martes, 16 de xaneiro de 2018

Lo que no vemos.

Hace unos meses, estuve haciendo el curso de Guías de Parques Nacionales, impartido por el CENEAM en colaboración con los quince Parques. Creo que ya lo había mencionado, al menos de pasada, pero vuelvo a ello para hablar del tema que nos ocupará hoy. Este curso consta de una fase general, común a todos los Parques, y de una específica, propia de cada Parque. Esta última fase se divide, a su vez, en una parte teórica y otra práctica que, en el caso de Illas Atlánticas, que fue donde hice el curso, consistía en unas visitas a las islas para fijar lo visto en la teoría y diseñar algunas actividades. Aunque me lo pasé como un enano -¿Qué le voy a hacer? Soy un enamorado de ese Parque-, algo que seguramente os cuente más adelante, allí estábamos para trabajar y aprender. Como, supongo, todos, había cosas que ya sabía y cosas que no, pero la valoración conjunta es bastante buena.

La gaviota patiamarilla (Larus michaellis) es una de mis especies fetiche.

Pero a lo que nos ocupa, llegó el tercer y último día, en Cíes. Hablaba Vicente Piorno, entre los eucaliptos del extremo sur de Monteagudo, cerca del Lago dos Nenos, haciendo las veces de chamán de la tribu instruyendo a los papooses. Y sacó un tema preocupante que tiene, y no poco, que ver con la aparición de este espacio (el NPP). Los Parques Nacionales, nos contaba, tienen muchas veces problemas para transmitir al gran público su riqueza. Y no hay mejor ejemplo -así lo puso él, mientras yo asentía hasta dislocarme el cuello- que Doñana. Cuando un turista llega a Doñana, ¿qué espera ver? Debo decir que, desde ese día, le hice esa misma pregunta a varias personas y todas respondieron lo mismo que se auto respondió Vicente aquella mañana. ¿Qué esperaría ver el lector si va a Doñana?

El cormorán moñudo (Phalacrocorax aristotelis)sigue siendo tímido, 
pero cada vez es más fácil verlo de cerca.

La respuesta, claro, es "lince ibérico". El lince ibérico (Lynx pardinus) es la insignia del Parque, desde hace años y, en consecuencia, un porcentaje nada desdeñable (no me la voy a jugar augurando una cifra, pero más por no tener que retractarme que por falta de convencimiento) de las informaciones sobre Doñana incluyen al lince en algún punto. Da igual que hables de algo que no tiene absolutamente nada que ver con el lince, aparece mencionado. Y, por supuesto, los visitantes van y esperan ver linces. Y se decepcionan. El lince es difícil de ver en libertad. No tengo claro haber visto uno yo, que me pasé años recorriendo con mi padre el Parque en Land Rover, no te quiero decir el turista medio. Que no es imposible, ojo, sólo muy improbable. Primero, porque son pocos. Segundo, porque se mueven poco. Y tercero, porque son, básicamente, crepusculares. Los puntos dos y tres podría haberlos resumido en un "porque son gatos". Hay, claro está, visitantes que pudieron verlos, así como fotógrafos que, con insistencia y buenas (espero) artes, terminaron por conseguirlo. Incluso hay empresas de hides que permiten esperarles en lugares donde las probabilidades son mejores. Pero son los menos.

Este es mi señor padre, poniendo una cámara de fototrampeo. Estaba mozo de aquellas.

De los 300.000 visitantes que pasaron por Doñana en 2015, ¿cuántos esperaban ver lince ibérico?¿Cuántos lo vieron efectivamente? Muchos de ellos se fueron de Doñana con el mal sabor de boca de no haber visto lo que había que ver, influyendo esto negativamente en la satisfacción con la visita y, por tanto, en la imagen pública del Parque. Esos visitantes probablemente sí vieron los humedales (lagunas, marismas) que fueron la causa de la declaración del Parque Nacional, seguramente visitaron uno de los poquísimos sistemas dunares completos de España, y puede que incluso viesen la llegada de los ánsares. Pero no vieron lince, así que la visita quedó incompleta.

Aurora y Poleo en una cámara automática. 

La culpa de esto es, al final y como de costumbre, compartida. Es cierto que muchos visitantes no se preparan la visita con la profundidad necesaria -no es una crítica, yo muchas veces voy a ver qué encuentro. También que la prensa tiene tendencia a entrar en bucles de los que es difícil sacarla, y su impacto en la opinión pública o, en este caso, en las esperanzas públicas, es grande. Pero aquí entran los propios Parques, no como administración, sino como concepto amplio que engloba a esa administración, a sus trabajadores, a las empresas que trabajan en la zona, a los ayuntamientos, en fin, a todos aquellos que están en el ajo. Son ellos quienes, por un lado, tienen la información necesaria y, por otro, más ganan con que el visitante se marche satisfecho. Y son ellos, por tanto, y aunque tengan menos alcance que la prensa, quienes deben poner en valor el patrimonio del Parque y ofrecer unas perspectivas realistas de qué puede esperar y qué no el visitante. No se trata, ojocuidáo, de una crítica, un ataque. Como ya dije, considero que es una culpa compartida, y que todos somos responsables de hacer nuestra parte y hacerla bien.

La ortiguilla (Anemonia sulcata) es una anémona frecuente en las costas gallegas. 
Al quedar fuera del agua no es capaz de encapsularse, así que forma una especie de alfombrado.

A nadie se le ocurriría -bueno, miento, sí, a bastante gente- visitar el Louvre, ver la Mona Lisa y marcharse. O llegar al Prado, ver Las Meninas y no seguir. Nadie concibe ir a un concierto de Springsteen, escuchar Born in the USA y volverse a casa. Nuestros viajes no deberían ser diferentes. No debería pasársenos por la cabeza visitar un lugar y volver habiendo visto sólo lo del cartel. Si lo vemos, claro. Nuestros Parques tienen mucho que enseñar, mucho que contar. Fauna, flora y paisaje, sí, pero también historias de sus pobladores. Y todo eso tiene valor, salga o no en el cartel.

Un lagarto ocelado (Timon lepidus) quedándose muy quieto al borde del 
camino para pasar desapercibido. No funcionó.

Mencionaba en la entrada anterior que, muchas veces, nos quedamos mirando lo que creemos que debemos mirar mientras hay maravillas pasando a nuestro lado. Fotografiando a aquel herrerillo extremeño, yo me acordaba de Vicente, de Cíes y de Doñana, como espero que se acuerde el lector la próxima vez que tenga la suerte de ver aquello que no sabía que debía ver.

Se estaba haciendo la dormida, lo juro. Pero pude pillarla con las manos en la masa.


sábado, 6 de xaneiro de 2018

Primeros pasos - Monfragüe.

Decidido a seguir la línea que me había marcado, no podía dejar pasar estas fiestas sin visitar, al menos, un Parque. Por suerte, paso estas fechas en Madrid, y mi reparto de los Parques en categorías dejaba nada menos que cuatro de ellos (Cabañeros, Guadarrama, Tablas de Daimiel y, claro, Monfragüe) en el grupo de visitables desde casa de mis padres. Incluí en esta categoría Parques a los que podía llegar, visitar y volver en el mismo día, algo que, de paso, me permitirá hacer más de una visita en distintas épocas del año. Dado que estamos en invierno, y aunque no está siendo un año particularmente nevado, descarté de inicio Guadarrama, en previsión de que una nevada de última hora estorbase el plan (aunque pretendo visitarlo algún invierno, pero procuraré estar mejor preparado que ahora). Entre los tres restantes, descarté Cabañeros sin ningún motivo en especial: es el Parque con menos visitas, pero eso sólo lo hace más interesante para este proyecto. Probablemente busque hacerlo a finales de verano y principios de otoño, con intención de coincidir con la berrea. Esto nos dejaba Monfragüe y Tablas de Daimiel. Aunque lo cierto es que tengo bastantes ganas de volver a Tablas -mi única visita fue hace unos años, cuando estaban rebosantes de agua, y me gustó lo que vi-, la sequía de este año hacía poco probable encontrarse el Parque como se debe. Soy consciente de que, siendo uno de los Parques que me resultan más atractivos y teniéndolo tan fácil, es posible que sea el último que pueda visitar e, incluso, que no pueda hacerlo hasta más allá de la línea de finalización propuesta para este proyecto. Parece una canallada, pero no deja de darle un cierto matiz de interés y una importante lección para el visitante: la Naturaleza es cuando es, no cuando queremos.

Foto por Irene Cebolla.

Parece que me quedo con Monfragüe por descarte, y eso no es del todo cierto. Tenía unas ciertas ganas de visitar este Parque en concreto porque, durante años (los que pasé en Andalucía) pasábamos por el desvío cuando íbamos y volvíamos al pueblo de mi madre (El Barco de Ávila). Entonces era aún Parque Natural, pero nunca nos decidimos a visitarlo -mis padres sí, claro, pero yo no. Teniendo todo de cara -nidificación de los buitres e invernada de grullas incluida-, pude, finalmente, visitar un Parque del que, a pesar de haber pasado tantas veces por delante, no sabía absolutamente nada.


Empecé, por tanto, la preparación, y toda preparación comienza sobre un mapa. Quiero aprovechar este momento para poner de relieve algo que me sorprendió enormemente y que quizás no suele apreciarse, como es el patrimonio geológico. Monfragüe se encuentra comprendido entre dos formaciones rocosas casi paralelas, rotas en algunos puntos (la portilla del Tiétar y el Salto del Gitano son las roturas más conocidas) que trazan un dibujo de una perfección difícil de ver. Si observáis un mapa topológico, además, veréis que en muchas zonas del Parque las curvas de nivel son paralelas y equidistantes (no exactamente, pero sí muy aproximadamente). Describí las formaciones rocosas de Monfragüe como dibujadas por un niño, y creo que no erré.  El Parque tiene, y esto es importante, una carretera que discurre de norte a sur por su zona oeste, uniendo Plasencia con Torrejón el Rubio, junto a la cual se alza Villarreal de San Carlos -donde volveré más adelante-, y otra que une la Ex-1 (autovía Navalmoral-Plasencia) a la altura de La Bazagona, con la primera carretera un poco antes de Villarreal. Menciono la importancia porque, a la hora de planificar cualquier visita, uno debe saber hasta donde y en qué condiciones puede llegar. En nuestro caso -mío y de mi amiga Irene, que fue quien me acompañó en esta ocasión-, la idea era hacer una visita preliminar fundamentalmente en coche, así que optamos por coger el desvío en La Bazagona y recorrer esta carretera, que discurre de este a oeste a lo largo del Tiétar primero y del Tajo después, unirnos a la otra carretera en Villarreal y seguirla en dirección sur hasta el Salto del Gitano y el castillo de Monfragüe, contabilizando tres paradas previstas y un número indeterminados de y lo que surja. Mi justificación de la elección de este modelo de visita para esta ocasión es sencilla: Monfragüe queda relativamente lejos de Madrid, los días son cortos y pretendía hacerme con una visión general del Parque. De hecho, a pesar de hacer una visita light, salimos con el sol ya puesto, en plena hora azul, algo que me deja no poco satisfecho y con ganas de volver para seguir alguna de las rutas a pie. Pero entiendo que no estáis aquí para que os cuente la parte pelmazo, por importante que esta sea, así que vamos a la visita en sí.


Tras salir en La Bazagona, recorrimos unos kilómetros dehesas a través. Aunque no estábamos en el Parque, nos encontramos con un bando de grullas (Grus grus) posadas al ladito de la carretera que nos ignoraron con altanería cuando paré el coche. Me había dejado la cámara en el maletero, así que intenté salir a por ella, provocando, por desgracia, que las grullas echasen a volar. "No te preocupes, habrá más", me consolaban Irene y mi padre (que recibe mis andanzas y preguntas en directo vía telemática). Os adelanto que se equivocaban, no volvimos a verlas, aunque sí a escucharlas, en un nuevo recordatorio de que la Naturaleza no trabaja para nosotros. Tras algunos improperios de frustración, reanudamos la marcha para llegar a la primera de las tres paradas que había previsto: la Portilla del Tiétar. La Portilla es uno de los puntos en los que los ríos de Monfragüe rompen las formaciones montañosas de un modo casi perpendicular, dejando a ambos lados impresionantes quillas de piedra que vuelven locos a los buitres. Tanto es así que, en el mirador, había ya un nutrido grupo de fotógrafos fusilando a los buitres, que volaban ciertamente bajo y se posaban con frecuencia en la roca que teníamos frente a nosotros. Vimos también un cormorán grande (Phalacrocorax carbo) con plumaje nupcial, demasiado lejos para captarlo con mi objetivo (disparo con un 70-300 que en muchas ocasiones se queda corto, aunque ese no fue el día, precisamente), algo que me hizo una particular ilusión. Sí, el cormorán grande es una vulgaridad, pero es un ave que siempre me alegra el día, igual que su primo, el moñudo, sobre el que me explayaré al hablar de Illas Atlánticas. No estuvimos demasiado rato aquí, en parte porque mi objetivo no terminaba de dar para la situación y en parte porque mi aguante ante las ojeadas de superioridad de la gente con mejor equipo es limitado. Seguir, como comprobamos, fue una buena decisión porque, si en la Portilla había bastante buitre leonado (Gyps fulvus), no es ni el único ni el mejor sitio para verlos en el Parque. Continuamos por la carretera, aprovechando los numerosos y lo que surja que tiene el Parque, bien señalizados y con espacio. Como nota positiva, resaltar los carteles de "Hito fotográfico", una ruta que recorre Monfragüe señalizando buenos sitios para sacar, sobre todo, fotografía de paisaje. En una de estas paradas, vimos el primer buitre negro (Aegypius monachus) de la jornada que, para mi vergüenza, no identifiqué. Tampoco identificaría los dos siguientes, una pareja que pillamos por el camino. Vaya desastre de ser humano...

La cercanía de los nidos es uno de los atractivos de la Portilla del Tiétar.

Fue siguiendo esta ruta cuando llegamos al mirador de Malavuelta -nombre maravilloso donde los haya, ese tipo de topónimos me encantan- a la altura de la presa del embalse de Torrejón-Tiétar. Aunque las presas no son, precisamente, santo de mi devoción (ni, supongo, de la de nadie que disfrute de los paisajes), esta parada merece una mención especial, por dos motivos. El primero de ellos es que, si quieres ver buitre leonado, éste es uno de tus sitios. No sólo se trata de un punto con una concentración bastante elevada de éstos (más, cuando lo visité, que en la Portilla), sino de un punto en el que vuelan bastante bajo y es fácil verlos francamente bien. El segundo es que vi, por primera vez en mi vida, una balsa de cormoranes grandes. Esto puede no tener mucha relevancia biológica, pero para mí el cormorán grande es, básicamente, un animal solitario, porque en la costa viguesa abunda más el moñudo, al que sí había visto formando balsas. Esta no sólo era una balsa de cormoranes grandes, era más grande que cualquier balsa de cormoranes que hubiese visto antes, con más de doscientos ejemplares, probablemente, que se reunieron junto a la presa, supongo que para resguardarse del viento. Curiosamente, una vez arrancamos, y en el tiempo entre salir y llegar a la presa (menos de cinco minutos), se habían evaporado, sin que fuese posible ver a uno sólo de ellos ni Tiétar arriba ni Tajo abajo. Fue, de hecho, la última vez que los vi en el día. Como punto negativo de Malavuelta, el mirador está entre árboles, por lo que los buitres aparecen y desaparecen con cierta facilidad. A pesar de ello, es una buena parada, sobre todo para aquellos que no posean (o no lleven) buen equipo, porque en pocos sitios van a poder ver tan cerca a estas aves. Seguimos el camino, dejando a la izquierda el Tajo y haciendo algunas paradas más (recomiendo particularente el Mirador del Pliegue, donde se pueden ver unas formaciones geológicas que, a una escala manejable, explican por qué Monfragüe es como es), hasta llegar a nuestra segunda parada, obligada para mí: Villarreal de San Carlos.

Aparte de la subespecie local sinensis, había algunos ejemplares de la subespecie maroccanus.

Aparte de ser el lugar en el que se celebra anualmente FIO, Villarreal (pedanía de Serradilla) es el lugar en que se encuentra el Centro de Visitantes del Parque Nacional, razón principal de nuestra parada. Soy un adicto a visitar -y, en ocasiones, criticar- los centros de visitantes de los espacios naturales que visito. Es una cuestión de estilo, de convicciones: un buen centro de visitantes indica una buena gestión y una buena dotación económica, es un indicador del estado del espacio. Un indicador, añado, que no sólo aprecian los que saben, sino el público general. En el caso de Monfragüe, debo decir que, sin espantarme ni encantarme, aprueba. No me gustó particularmente la distribución (son, al menos tres edificios separados), y en algunos puntos se notaba la falta de mantenimiento, supongo que más notable por la afluencia de gente durante FIO. En la otra mano, tanto el museillo, que tenía entre otras cosas documentos relativos a los esfuerzos para conservar la zona en distintas épocas, como la propia exposición me parecieron interesantes, accesibles y bien planteadas. Podría debatir largo y tendido acerca de algunos puntos expuestos con los que no termino de estar de acuerdo, pero creo que la valoración global es positiva. Sobre Villarreal, añadir que me gustó: casas de pizarra (supongo que tradicionales) con cortinas en las puertas y un aspecto cuidado que se agradece.

Estos "cuchillos" son una de las formaciones geológicas más espectaculares del Parque.

Seguimos ruta al sur. Poco antes de cruzar el Tajo, nos encontramos con el Puente del Cardenal, que me había dado algún quebradero de cabeza, porque aparece señalizado en los mapas pero no salía en la ortofoto del IGN. Al verlo entendí el por qué: queda por debajo del nivel del embalse, por lo que en años de alta pluviosidad (como debió serlo el año en que se tomó la última ortofoto) queda lo suficientemente sumergido como para no verlo. Satisfecho conmigo mismo por haber descubierto yo solito algo que debería haber deducido y que cualquiera a quien hubiese preguntado me habría respondido, seguimos en dirección a la última parada prefijada: el Salto del Gitano.





El Salto es una estructura muy similar a la Portilla, de nuevo una rotura norte-sur con espectaculares formaciones rocosas, provocada esta vez por el Tajo, pero bastante más grande que su prima. Es, como pudimos comprobar al pasarlo por abajo, un punto impresionante para buitres. Decidimos comenzar subiendo al castillo y la ermita, desde donde se aprecian unas magníficas vistas: Peñafalcón al oeste, la sierra de Monfragüe (que da nombre al Parque Nacional) al este, el Parque al Norte y una vasta extensión llana al sur. Aunque, como castillo, no es particularmente impresionante, hay que reconocer que pocos tienen una ubicación tan privilegiada y unas vistas tan llamativas. Aquí, de nuevo, encontramos buitres en cantidades excepcionales y volando bastante cerca mientras aprovechaban las corrientes que se formaban en la cara sur de la sierra de Monfragüe, donde calentaba el sol, para ascender por la ladera. Como en Malavuelta, pero sin las limitaciones que suponen los árboles, se trata de un lugar en el que no hace falta más equipo que los ojos para disfrutar del espectáculo. Supongo, no obstante, que en temporada alta o fines de semana debe haber bastante más gente, y si sois de aquellos a quienes no les gusta estar rodeados de otras personas (como, de hecho, me sucede a mí), puede que no disfrutéis tanto del sitio si vais en un mal momento. Tras disfrutar de las vistas durante un buen rato, hacer fotos hasta aburrirnos  y ver buitres lo suficientemente cerca como para distinguirles el color de los ojos, bajamos al mirador del Salto del Gitano, que se encuentra, siguiendo la línea que forman Peñafalcón y el castillo, pero en la parte de abajo. Más allá de las impresionantes vistas, es un sitio en el que se pueden ver muchísimos buitres, tanto posados como en vuelo, pues es uno de sus lugares favoritos de cría, lo que explica que la zona estuviese ocupada por observadores y algún fotógrafo. Los buitres leonados pasaban tan cerca que hubo uno al que no vi hasta que me rebasó pero sí oí, porque agitó al pasar las ramas de los acebuches del mirador. Acostumbrado como estoy a disparar siempre a 300, me resultó necesario en más de un momento reducir el zoom para que las fotos no saliesen cortadas, lo que no es moco de pavo. Fue aquí cuando, finalmente, pude ver e identificar al mismo tiempo (no posteriormente en fotografías) a un buitre negro solitario. Me emocioné bastante y me dediqué a seguirle mientras ascendía, hasta que estuvo demasiado lejos. A mi alrededor, la gente pasaba de él. Yo no entiendo ná. También aquí ocurrió una simpática anécdota que me hizo y hace sonreír. Mientras todos los visitantes miraban hacia arriba, en la búsqueda de buitres, un carbonero (Parus major) y un par de herrerillos (Cyanistes caeruleus) se dedicaban a rondar la zona y revolotear entre los acebuches, ignorados por el resto de la gente. Yo, en cambio, que tengo una relación de amor y odio con los paseriformes y que no había podido fotografiar ninguna de estas especies (son muy comunes por Madrid, pero nunca me cuadra encontrarlos cuando tengo la cámara en la mano), les dediqué un rato. Me gusta especialmente la foto del herrerillo en la que, el pájaro mira hacia otro lado, indiferente a los buitres, en una escena que me pareció, cuanto menos, simpática. Saco de aquí otra lección importante: muchas veces nos obcecamos en lo famoso y eso nos impide apreciar cosas valiosas. No quiero pecar de snob, pero aquí sí me sentí un poco como tal.

Los paseriformes son especialistas en parecer majos.


La cantidad de buitres volando tan cerca es uno de los mayores atractivos del Salto.


Seguí a este buitre negro a lo largo de su espiral ascendente hasta perderle.

La Sierra de Monfragüe da nombre al Parque Nacional.

Terminado el itinerario previsto, decidimos coger la carretera de Plasencia, pero nos dimos la vuelta antes de salir del Parque, ya que atraviesa una de las zonas en repoblación y no estábamos disfrutándola particularmente. Volvimos hasta Villarreal y cogimos la carretera que habíamos recorrido aquella mañana, pero en sentido inverso, con la mente puesta en llegar con luz, aunque fuese poca, a la dehesa donde habíamos visto grullas. El camino nos deparó tres paradas forzadas, no obstante. La primera estuvo provocada por un par de perdices (Alectoris rufa) que salieron volando delante de nosotros. Estuve un rato intentando encontrarlas para fotografiarlas, pero ellas (que debían ser entre cinco y diez en total) se dedicaron a reírse de mí. Derrotado por un ave más inteligente que yo, volví al coche un poco más tarde de lo que lo habría hecho una persona menos cabezota. La segunda fue muy similar, pues también la provocaron animales que cruzaron la carretera delante de nosotros. En esta ocasión no se trataba de ningún ave, sino de un par de ciervos (Cervus elaphus) que cruzaron ladera abajo. Imposibilitado para parar en el momento (la carretera es estrecha y estábamos a la salida de una curva) tuve que avanzar un poco hasta poder apartarme, tiempo que utilizaron para alejarse. Tuve una preciosa estampa de una hembra a través de una ventana de árboles, pero perdí la instantánea por tener que recalibrar los parámetros de la cámara, así que tuve que conformarme con fotos lejanas que elevaron el tamaño del grupo a, al menos, cinco ejemplares, todos hembras o varetos. Un poco decepcionados, seguimos avanzando, pero no mucho más adelante, Irene me dijo que parase de nuevo: había visto un par de ciervos pegados a la carretera. Aunque paré, reconozco que no la creí, porque desde mi punto de vista (apenas se veían unos pelillos del final del lomo) me parecieron vacas. Pero tenía razón, eran una hembra y un vareto, y cuando avanzaron un poco pudimos dedicarnos a fotografiarlos a placer. Tercera lección del día, cuatro ojos ven mejor que dos, siempre es bueno llevar al menos a un acompañante, porque verá cosas que tú no. Bastante más satisfechos, continuamos el camino y abandonamos Monfragüe con las últimas luces, contentos con la visita y yo sin fotos de grullas. En un alarde final de chulería, durante una parada para ver unos caballos escuché unos gritos sobre los que dije "No se qué son, pero capaces de ser grullas". Lo eran. No las vi. Mil maldiciones.

Estos dos pasaron olímpicamente de nosotros, a diferencia de los que habíamos visto antes.

En conjunto, salí muy satisfecho de esta visita. El día anterior, había discutido con mi padre acerca de la diversidad de ambientes en los Parques, y le había preguntado cuales se saltaría si decidiese hacer lo que me propongo, y dijo que probablemente Monfragüe (añadió que sólo si se viese obligado a saltarse alguno), y mi comentario al terminar fue "Si este es el que se saltaría, yo me quedo tranquilo con el proyecto". Aunque la visita no fue en el mejor momento, pues algunos de sus habitantes más ilustres, como la cigüeña negra (Ciconia nigra) y el alimoche (Neophron pernocpterus), se encuentran en África, mi sensación global fue positiva. Quedan trajes que cortar y temas de los que hablar, por supuesto, pero esos tendrán su propia entrada. No me queda duda de que volveré en otras épocas y sacaré más cosas que ahora, y eso es lo mejor que se puede decir de cualquier sitio que visites.

Terminamos la visita con las últimas luces, señal de una visita bien medida.

Como nota final, mi recomendación para visitarlo. No sólo porque éste, como todos los Parques, también es tuyo, sino porque es un Parque que se presta a una visita sencilla y rápida, ideal tanto para una excursión como para incluirlo dentro de un viaje a zonas cercanas, como Gredos o el Jerte.

Foto por Irene Cebolla.

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Quiero terminar la entrada agradeciendo esta visita a Irene Cebolla, maravillosa fotógrafa que me enseñó casi todo lo que se y que no sólo aceptó acompañarme, sino que me aguantó durante todo el día, y a Pablo Pereira Sieso, mi señor padre, que aparte de ayudarme en la planificación, aguanta que me pase estos viajes mandándole audios para parasitar sus conocimientos ornitológicos. También quiero agradecer al personal del Parque su amabilidad y ayuda. Finalmente, al chico que recogimos con un corte en la mano y acercamos a Villarreal, espero que no fuese nada grave y que tu visita a Monfragüe no quedase empañada por eso.




luns, 1 de xaneiro de 2018

Piloto - Los Parques y yo.

Tengo un especial cariño al formato blog. Entiendo que está superadísimo y que no es, a día de hoy, el sitio más adecuado para trabajar, pero es un formato que me gusta particularmente. Y como, en definitiva, tampoco pretendo vivir de lo que escriba aquí, puedo permitirme esta clase de caprichos.

Mi nombre es Pablo Pereira, aunque hace años que se me conoce como Lume. Desde que nací, mi vida estuvo ligada a los Parques Nacionales, pues mis padres trabajaban en el Centro de Recuperación de El Acebuche, en Doñana. Mi infancia transcurrió en el entorno del Parque, y no escasearon los días en que los pinares del Centro fueron mi patio de juegos. Como era un niño bastante curioso, pasé años participando en el trabajo que llevaban a cabo mis padres: revisiones de las cámaras de fototrampeo, necropsias de animales que aparecían muertos, cuidado y alimentación de los animales en proceso de recuperación, en fin, un poco de todo. Es cierto que siempre viví inmerso en el sacrificio de lo personal -vacaciones cortadas a mitad o directamente no tomadas, llamadas de madrugada, momentos de gran estrés- pero es algo que pagaban mis padres. Yo vivía encantado, y aquello me permitía una infancia atípicamente formativa. Aún me recuerdan cuando, teniendo cinco años, recorrí las clases de mi curso de preescolar contándole a mis compañeros cómo había pasado el fin de semana salvando -bueno, ayudado por mis padres- a unas cercetas pardillas durante el vertido de Aznalcóllar. La verdad es que no me puedo quejar. Esta época de mi vida -sencilla, como suele serlo la infancia antes de tomar conciencia verdadera del mundo- tiene su importancia, que no es poca. Para mí, la existencia de los Espacios Naturales Protegidos en general y de los Parques Nacionales en particular, la conservación de la naturaleza y su importancia como patrimonio nunca fueron algo a poner en duda. La mayor parte de la gente que cree en esas cosas llega a ellas a través de un desarrollo personal, pero yo mamé aquello desde el primer momento. No era, no es, algo negociable, algo a lo que renunciar. Para mí, proteger la naturaleza y defender los ENPs fue siempre algo obvio e indiscutible.

El lince ibérico le debe mucho a Kevin y Cati, esta pareja de linces rojos. Para mí, fueron compañeros de juego.

Pasó el tiempo y cambiaron los vientos: mis padres se vieron obligados a dejar Doñana y abandonar Sevilla, donde vivíamos. Nos trasladamos a Madrid, donde viví los séis años siguientes, los únicos de mi vida en que no lo hice en el entorno de un Parque Nacional. Resulta curioso, no obstante, que, después de marcharme, declarasen el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama por lo que, desde cierto punto de vista, puedo considerar que esos séis años los pasé más o menos en el entorno de un Parque Nacional. Durante estos años, clave para elegir mi futuro, siempre tuve claro que quería ser biólogo o algo similar. A pesar de que mis notas en Ciencias Naturales nunca fueron buenas -pese a lo cual saqué buenas notas en Selectividad- y que mis profesores "de letras" nunca me lo perdonaron, elegí ese camino, siguiendo los itinerarios científicos que pude. Tenía mejores notas en áreas como la Historia o la Literatura, por las que siempre tuve un gran interés, pero no las veía como opciones profesionales. Durante los últimos años que pasé en Madrid, decidí que quería estudiar Ciencias del Mar en Vigo. En buena medida, la elección estuvo marcada por ser descendiente de emigrantes gallegos, no voy a negarlo.

Y así lo hice. Estudié y me gradué en Ciencias del Mar en Vigo, que es a día de hoy mi ciudad, donde sigo estudiando (en la actualidad, Geoinformática). De nuevo, por cierto, junto a un Parque Nacional, el de Illas Atlánticas de Galicia, algo que tiene que ver, y no poco, con que estés leyendo estas palabras.

No todo iba a ser estudiar: alguna vez también hicimos cosas divertidas, como esta salida a bordo del Mytilus.

Toda esta historia desemboca en el mes de Noviembre del año pasado cuando, estando precisamente en Illas Atlánticas, realizando la fase práctica de un curso, empecé a pensar en proyectos relacionados con los Parques. Como no tengo intención de mentir, reconoceré que estaba en casa, pensando en el curso y en lo que me había gustado, cuando empecé a plantearme un viaje. Y es que, desde que empecé con la fotografía (hace aproximadamente un año) y descubrí lo que me gustaba la de naturaleza, una parte de mi cerebro piensa continuamente en viajes y excursiones en los que dedicarme a ello. Aquella tarde, me planteaba la posibilidad de recorrer los Parques Nacionales de Estados Unidos, algo que no era la primera vez que pensaba, así que abrí el ordenador y empecé a esbozar. Lo primero que hice fue eliminar los Parques que estaban fuera del "cuerpo", es decir, los isleños y los de Alaska. Aún así, tenía delante de mí un mapa lleno de puntos demasiado uniformemente distribuidos. Calculé que iba a necesitar una cantidad de tiempo y de dinero de la que, simplemente, no disponía. Y, entonces, tras una micra de depresión, cambié ligeramente mi perspectiva.

No es extraño buscar lejos lo que uno tiene cerca. Yo siempre me consideré un "parquero" auténtico, si España tiene quince Parques, yo visité en algún momento ocho, que no es mala cifra. Pero el caso, lo triste, es que no los conozco. ¿Cómo -y, sobre todo, por qué- podía plantearme recorrer los Parques en EEUU sin siquiera conocer los que tengo aquí al lado? Y así nació esta idea y este blog.

Cuando no tienes materiales, lo improvisas, como en este planning casero.

Durante los próximos tres años -dudo que sea menos y espero que no sea mucho más-, recorreré los Parques Nacionales de España. Mi intención es documentar esos viajes tanto como pueda y usar este blog para ir contando cómo va el proyecto. Si debo marcarme un objetivo, ese es que este blog no sea un simple diario, sino un punto en el que compartir mi visión de los Parques, las pequeñas historias que los hacen grandes. Si debo marcarme un objetivo, ese no puede ser otro que poner en relieve la importancia de nuestros Parques, no desde un punto de vista elitista y lejano, sino como algo que es parte de todos.

Porque, en definitiva, también son tuyos.