácil ver fauna. Si dejas caer sobre una dehesa una capa de niebla, ves un muro gris y algún árbol suelto. Pero las nubes quedaban atrás y, a medida que nos acercábamos a Casa Palillos, el Centro de Visitantes del Parque -el clásico, al menos, hay otro en Horcajo que no visitamos-, el cielo fue despejando, dejándonos ver la Raña. Siguiendo con mi costumbre de entrar en cada Centro de Visitantes, Casa Palillos no fue la excepción. Es un centro pequeño, pero suficiente, bastante proporcionado al número de visitantes que recibe, y bien cuidado, salvo por alguna foto un poco amarilleada, mal extendidísimo a lo largo del Estado. El exterior tiene un agradable jardín con especies autóctonas y reconstrucciones de elementos clásicos de la zona, entre ellas las cabañas y las carboneras. Simpático, agradable y proporcionado, lejos de la megalomanía de algunos centros modernos.


Una hembra de verdecillo (Serinus serinus) vigilando la Raña.

Ya en el 4x4, comenzamos la visita por la Raña. Aunque las comparativas con el Serengueti son un poco exageradas, desde luego hay reminiscencias. Entre los árboles aislados y las plantas herbáceas, ahora amarillentas y que en primavera estallan en un mar de colores, hasta podíamos ver nuestros antílopes. Bueno, en realidad eran ciervos, pero daban el pego, y los había a cientos. Nos contaban los guías que el ciervo es problemático, porque carece de depredadores en el Parque, lo que en una especie "diseñada" para ser controlada por otras puede llevar a una sobrepoblación que dificulta la gestión del Parque. Quizás en un futuro, la población de ciervos pueda controlarse de un modo natural, en definitiva el lobo sigue expandiéndose hacia el sur y, si no cambia la tendencia, es de esperar que termine por llegar a Montes de Toledo. Pero a día de hoy no es así y, si algo abunda en Cabañeros son, precisamente, los ciervos. Aunque no escuchamos apenas berrea, porque estaba terminando ya, la concentración de estos animales resulta verdaderamente llamativa. Vimos bastantes más cosas -milanos, cernícalos, ratoneros, perdices e incluso un par de águilas imperiales- pero, un poco como sucede en Monfragüe con los buitres, la cantidad de ciervos y lo fáciles de ver que son entierran un poco el resto de especies. Termino ya, y no quiero dejar de mencionar el molino del Brezoso, bastante antiguo -se sabe que existía durante el reinado de Felipe II, y se cree que ya entonces tenía siglos- y recientemente restaurado. Aunque más pequeño que, por ejemplo, Molemocho (Tablas de Daimiel), la restauración es buena, y es una herramienta bastante didáctica, con explicaciones de calidad que se ligan, no sólo a la historia del Parque, sino también a su geología o su hidrología.


La Raña destaca por su mezcla de herbáceas y árboles aislados.

Marchamos de Cabañeros -haciendo slalom por la carretera para esquivar la enorme cantidad de sapos que la cruzaban- satisfechos con la visita. Sabíamos de antemano que el momento no era el ideal pues la berrea estaba terminando y la época del año es, probablemente, la menos llamativa en cuanto a especies. A cambio, evitamos los momentos más duros de una zona con un clima bastante extremo, y disfrutamos de un día de niebla precioso. Como avanzaba al inicio de la entrada, fotográficamente no marché satisfecho, sobre todo porque no pude fotografiar todo lo que vi -¡Anda que no habría cambiado el cuento de haber podido aprovecharlo todo!-, pero es algo con lo que uno tiene que aprender a vivir. Nos dejamos para próximas visitas una carretera y varias sendas de montaña, así como el espectáculo de la Raña en primavera. Esperamos volver pronto y, con suerte, seguir descubriendo lo que Cabañeros aún nos oculta.


Las cabañas de carboneros y pastores dan nombre al Parque.

mércores, 10 de outubro de 2018

De paso por Estaca.

Durante toda mi vida, mi padre -que es un apasionado de las aves- intentó que me interesase un poco el mundillo. Y no lo consiguió, porque soy un cabezón, y durante años se topó, no ya con indiferencia, sino con barbillas levantadas y un algo despectivo "a mí es que los pájaros no me interesan". Diría que es porque mi padre es muy aficionado a sus aficiones, y a mí me llamaban más otras cosas, pero en realidad es que me gusta llevar la contraria. Tampoco tiene nada de particular que un hijo busque aficiones distintas a las de sus padres, y ya bastante parecidas son las nuestras. Esto podría haber seguido así hasta el fin de los tiempos, si no se hubiese cruzado por el medio la fotografía. Cuando empecé a coger la cámara, me di cuenta, no sólo de la cantidad de fotos de aves que acaba sacando uno, sino de que no tenía ni idea sobre ellas. Así que me tenía (y tengo) que tragar el orgullo, coger el móvil y pedir ayuda. A mi padre le encanta, le permite mirarme por encima del hombro y decir cosas como "Aaaaay, anda que no tuviste oportunidades". Pero al final, me ayuda, porque en el fondo le hace ilusión que le pregunte cosas.


La costa alrededor de Bares es alta y abrupta, muy llamativa.

Me resulta interesante hasta qué punto las aves son un grupo popular. No existe un grupo biológico que tenga ese nivel de éxito entre la gente de a pie. Y, sobre todo, no existe un grupo biológico que genere una cultura a su alrededor del calibre del birding: no sólo hay mucha gente en el mundillo, hay mucho contenido específico (diseñado por y para aficionados) en internet y en las redes sociales, hay aplicaciones, hay festivales, concursos, cursos, quedadas... hay, auténticamente, de todo. En todo el Estado hay no menos de cinco festivales de birding -eso es poco menos de uno cada dos meses-, sin ir más lejos, en los que se reúnen instituciones, empresas, artistas y fabricantes de equipo para promocionarse entre los aficionados. También tenemos un número nada desdeñable de centros ornitológicos repartidos a lo largo de la península, e infinidad de apoyos de bajo coste, como observatorios o cartelería. Y nada de eso se sostiene sobre el aire, hace falta una base social relativamente amplia. Pero, ¿por qué las aves? La verdad es que, al principio, no lo entendía, pero el caso es que son un grupo muy especial. En primer lugar, son pocas especies, menos de 600, un número que parece grande, pero no lo es en absoluto. Tirando de lo mío, hay playas con más especies. En esos 600 incluimos lo fácil y lo difícil, lo abundante y lo escaso, lo sedentario y lo migratorio, lo incluimos todo, y eso significa que conocer la mayor parte de las especies es relativamente fácil en comparación con otros grupos. En segundo lugar, son grandes. El ave más pequeña de Europa -el reyezuelo, Regulus regulus- tiene una envergadura de unos 15 cm, más que, por ejemplo, cualquier lepidóptero. Esto hace que encontrarlas sea, de nuevo, relativamente fácil, comparado con otros grupos. Y, finalmente, vuelan. El hecho de volar permite, no sólo encontrarlas en prácticamente cualquier entorno, aunque sea de paso, sino verlas con cierta facilidad: se mueven rápido, salen contra el cielo, en fin, son, y ya van tres veces, relativamente fáciles de ver. Las aves son animales de los que puede disfrutar un aficionado sin estudiar demasiado, sin un gran equipo y sin tener que ir a lugares muy específicos. Entrar en la ornitología es sencillo, y ahí está la clave de su éxito.


Esta colirroja tizona (Phoenicurus ochruros) nos hizo compañía los tres días.

Ya entrados en materia, este fin de semana fuimos a Estaca de Bares donde, durante estos meses, se está produciendo el paso de cientos de miles de aves marinas en migración. Mi padre lleva años mascullando que quiere ir, y este año se encontró con que yo también -en buena medida, porque la retransmisión diaria de Antonio Sandoval me estaba poniendo los dientes largos-, así que lo organizamos para acercarnos un par de días. No íbamos con grandes ambiciones -yo soy un novato con el catalejo, y mi padre llevaba años sin pasar tanto tiempo usándolo-, pero sí con bastantes esperanzas. Estaca, junto a la frontera entre Coruña y Lugo, es el punto más septentrional de la Península, y es un sitio clásico para observar este flujo migratorio, que discurre paralelo a la costa, apoyándose en los vientos de Poniente. Elegimos como equipo los catalejos, unos prismáticos, una silla -importante, muy importante- y ropa de abrigo que, a ratos, se quedó corta. Además, y en un alarde de optimismo, nos llevamos dos cámaras compactas, con idea de probar un poco de digiscoping, y yo me llevé la cámara con el 70-300, en la esperanza de pillar a algún bicho lo suficientemente cerca. 


La Estaca tiene una forma muy reconocible... e impresionante.

El lugar donde se colocan los ornitólogos está en el lado oriental del cabo, pasadas las instalaciones militares, junto a la estación ornitológica de la Xunta. Yo pensaba que el lugar en el que se colocarían estaría en la punta del cabo, pero al llegar el primer día -poco antes de la puesta de sol- nos dimos cuenta de que no. De todos modos, encontramos el sitio rápidamente y sin muchos problemas. Al día siguiente, entendí el por qué de esa ubicación: dado que el paso es más intenso los días de Poniente -y cuanto más fuerte, mejor- el punto de observación se encontraba protegido del mismo, haciendo soportables las horas que se pasan ahí. Porque en Estaca el viento sopla con saña e, incluso protegidos -nosotros nos colocamos junto a unos molinos que paraban casi todo el viento-, la sensación térmica es francamente baja. ¿No os maravilla cómo tantas cosas en la vida tienen sentido,una vez que las piensas?


Los alcatraces (Morus bassanus) se contaban por miles, regalando espectaculares picadas.

No es que este fuera el fin de semana más confortable de nuestras vidas. El primer día amanecimos con lluvias y, más grave, nieblas, que retrasaron el inicio de la observación hasta casi mediodía, aunque el Poniente soplaba fuerte. El segundo día, el viento rolaba entre Norte y Noroeste, lo que reducía el paso y el efecto protector de la Estaca -y llevaba el espray de las olas hasta donde estábamos. Pero, como decía mi padre, el concepto de buen día de las aves marinas es muy distinto al nuestro. Pudo ser peor, claro, y por suerte llovió poco y flojo. A pesar de esto -las quejas son obligatorias-, fue una gran experiencia, y salimos francamente satisfechos. Aunque fracasamos miserablemente en nuestro intento de hacer digiscoping -una técnica que me parece impresionante pero para la que no estábamos preparados-, aún pude sacar unas cuantas fotos, suficiente para quedar satisfecho. También pude comprobar que el catalejo y yo no nos llevamos particularmente bien. No sólo fue un tema de mal manejo, también de falta de costumbre de andar con el ojo pegado a la lente. A pesar de ello, fui cogiendo algo de soltura, y no me marcho nada descontento, pues pasé de recurrir a los prismáticos cada dos por tres a apenas tocarlos, y de decir "Pájaro negro y blanco", palabras que describen a casi todo lo que vimos, a identificar a buena parte de lo que veía. Y tan contento. Al final, 16 especies de aves -me perdí, al menos, un alca, dos frailecillos y unas gaviotas de Sabine, vaya rabia-, casi 170 ejemplates (alcatraces aparte, que se contaban por miles) a mi cuenta, dejando de lado las que no estaban de paso y a Mort, del que os hablaré ahora. Nada mal para la primera vez.


Las olas rompían tan fuerte que, a veces, nos llegaba el agua.

También tuvimos ocasión de ver algunas de esas cosas que demuestran que la naturaleza no funciona a base de compartimentos estancos. Aparte de unos cuantos delfines comunes (que yo no conseguí ver), hubo un momento en que mi padre vio algo blanco en el agua, aleteando, y unas gaviotas posadas, picoteando. No fue capaz de identificar qué era, así que me puse a buscarlo, pero, como no lo encontraba, me pasé a su catalejo. Tampoco yo lo tenía muy claro, la verdad, un cuerpo claro y una aleta que salía a veces, demostrando que su dueño estaba vivo. Pensé que podía ser un pez luna, pero no tenía claro si llegaban tan al norte. Antes de que pudiese plantearlo, mi padre se acercó y Antonio le confirmó que era un pez luna, que sube a superficie para que las gaviotas lo desparasiten. Otra escena interesante fue la llegada a tierra de un halcón peregrino (la población peninsular es sedentaria) con un charrán común entre las garras. Este halcón vive, seguramente, en los acantilados de la zona, y aprovecha el paso para salir y cazar: Sólo tiene que salir en perpendicular a la costa y elegir entre los miles de aves que van pasando. Reconoceré que un error de decisión me hizo perder la foto, y un resbalón mientras intentaba alcanzarle me hizo plantearme muy seriamente si esa foto merecía despeñarme. La respuesta fue no, y no volví a verle, por desgracia.


El paíño europeo (Hydrobates pelagicus) pasa la mayor parte de su vida en alta mar.

Finalmente, llegamos a Mort -de Mortimer, sin ninguna razón aparente- una nueva muestra de que me gusta ponerle nombre a todo. Mort es un joven paíño europeo, un ave poco más grande que un gorrión, blanca y negra, y de vida pelágica, es decir, vive en mar abierto. Los paíños tienen fama de ave de mal agüero entre los marineros, de atraer el mal tiempo. Esta fama se la ganaron porque se las ve con más facilidad durante las tormentas, y los marineros, gente tradicionalmente supersticiosa, sumaron dos y dos. En algunos lugares se creía que eran las almas de marineros desaparecidos -supongo que su color no debía ayudar-, y que traía mala suerte matarlos. El caso es que Mort llegó a Bares la noche del Sábado, cuando lo encontraron, probablemente deslumbrado por las luces de la costa, y bastante desorientado. Soltarlo inmediatamente no era una opción, porque el viento no era el correcto, y andaba un poco atontado, así que Pablo, uno de los compañeros en Estaca, lo colocó en uno de los molinos, a resguardo, con la esperanza de que se le pasara el susto y reemprendiera la migración. Sesión de fotos aparte -no es que uno tenga demasiadas posibilidades de fotografiar a un paíño vivo por estos lares-, durante el día estuvimos pendientes de él, pero cuando marchamos aún no había remontado el vuelo, y estaba escondido en un hueco entre las piedras. Tampoco resulta sorprendente, los paíños vuelan sobre todo de noche, así que espero que durante la noche del domingo se atreviese a salir y consiguiese terminar su viaje. 


Despedimos con el sol poniéndose tras Cabo Ortegal.

La verdad es que este viaje fue toda una experiencia: no sólo me lo pasé bien, también aprendí bastante y pude dedicar tiempo a cosas que, por unos y otros motivos, no suelo. Aún sin ser de los días más intensos, el paso es un espectáculo y el paisaje no lo desmerece en absoluto. Si tuviese que poner alguna nota negativa, sería únicamente sobre asuntos secundarios (los fracasos en el digiscoping y la fotografía nocturna y el exceso de optimismo sobre el abrigo). Nada serio, vaya, sólo lecciones y ganas de volver a por más. Quiero aprovechar para agradecer a los que estuvieron allí estos días la ayuda y los comentarios y, especialmente, a Antonio y Pablo, que fue con los que más rato hablamos. Volveremos a vernos allí, seguro.

mércores, 19 de setembro de 2018

Cruzando fronteras: Peneda-Gerês

Para haber vivido más de la mitad de mi vida cerca de la frontera con Portugal (Huelva primero y Vigo después), debo reconocer que se muy poco de este país. Quizás sea por prejuicios, pero tengo la sensación de que llevo toda la vida infravalorándolo, y la mejor prueba de ello es que, hasta este mes de Mayo, ni me había planteado cómo tenían el asunto de los Espacios Naturales Protegidos. Esto cambió -ligera, muy ligeramente- cuando, hablando con Alejandro del Moral en la Ornitocyl, me contó que habían visitado los Parques de la Península. Al contarlos, noté que me sobraba uno, y me aclaró que el último era el portugués. Ajá, así que Portugal tiene un sólo Parque Nacional. Aquí podría haberse quedado el asunto, porque la verdad es que no miré más. Portugal es un país largo y yo vivo en un extremo, así que no era particularmente prioritario. Pero, poco después, mis padres -que me quieren, sin que yo sepa muy bien por qué- vinieron de visita, y a mi madre se le antojó ir a Portugal y comer bacalao, así que cogí Google Maps y empecé a ver donde podíamos ir. En ese momento, el Parque Nacional de Peneda-Gerês apareció ante mis ojos... y resulta que está bastante cerca. Tanto, de hecho, que forma una Reserva de la Biosfera Trasfronteriza con el Parque Natural da Serra do Xurés -Gerês, Xurés, las señales estaban ahí, pero a veces soy un poco lento-, y la entrada estaba bastante cerca de Melgaço. Resulta que tengo el Parque Nacional portugués a un salto y no lo sabía. Bravo por Lume. Contento ante el revolucionario descubrimiento, lo incluí en mis planes de verano y, un día de Julio, cruzamos el Miño rumbo a la aventura.


El corzo es el emblema del Parque Nacional de Peneda-Gerês.

Voy a empezar ubicando las cosas. Galicia y Portugal tienen una frontera natural, la raia. El tramo occidental lo marca el Miño, la raia húmida, y el oriental los montes, la raia seca. De esta última, la zona más conocida es, probablemente, la Serra do Xurés, al sur de Ourense, desde donde parten varios caminos que cruzan los montes por las llamadas portas. Si la palabra puerto -de montaña, entiéndase- deriva de puerta, si es un juego de palabras o si es mera casualidad es algo que ignoro. Estas portas fueron, durante siglos, puntos de paso de contrabando entre Portugal y Galicia y, en la actualidad, se hacen esfuerzos para recuperar la memoria de esa historia compartida. Al otro lado de las portas encontramos las cuatro sierras que conforman el Parque Nacional: Peneda, Soajo, Amarela y Gerês. Cada una de estas sierras tiene sus particularidades, como pudimos comprobar, pero todas ellas se consideran Alta Montaña Mediterránea. El ejemplo, a priori, más próximo, sería Monfragüe,y no son pocas las similitudes que encontramos entre estos dos Parques. Para finalizar esta introducción, añadiré unos últimos detalles para terminar de situarnos. Portugal sólo tiene este Parque Nacional, que se declaró en 1970 -es decir, durante la dictadura, regida por Caetano en ese momento-, pero es un Parque enorme. Un vistazo al mapa nos deja claro que España y Portugal son dos Estados con formas diferentes de ver las cosas: mientras que los ENPs en el primero son como salpicaduras (muchos y no demasiado grandes, en general), el segundo tiene menos espacios, pero mucho más grandes. Incluso los Parques Naturales (que son nueve) tienen un tamaño bastante mayor de lo que estamos acostumbrados. Esta forma de organizar el espacio marca enormemente cómo se protege el mismo, y es la causa de la mayor parte de las diferencias que un lego puede encontrar, simplemente, recorriendo el Parque. En esta visita, recorrimos las Serras de Peneda, Soajo y Amarela, así como un trocito de la de Gerês.


Las montañas tipo cuchillo son típicas de la Serra de Peneda.

Quizás lo primero que reseñar de este Parque es que no parece diseñado para el tipo de visita que teníamos en mente. Estamos muy (mal) acostumbrados a cosas como los apartaderos, incluso en las carreteras más pequeñas de la red. Resultaba, de hecho, muy llamativo el cambio al pasar a Ourense, donde estos reaparecían. Mi primera conclusión, por tanto, es que se trata de un Parque en el que lo óptimo es preparar visitas más puntuales que generales, ir a tiro hecho a hacer algo concreto. Lo segundo es que, en algunas zonas, no tienes la sensación de estar en un Parque Nacional. Las estructuras humanas posteriores a la declaración, que no son pocas, nos cuentan que el modelo de protección es menos estricto allí. Es algo que tiene bastante sentido, en realidad, partiendo de lo antes mencionado: Portugal protege áreas mucho mayores y, si la protección en las mismas fuese mayor, esas zonas sufrirían económicamente. Esto nos genera un conflicto sobre el que pensé, y no poco, desde la visita: ¿es preferible proteger menos estrictamente un área mayor, o ser más duro con áreas menores?¿Es más efectivo mantener corredores y espacios mayores conservándolos menos, o se pueden sacrificar estos en pro de una conservación más estricta? A pesar de estos pensamientos, hay que reconocer que Peneda-Gerês no es una zona particularmente impactada, y que esta huella humana se circunscribe, sobre todo, al pie de monte. 


Caballos semisalvajes en Gerês.

La razón de que este impacto no sea mayor en muchas zonas del Parque viene de la mano con su primer atractivo: el paisaje. Aunque muchas veces asimilamos el paisaje granítico a formas redondeadas -los domos plutónicos-, lo cierto es que muchas veces producen formas salvajes. Nuestra primera parada, Castro Laboreiro, en Peneda, fue buena prueba de ello. Aunque lejos de las imágenes de los montes calizos, lo escarpado de estas montañas es llamativo y, desde luego, es una razón más que válida para la falta de impacto en la zona. Los paisajes de las sierras de Peneda, Amarela y Gerês son auténticamente espectaculares. Tanto, de hecho, que desmerecen bastante a la Serra de Soajo. Aunque no dudo de  que tiene lugares preciosos y un gran valor natural, sus formas, mucho más suaves, son un pequeño bajón. El recorrido que hicimos (un zig zag cruzando a Ourense) nos llevó por carreteras de montaña preciosas, a media ladera, con los valles desplomándose a nuestro lado. Si los paisajes os llaman -para verlos o para fotografiarlos-, estas rutas, y muy especialmente la que va de Entre-Ambos-os-Ríos y Ponte, son vuestro lugar.


Valles verticales de Serra Amarela.

Por la orografía de la zona, Peneda-Gerês mantiene algunas zonas especialmente pintorescas. Aunque lo habitual es que las zonas protegidas se encuentren en el medio rural, no es menos cierto que el medio rural, hoy día, tiene poco que ver con el de hace cien años. Pero este Parque es especial en este sentido también. En algunos pueblos perdidos entre sus montes -como Germil-, podemos ver aún los ropajes típicos usados de modo cotidiano, especialmente en mujeres mayores, que visten de riguroso luto, con pañuelos negros en la cabeza. También en esta zona (entre Amarela y Gerês) podemos encontrar ejemplos de la ganadería local, representada en la raza vacuna Barrosã, presente también a este ladode la frontera (donde se la conoce como Cachena). Esta raza, bastante primitiva y muy rústica, aprovecha mejor que otras los recursos de una zona bastante dura. Esta región comparte también con Galicia la ganadería equina, con manadas de caballos semisalvajes libres por la carretera el monte.


Los cuernos de las vacas de raza barrosã denotan lo antiguo de la misma.

Si hay algo que nos falló en esta visita, fue la fauna salvaje, aunque no debería haber sido así, aunque tampoco contábamos con ver algunas de las especies más emblemáticas del Parque, como el corzo (enseña del Parque) o el lobo, es cierto. Este último es un recolonizador reciente, después de ser exterminado de la zona, donde dejó su huella en forma de los conocidos como fosos de lobo, estructuras humanas pensadas para atraparlos. Los que pudimos ver estaban formados por dos muros convergentes, hacia los que se batía a las manadas, que terminaban en un desnivel -el foso, propiamente dicho-, por el que caían y en el que se les remataba. Protegido ahora, el lobo vuelve a estas sierras, pero aún en un número escaso. Algo más fáciles de ver deberían haber sido las rapaces, uno de los atractivos más publicitados del Parque. De hecho, en el Centro de Visitantes del vecino Parque Natural da Serra do Xurés, en Lobios, se sorprendieron de la falta de avistamientos, porque son uno de sus reclamos más fiables. Unos días antes, nos contaban, habían visto águilas reales, sin ir más lejos, pero ese día no hubo suerte. Un tábano y una corneja constituyen la totalidad de fauna salvaje que fuimos capaces de encontrar.




En conjunto, fue una visita extraña. Algunos aspectos nos sorprendieron muy gratamente, mientras que otros nos dejaron con mal sabor de boca. Para mí, personalmente, que los paisajes me gustan para verlos y la fauna para fotografiarla, no fue una gran visita. Por supuesto, la disfruté, pero siento que no la aproveché como podría haberlo hecho. También me permitió conocer un Parque con el que no contaba y ver de primera mano las diferencias que pueden tener incluso dos Estados tan próximos y semejantes como Portugal y España en lo referente a la protección de la naturaleza, así que no puedo decir que fuese una visita improductiva. Finalmente, hubo cosas que me dejé en el tintero -la mitad sur del Gerês, fotografiar Gemiral con calma...-, aparte de las cosas que deberíamos haber visto y no vimos, de modo que volveré pronto. Por suerte, y teniendo en cuenta lo cerca que está de nuestra base de operaciones, eso sucederá pronto.




Despedimos Portugal desde el Embalse del Río Homem.

domingo, 9 de setembro de 2018

Naturaleza doméstica.

Me decía hace poco uno de mis escasos y apreciados seguidores que ya pensaba que había abandonado este proyecto. Nada más lejos de mi intención, aunque la verdad es que motivos tenía para pensarlo. Este verano, entre trabajo, una operación menor pero molesta y las últimas boqueadas de mi agonizante ordenador, no tuve el tiempo que hubiese querido dedicarle a esto. Sobre todo, siendo claros, porque no me apetecía nada editar fotos. Pero nada de nada. Tengo, de hecho, una entrada a medio hacer, y otro par esbozadas al momento de escribir estas líneas, pero hoy me decidí por uno de esos temas en los que pienso de vez en cuando: la naturaleza doméstica.


La gaviota patiamarilla (Larus michaelis) se adapta al ser humano con gran facilidad.

Vivimos en una sociedad que utiliza con alegre despreocupación la palabra salvaje. Es culpa del Romanticismo, en realidad, una época a la que debemos muchas cosas -no olvidemos que la protección de la naturaleza, tal y como la entendemos a día de hoy, nació en con este movimiento- y que, como contrapeso, nos dejó algunos lastres. Este, en concreto, viene de mezclar en el mismo almirez dos conceptos que conviven bastante mal: el disfrute de la naturaleza y la preservación de la misma en su estado original. Porque, como sucede en el famoso Principio de Incertidumbre, que establece que se puede conocer la posición o la velocidad de un electrón, pero no las dos a la vez, podemos disfrutar de la naturaleza o preservarla en su estado original, pero no hacer ambas cosas. La mera presencia humana, aunque sea en un grado mínimo y en forma de visitantes responsables y habilidosos, cambia la naturaleza. El Romanticismo llamaba a encontrarse con la naturaleza salvaje, y para ello había que llegar a esta. Cuando, en 1864, se declaró el Parque Estatal de Yosemite -el origen del concepto moderno de Parque Nacional-, las palabras usadas fueron "deberá ser conservado para el uso, descanso y disfrute públicos, y serán inalienables por todos los tiempos"[1]. Desde el primer momento, nuestro afán proteccionista está marcado por un impulso egoísta: queremos naturaleza, pero la queremos para disfrutarla nosotros. ¿Es esto malo, per se? No tengo una opinión firme a este respecto, la verdad. Pero, si tiramos hacia atrás de este hilo, encontramos un problema: conservamos la naturaleza para visitarla, al visitar la naturaleza la alteramos y, al alterarla, deja de ser salvaje.


Este petirrojo (Erithacus rubecula) vive junto a un sendero en Bré, Irlanda.
La confianza que demostraba era impactante.

La primera vez que pensé acerca de esto fue en Irlanda cuando, con un lapso de dos meses, encontré al mismo petirrojo en el mismo sitio y a una distancia -suficiente para que el teleobjetivo se negase a enfocar- insultante para la selección natural. Sin embargo acuñé -y estoy seguro de que no soy el primero al que se le ocurre, porque soy ocurrente pero esta no es mi opera magna- el término naturaleza doméstica esta primavera, en Picos de Europa. Fue, concretamente, en Fuente Dé, que es uno de los puntos calientes del Parque y una de sus entradas más clásicas. Su teleférico es, probablemente, uno de los elementos más reconocibles de toda la Red, de hecho, y sube a cientos de personas cada día al Alto del Cable, desde donde se aprecian unas vistas espectaculares y desde donde salen algunos itinerarios sencillos de bajada. Para nuestra desgracia, aunque llegamos pronto -en previsión de aglomeraciones de gente-, nos quedamos con cara de idiotas al enterarnos de que tres metros de nieve tenían bloqueado el teleférico en su parte superior. Mientras los esforzados trabajadores del mismo retiraban la nieve (descolgándose y con palas en el Alto, eso es una profesión de riesgo y lo demás son tonterías), nosotros nos dedicamos a brujulear por abajo, mirar aludes y maldecir la nieve. En esas estaba yo por el aparcamiento cuando apareció un arrendajo. Vaya vulgaridad, ¿no? Bueno, los arrendajos son una de esas especies que disfrutan poniéndomelo difícil, y justo una semana antes una bandada se había estado riendo de mí en Vigo, así que les tenía algo de rabia. Pero este arrendajo no desaparecía, se limitaba a alejarse. Estoy seguro de que entendéis a qué me refiero, es el mismo comportamiento que desarrollan gorriones o palomas en las ciudades. No se dejaba acercar demasiado, pero estaba claro que no me tenía miedo. Ni a mí ni a otras personas. Ese arrendajo vivía en el parking, y dedicaba el tiempo a buscar restos de comida de los visitantes.


Este arrendajo (Garrulus glandarius) vive de los restos en parking de Fuente Dé.

Finalmente, pudimos subir y, nada más llegar, la historia se repitió. En esta ocasión, fueron chovas piquigualdas (Pyrrhocorax graculus) las protagonistas. La primera me sorprendió -¡Oh, mira, qué cerca, qué simpática!-, pero de pronto me di cuenta de que, como el arrendajo, aquellas chovas vivían de los turistas. De nosotros. Aunque no era, ni de lejos, un día con muchos visitantes, la bandada revoloteaba a nuestro alrededor, buscando -y consiguiendo- comida fácil. Estaba claro que aquello era lo normal. La verdad es que no debería sorprenderme. Muchas aves se adaptan con facilidad a la presencia humana y obtienen ventajas de la convivencia, y los córvidos tienen fama de ser especialmente listos. Por eso los hides con cebo funcionan tan bien, claro, tanto los de bebedero como los muladares: pones algo que las aves quieren, comida o bebida, y ellas bajan y te dejan unas vistas envidiables. Es la clave de su popularidad, por otro lado. Pero, ¿podemos hablar de naturaleza salvaje? ¿No vamos desplazándonos, acaso, hacia una naturaleza cada vez más doméstica?


La nieve molestó más a las chovas piquigualdas (Pyrrhocorax graculus
que a nosotros, por la bajada de visitantes que supuso. Aún así, insistían.

Pero no sólo los animales se ven afectados. Hay quien espera -vaya usté a saber por qué- que el campo sea cómodo. Gente que se queja de incomodidad porque no puede visitar un Parque de alta montaña con un calzado inapropiado (tacones y converse en un Picos nevado, ¿qué le pasa a la gente por la cabeza?). O de que Aigüestortes no es accesible con un carrito de bebé. O de tantas otras cosas. Nunca me cansaré de decir que la naturaleza no se adapta a nosotros, sino al revés. Si caminas con zapatillas de tela por la nieve, se te mojarán los pies y, a lo mejor (sólo a lo mejor), un itinerario de montaña no es el lugar para llevar a un bebé. A pesar de ello, estas actitudes calan, y llegan a los gestores, que hacen por mejorar la accesibilidad. Y, cuanto más caminamos en esa dirección, cuando más llenamos nuestra naturaleza de caminos, carreteras, parkings -lo habitual-, restaurantes, baños públicos, accesos sencillos -algo menos habitual- y demás, más modificamos estos entornos. ¿Qué tiene hoy que ver recorrer Picos de Europa, por poner un ejemplo claro, con lo que fue recorrerlo para Pidal, hace cien años? La respuesta es nada, y eso que la mayor parte del Parque no es accesible. Hemos llevado la conservación para el disfrute público como bandera durante más de un siglo, y aquí nos deja, ante una naturaleza que no es salvaje, porque ya la hemos domesticado.


Los senderos de tablas son una imagen habitual en nuestros espacios naturales.

A estas alturas de entrada, me siento como un viejete gruñón gritándole a las nubes, y probablemente el lector así me está viendo. No es así, esta vez, al menos, ya dije antes que no tengo una opinión firme a este respecto. Es cierto que no miro con buenos ojos la masificación de los Espacios Naturales, y este mismo verano agité mi puño hacia las nubes con artículos como el de las masificaciones en el Aneto o las denuncias por incumplimiento de los cupos en Ons. Pero no es ese el tema de la entrada. Incluso una presión turística  aceptable, con un cupo de visitantes basado honestamente en datos científico-técnicos, no cambiaría el asunto de fondo de esta entrada. La naturaleza, tal y como la concebimos, tal y como la vivimos, no es salvaje. ¿Es eso malo?¿Es bueno? No estoy seguro de que exista eso del bien. O el mal. Sólo hay lugares en los que estar.[2]



Aún podemos observar grandes necrófagas, como el buitre leonado (Gyps fulvus)
 sin ayuda en lugares como Monfragüe.

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[1]: "...that the premises shall be held for public use, resort, and recreation; shall be inalienable for all time." Yosemite Grant Act, 1864.
[2]: "I am not sure there is such a thing as right. Or wrong. Just places to stand" Terry Pratchett, El Segador.

martes, 7 de agosto de 2018

De nadie, de todos.

Hace unos catorce años, nuestra flamante Vicepresidenta, Carmen Calvo, pronunció unas palabras que, a día de hoy, siguen persiguiéndola: el dinero público no es de nadie. Entiendo que lo que la señora Calvo pretendía decir es que nadie podía arrogarse la propiedad exclusiva del mismo y que la lengua le jugó una mala pasada. No pretendo juzgar a Carmen Calvo, cuya relación con el tema de este blog es escasita, pero la anécdota me parece interesante para introducir un tema que tiene más fondo del que parece: los conceptos de nadie y de todos.



Las barnaclas carinegras (Branta bernicla) aparecen a cientos en 
Merrion Strand, al sur de Dublín.

Esta historia empieza hace unos meses, con la publicación del Plan Rector de Uso y Gestión -documento que regula qué y cómo se puede hacer en un Parque Nacional - de Illas Atlánticas. Non era sen tempo, vaya, que el Parque lleva 16 años declarado. Aunque no soy un experto, se que tuvo muchísimos problemas, más de los habituales, que no son pocos. Un PRUG debe poner de acuerdo a los agentes sociales y económicos del Parque, y eso no es fácil, en general, pero en Galicia menos. Aunque el documento fue muy criticado (creo que la fase de alegaciones está siendo calentita), y me parece correcto que así sea, tampoco vengo hoy a hablar de esa norma. Tampoco de la paralización de la ampliación del Parque Nacional de Cabrera, ni del estancamiento de la declaración de Mar de las Calmas, aunque también tienen su aquel. Estos temas fueron, eso sí, uno de los detonantes de una conversación relevante con Estéfano, que es uno de esos amigos que caen en la categoría de mis abogados. Relevante para mí, vaya. ¿Por qué -le preguntaba-  es más difícil legislar y restringir sobre el mar que sobre la tierra, si la tierra tiene propietarios particulares y el mar es competencia del Estado?



El PNMT de Illas Atlánticas se enfrenta a grandes problemas 
por lo arraigado de la marinería en su zona.

Era una pregunta legítima y, considero, lógica. Lo aprendido en la carrera respaldaba mi duda. Yo no sabía si, realmente, era más difícil legislar en el mar, pero sí creía apreciar una cierta dificultad a la hora de hacerlo, sin ser capaz de entender por qué. Estéfano me explicó entonces algo que, quizás, deberían haberme explicado en la carrera, por sencillo y por importante. No es que el mar no sea de nadie, es que el mar es de todos. Es cierto que, cuando alguien legisla o restringe en tierra, lo hace (generalmente) sobre propiedad privada. Eso lo hace fácil. Porque, cuando limitas el uso de algo, lo expropias o haces algo similar, debes indemnizar a aquel al que perjudicas. Puede que no siempre acorde a lo que el dueño quisiera, pero lo haces. Cuando hablas de propiedades privadas, tienes una lista de a quién pertenece qué finca, calculas cuánto le afecta y cuánto debes indemnizar. La cosa se complica cuando pasas a cosas que la gente usa libremente: pastos comunales, cañadas, en fin, estructuras de libre acceso, en las cuales tienes que averiguar primero quién las usa y para qué. Resulta -y el concepto lo conocía, aunque no lo aplicara- que el mero hecho de hacer algo a lo largo del tiempo lo convierte en un derecho. El famoso aquí de tó la vía  se ha... Si yo llevo cincuenta años llevando mis ovejas por esta cañada, tú no puedes prohibirme hacerlo sin más, debes compensarme. En tierra, estas estructuras son relativamente menos abundantes. En el mar son... bueno, todo el mar. Como el mar no es de nadie, el mar es de todos, y la cantidad (y, en ocasiones, complejidad) de los usos que se le dan complican mucho las cosas.


Una gaviota reidora (Chroicocephalus ridibundus) chilla a una señora anónima.

Bajo a la calle y, en el hueco que hay al lado de mi edificio, veo una franjita de ría. Con un vistazo puedo distinguir unas diez actividades diferentes, sin pensarlo mucho. ¿Cuánta gente vive, directa o indirectamente, del mar en la Ría de Vigo? Pescadores, mariscadoras, navieras, buques de transporte, de turismo, buzos... la lista es enorme. Y, de pronto, marcamos un trapecio de agua y, ahí dentro, limitamos lo que se puede y no se puede hacer. ¿Sabemos cuánta gente tiene derechos adquiridos en ese trapecio, cuales son, cómo los ejercen y cuánto tendremos que compensar? Resulta complejo sobre el papel, antes incluso de llegar a pie de calle, donde siempre encontraremos más problemas y airadas protestas, porque estamos jugando con el pan de sus hijos. Esos problemas y ese argumento, por cierto, nunca desaparecerán, aunque el Parque cumpla cien años.


El cormorán grande (Phalacrocorax carbo) es protagonista de un amargo
 conflicto con acuicultores y pescadores.


Esta, claro, es la razón -una de las razones- por la que la gestión de Illas Atlánticas es tan complicada. También de que el proyecto de Mar de las Calmas esté tardando. Y, sobre todo, es la razón por la que la queja de pescadores andaluces esté dando tantísimos problemas para la ampliación de Cabrera. Cada acción, cada decisión sobre el mar, requiere una batalla, sangre, sudor y lágrimas. Hace poco comentaba, durante un curso de mediación en programas de recuperación de especies amenazadas del que ya os hablaré, que uno de los problemas que veía es que asumimos que todos remamos en la misma dirección, aunque discrepemos de cómo debemos remar, pero que en muchas ocasiones eso es, directamente, mentira, que en muchos ámbitos las partes del conflicto (porque no se puede denominar de otro modo) no comparten objetivos ni quieren una resolución real del mismo. Y, al final, el perjuicio es, cómo no, para lo de todos.


La intensidad de uso de la costa mediterránea dificulta enormemente su gestión.

Y, ahora, ¿qué hacemos? Me gustaría tener una solución, como estoy seguro de que le encantaría a tanta gente. Ahí es donde radica el problema, precisamente, en la inexistencia de una solución. Las cosas, como sucede tan a menudo, no son como nos gustarían, sino como son. Los cambios acaban viniendo de a pocos, en base a un trabajo intenso, no sólo en lo que es la propia gestión, sino también en concienciación. En conseguir, en definitiva, que los diversos actores a los que no puedes ignorar en un proceso sobre el medio marino, al menos, estén dispuestos a asumir ciertos postulados como propios. Para bien o para mal, la ley nos ata las manos.


Meto esta foto porque me encanta, sin más. Dos gaviotas patiamarillas (Larus michaelis
peleando sobre el Peirao de Ons.

domingo, 10 de xuño de 2018

Una semana movida - Tablas de Daimiel

Laguna permanente, desde Molemocho.

Tercera y última entrada sobre la paliza que me pegué esta Semana Santa, ya un poco achuchado por la siguiente tanda de Parques que pretendo visitar. No quería dejarlo en el tintero porque los posts de viajes, o se escriben, o se olvidan, y prefiero dejar apañáo Tablas antes de volver a Picos y recuperar las cosas que me dejé guardadas. Como puede que recordéis de entradas anteriores - o de Instagram si venís de ahí -, esta Semana Santa realicé un viaje maratoniano que me llevó a Guadarrama, Picos de Europa y Tablas de Daimiel en menos de diez días. Hoy os hablaré de la última de estas visitas y os introduciré un poco el que es uno de los Parques más singulares de la Red.

Una Cerceta común (Anas crecca) nada tranquila en la Laguna de Aclimatación.

En la Mancha Húmeda, se denomina tablas a unas lagunas de inundación fluvial de poca profundidad. Son estas lagunas -y no los senderos de tablas de madera, como algunos creen erróneamente- las que dan nombre a este Parque Nacional. Ubicado entre Daimiel y Villarrubia de los Ojos, en Ciudad Real, Tablas se forma alrededor de la unión de los ríos Guadiana (no muy lejos de los Ojos) y Gigüela, en un sistema fluvial francamente complejo: el Guadiana lleva agua dulce y el Gigüela la lleva salobre, la permeabilidad de los cauces de ambos ríos es diferente, por lo que el Gigüela corre con retraso, los manaderos dependen de un sistema de acuíferos que descubrimos hace relativamente poco que no funcionaba como creíamos... y así un largo etcétera de peculiaridades. De hecho, su propia declaración se hizo a contracorriente, en una época en la que las marismas y lagunas eran consideradas ambientes insalubres, y su principal objetivo fue paralizar su desecación, ya comenzada, para evitar que corriesen la misma suerte que otros ecosistemas similares (Tablas de Villarta de San Juan, Arenas de San Juan o Junta de los Ríos). A pesar del daño causado por aquellas ideas, Tablas se encuadra dentro de un conjunto mayor -la Mancha Húmeda, arriba mencionada, declarada Reserva de la Biosfera-, aunque sólo esta zona es Parque Nacional, por algún motivo. Es, de hecho, el Parque más pequeño, y sólo una ínfima porción del mismo es visitable. El resto es agua. Y es el agua la clave ecológica de este espacio y el ambiente que atrae a la avifauna, emblema y causa de su protección.


Bisbita alpino (Anthus spinoletta). Tablas es un refugio para aves en migración.

Pero Tablas no es sólo pequeño y peculiar. También es un Parque delicado y cercado de problemas. Mencionaba hace poco que, para mí, la palabra "Tablas" solía estar precedida por un "Que mal está". Las últimas sequías se han cebado particularmente con este Parque, favorecidas por una agricultura irresponsable y, en muchos casos, al margen de la ley. Y, como bien dice mi padre, que no en vano trabajó durante años en este Parque, Tablas es agua, y sin agua no es nada. Cuando no corren el Guadiana ni el Gigüela - algo que sucede naturalmente, pero que contribuimos a empeorar-, efectivamente, Tablas queda vacía de contenido. En una de las últimas sequías, a mayores, se declaró un incendio de turba que, aparte de francamente peligroso, ponía en peligro la recuperación del ecosistema cuando volviesen las lluvias. También de la aparición de especies alóctonas -una de las grandes amenazas de nuestros Parques - tiene su ración Tablas. Que yo sepa -incido especialmente en estas tres palabras-, sólo se llegó a plantear en algún momento retirar la categoría de Parque Nacional a uno, y fue a éste. Y, de nuevo que yo sepa, esto sucedió dos veces. Hasta qué punto podemos, por irresponsabilidad medioambiental, empujar un sitio que, en teoría, estamos protegiendo con la figura de protección más elevada del Estado, hasta un punto en que no sea digno de dicha protección es algo que me resulta clave. Algo estamos haciendo mal. A pesar de esto, debo reconocer que no tengo visto Tablas sin agua. Será porque soy un afortunado, pero en mis dos visitas (la primera en el 40 aniversario y la segunda ya con el proyecto) encontré las Tablas en un estado aceptable: la primera, tras una sequía durísima, pero ya con ambos ríos corriendo, y la segunda tras otra sequía, algo más suave, y sólo con el Guadiana -el Gigüela correrá más adelante, probablemente. No tengo esa visión desoladora del Parque, más allá de los testimonios, en muchas ocasiones conmovedores, de quienes viven por y para un Parque que, a veces, parece escapárseles entre los dedos.


Porrón pardo (Aythya nyroca) y Cerceta pardilla (Marmanoretta angustirostris
en la Laguna de Aclimatación.

Como estos meses hemos encadenado una racha larguilla de borrascas, insistí mucho en visitar Tablas esta primavera, consciente como soy de que, si bien sabía que en aquel momento había agua, no podía asegurar que fuese a haberla en otro momento. De hecho, desde el principio barajé la posibilidad de que Tablas no llegase a ser visitable durante el tiempo que durase el proyecto. Gajes del oficio, vaya. Por desgracia, no andaba particularmente bien de tiempo, así que, nada más llegar de Picos (doce de la noche, tras cuatro días y muchos kilómetros), hice de tripas corazón y le pedí a mi padre que fuésemos a la mañana siguiente a Tablas, porque o era ese día, o no era. Pocas veces en mi vida me costó tanto levantarme como esa mañana, y menos mal que no me dejó conducir. Pero eran las siete de la mañana y nosotros salíamos de su casa en dirección a Daimiel. 


El taray (Tamarix gallica) es la especie arbórea más característica de las Tablas.

Como comenté antes, Tablas es un Parque pequeño y poco visitable: la mayor parte de la superficie es directamente intransitable a pie -aunque las barcas tradicionales, similares a las de L'Albufera, pueden recorrer las zonas inundadas con fines de gestión e investigación-, y gran parte de las orillas tampoco están preparadas para el tránsito. Todas las rutas -en su mayoría, sobre los caminos de tableado, que son una de las imágenes típicas del Parque- discurren por la zona sureste de las Tablas, aunque en un punto bien elegido, entre la entrada del Guadiana (que queda un poco al sur de los caminos) y la del Gigüela (un poco más al norte). Decidimos empezar por la Laguna de Aclimatación, una estructura artificial y cerrada en la que se mantiene la colección de patos del Parque y que se emplea como paso de semilibertad para los especímenes que van a ser liberados. Tras un buen rato sacando fotos a los patos, comenzamos la verdadera visita por uno de los caminos más emblemáticos, el de la Isla del Pan. Por desgracia, aunque había agua, no había mucho que ver, aparte de carrizo. Algunos pájaros sueltos andaban por la zona, pero menos de lo que había esperado, para ser sincero. Esto va bastante de la mano con los comentarios que llevo una temporada recibiendo acerca de que los pájaros están otras lagunas, especialmente en la de Alcázar de San Juan, en lugar de en Tablas, por una serie de motivos, unos más naturales que otros. Las Tablas tardan un poco en recuperarse tras una sequía, y quizás fuimos pronto, aunque mi padre cree que, si las cosas no cambian, las aves no tardarán en volver, y me parece que algo sabe del asunto. Seguimos en dirección a la Torre de Pradoancho, aunque no llegamos a la misma. El Guadiana, aunque estaba remontando los tablazos, aún no había llegado hasta esta zona, y el cauce del Gigüela aún no está corriendo, como ya mencioné, así que la parte norte de los senderos todavía estaba seca y, salvo por un lejano aguilucho lagunero (Circus aeruginosus), vacías. Como no había mucho por ver, echamos una ojeada al Centro de Visitantes y al Centro de Interpretación del Molino de Molemocho y dimos por terminada la visita.


Las barcas de Tablas están basadas en las de L'Albufera.

Y ahora llega el momento de cortar trajes. En primer lugar, a pesar de que en el momento, esta visita me decepcionó, lo cierto es que no considero haber perdido el tiempo. Puede que la fauna no estuviese al alcance, pero desde el punto de vista de quien, aparte de enseñar, quiere comprender los Parques, fue una visita muy instructiva. La situación hídrica -el Guadiana corriendo y remontando, el Gigüela seco- me permitió acercarme más al funcionamiento de este sistema, por ejemplo, y entender el tipo de variaciones que se pueden esperar en dos ríos con tipos diferentes de agua y que no van sincronizados. Tuve ocasión también de plantear próximas visitas -tengo grandes esperanzas puestas en el año que viene-, valorando el estado y situación de los hides públicos y mis opciones de ver aquello que esta vez no pude. También me dio qué pensar acerca de cómo funciona la avifauna del Parque -que, como digo, es su valor principal- y cómo las variaciones de agua le afectan, directa e indirectamente. O acercarme al Centro de Visitantes, que se encuentra en un estado francamente mejorable - ¿De qué sirve gastarse millonadas en Centros de Visitantes en Parques que ya disponen de ellos si luego no podemos destinar unos pocos miles de euros a mantener los que ya tenemos? -, y el Centro de Interpretación del Molino de Molemocho -que probablemente costó un pastizal, aunque está en buen estado-, que me dejaron con una sensación bastante desagradable. Dejo para el final, aunque quizás es de lo más importante, el tema del público. A pesar de ser uno de los Parques menos visitados (menos de 200.000 personas en 2015, frente a cifras millonarias, como las de Teide, Guadarrama o Picos), la cantidad de gente que fue llenando los caminos y pasarelas a lo largo del día era sorprendente, y nos quedamos horrorizados al ver lo lleno que estaba el parking cuando nos marchamos. Hay que tener en cuenta que el número de visitantes no es relevante por sí mismo, hay que plantearlo frente a la superficie en la que se distribuyen, y recordar que, si 200.000 personas al año en Picos probablemente tengan un efecto muy limitado, en los menos de diez kilómetros de recorridos de Tablas pueden producir un impacto alarmante. Me gustaría hablar más extensamente de este tema, pero creo que esta entrada está siendo ya lo suficientemente larga, y es un tema que requiere más tiempo y algún que otro intercambio de opiniones.


Curruca capirotada (Sylvia atricapilla) en la linde del Parque.

Llegamos al final de esta entrada y de esta serie introductoria sobre algunos Parques. Confío en que haya servido para transmitiros aunque sea una pequeña parte de cómo funcionan y qué podéis ver en los mismos. Como, supongo, habéis podido apreciar, las entradas han sido bastante poco concretas y dejaban grandes huecos, porque creía -y creo- que es necesario dar una visión general de un Parque antes de tratarlo en profundidad. Rellenar esos huecos será nuestra tarea a partir de ahora, y esperamos que nos acompañéis en el camino.