Se llamaba Emilio(1). O quizás no, claro, pero le puse nombre accidentalmente, y ahora se llamaba así. Era un inmaduro de cormorán moñudo (Phalacrocorax aristotelis), y hace cosa de una semana salió a pescar. Los cormoranes moñudos no son particularmente elegantes volando -es evidente que su diseño corporal no está ideado para eso-, pero debajo del agua son un espectáculo, bucean maravillosamente. Pero esa mañana, aunque Emilio no lo sabía, sería la última. Encontré su cabeza, cortada limpiamente, flotando en el puerto de Sanxenxo. No había visto una red, se enganchó en ella y no pudo escapar. Se ahogó. El dueño de la red, al encontrarle, cortó su cuello para no comprometer la red, y arrojó los restos al agua. Había sido hacía poco, los restos no olían y los ojos estaban intactos. Sobre el párpado medio cerrado, Emilio aún me miraba. Quizás de haberlo encontrado más tarde, de no haber visto esa mirada en la cabeza cortada de un cormorán, hoy no estaría escribiendo esto. Pero me miró y, de algún modo, eso me entristeció hasta límites insospechados.
Como Emilio, muchos cormoranes moñudos mueren cada año de este modo. Si hay una muerte que me asusta de verdad, esa es morir ahogado. Quizás sea porque buceo, y es algo que siempre aletea en mi mente, o quizás porque Ken Follett era excesivamente descriptivo en Los Pilares de la Tierra. No se por qué, pero es una muerte terrible. Compartíamos hace poco en nuestras redes esta entrada del blog Viajando a ver bichos de Íñigo Fajardo, un viejo amigo de la familia, y lo hicimos, no sólo porque creemos que es algo que debe saberse y contra lo que se debe luchar, sino también porque fue una historia que me impactó. Entre la protagonista de la historia de Íñigo y la de Emilio median muchas similitudes y algunas diferencias. Y la principal de estas es que los responsables de la muerte de Emilio no estaban haciendo nada mal(2). Este tipo de muerte no es nada infrecuente entre aves marinas buceadoras y, en el caso del cormorán moñudo, avanza hasta el nivel de vaya, esto es preocupante. Las redes de nylon son difíciles de ver debajo del agua -si sois buzos, lo sabéis, seguramente-, así que los cormoranes van buceando en busca de alimento, las atraviesan y ya no salen.
Hace cosa de una semana, estuve en una charla sobre aves marinas que impartían la SEO y la SGO en O Grove. Con sus más y sus menos, tuvo cosas interesantes y me dio cosas en las que pensar. Y, como buena charla ornitológica en Galicia, se habló del arao común. Porque sí, porque el arao (Uria aalge) es un ave que, por algún motivo, está fijada en el imaginario colectivo del naturalismo en Galicia. Hace décadas era, efectivamente, abundante -la población de Berlangas, en Lisboa, era de varios miles de parejas-, pero de pronto empezó a retroceder. La última pareja nidificante, en Cabo Vilán, dejó de criar hace un año o dos. Los motivos que escuché para la desaparición del arao en Galicia son variados: el cambio global, la degradación del hábitat, el tráfico marítimo, la bajada de población de la anchoa... en fin, una ristra de problemas poco concretos y poco solucionables localmente. Además, la gallega era la subpoblación frontera de una población bastante grande, y los bordes suelen ser zonas en las que las fluctuaciones no son infrecuentes. Pero en esta charla se mencionó algo que era la primera vez que escuchaba: la correlación entre la desaparición del arao en Galicia, la aparición de las redes de nylon y el aumento del número de artes de pesca usadas -consecuencia del abaratamiento del coste. Y dices oh, vaya, tiene sentido. Porque el arao también bucea. Porque las redes de nylon se ven peor que las de fibras naturales. Porque, de pronto, te das cuenta de que el problema de los cormoranes no sólo afecta a los cormoranes. Por supuesto, no es que esta sea LA causa de la desaparición del arao, probablemente sea sólo una de tantas. Pero vamos viendo un problema que no es puntual sobre una especie, sino generalizado sobre un tipo de aves.
Sisargas, uno de los últimos reductos del arao común.
Llegamos, una vez más, al punto crítico. ¿Conservación o desarrollo?¿Justifica "un pajarito" dificultar la vida de los pescadores? Yo, que soy un optimista, siempre creo que debe haber modos de compatibilizar las cosas, pero un número nada desdeñable de gente respondería con un tajante "no". Hace menos de un mes, leí a alguien defender que el Delta del Ebro no podía ser excusa para no utilizar salvajemente el agua del río, porque era más importante mantener una agricultura demencial que proteger a unos pajaritos (hay más cosas, aparte de los pajaritos, en juego, pero esto es un mero ejemplo). Y es esa gente, la que responde con un no, la que cimenta algunas de las decisiones políticas que pagamos caras, como el asunto de la pesca tradicional en los Parques Marítimo-Terrestres. Porque opciones hay, a lo mejor no tenemos una panacea localizada, pero sí tenemos cosas que probar. Se me ocurre que, al menos en aguas de un Parque Nacional, las redes de nylon deberían estar prohibidas. O que el control sobre el abandono de redes (o las multas, si no es posible el control eficaz) deberían ser mayores. O tantas otras cosas. Pero a lo mejor tenemos que esperar a que sólo quede una pareja nidificante de cormorán moñundo para plantearnos según qué cosas.
Y Cabo Vilán, otro de estos reductos..
Vayamos ahora a la praia de Fechiño, en Vigo. Pasé muchas noches con mi amiga Ana en esta playa, capturando pulgas de mar para mi Trabajo de Fin de Grado. Cada noche, veíamos no menos de diez barcos navegando junto a la costa. No llevaban luces. Y todos (salvo un par, que estoy convencido de que se pasaron droga) llegaban, soltaban nasas y se iban. Eran nasas ilegales, bien por incumplir la veda, bien por superar su cupo. Y así le va al pulpo, por otro lado. Esa gente existe y, por desgracia, no son pocos. Y, cuando ves el desparpajo y, sobre todo, la impunidad con la que la gente se salta las normas sobre algo que, en definitiva, les beneficia a ellos (lo crean o no), no puedes evitar preguntarte, ¿qué no harán cuando la norma sea para proteger algo que ni les va ni les viene o, incluso, les perjudica?¿Qué acatamiento puedes esperar cuando hay quien se salta las restricciones -por no hablar de las normativas de seguridad marítima- con esa naturalidad? La impotencia que te invade en esos momentos es, sencillamente, descorazonadora.
Los cormoranes no tienen plumas impermeables, por eso se secan al sol.
No pretendo convertir esto en un alegato contra la pesca. Estoy seguro de que hay muchos pescadores escrupulosos en el cumplimiento de la ley, y que están dispuestos a modificar su actividad para proteger el medio ambiente (altruistamente o no). No me cabe duda de que hay pescadores que, cuando en sus redes cae un cormorán, lo lamentan. El problema no son ellos. El problema son los otros, y el problema es que, ni legislamos en la dirección adecuada, ni tenemos medios para hacer cumplir la legislación que tenemos. Mágoa.
Pero no hay que rendirse. Hay muchos grupos, asociaciones, etc que luchan por un mar más racional. Espero que esta entrada, por limitado que sea su alcance, sea un pequeño grano de arena para que llegue un momento en que no haya más Emilios de los que hablar. Lo espero de verdad.
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(1)Emilio recibió su nombre por Emilio Rodríguez, amigo de la familia al que ya mencioné en pasadas entradas, primer director de Illas Atlánticas y una de esas personas que disfrutaban tirándome a la piscina cuando me ponía pesado.
(2)Quiero decir que no tienen por qué. Esa red podía ser legal o ilegal.
(3) Pensaba que tenía fotos de arao común de Irlanda, pero al final resulta que todo es arao aliblanco (Cepphus grylle) y alca común (Alca torda). Aunque casi mejor, no hay casi nada decente en esa serie.
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